Basílica de Nuestra Señora del Carmen Coronada – Al servicio de la Iglesia, la fe y la cultura – Jerez de la Frontera

Lectio Divina: 2º Domingo de Adviento (A)

El anuncio de Juan Bautista en el desierto
Mateo 3, 1-12

1. Oración inicial

Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que yo sepa que soy pequeño como Zaqueo, pequeño de estatura moral, pero dáme la fuerza de levantarme un poco de la tierra, empujado por el deseo de verte pasar en este período de adviento, de conocerte y de saber qué eres tú para mí. Señor Jesús, Maestro bueno, suscita en nuestro corazón con la potencia de tu Espíritu el deseo de comprender tu Palabra que nos revela el amor salvífico del Padre.

2. Lee la palabra

1 Por aquellos días se presenta Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: 2 «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.» 3 Este es de quien habló el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.
4 Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a su cintura, y su comida eran langostas y miel silvestre. 5 Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, 6 y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.7 Pero viendo venir muchos fariseos y saduceos a su bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? 8 Dad, pues, fruto digno de conversión, 9 y no creáis que basta con decir en vuestro interior: `Tenemos por padre a Abrahán’; porque os digo que puede Dios de estas piedras suscitar hijos a Abrahán. 10 Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. 11 Yo os bautizo con agua en señal de conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. 12 En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.»

3. Momento de silencio orante

Todo hombre tiene en su corazón muchas preguntas que hacer a quienquiera que lo escuche, pero tiene ante todo necesidad de saber escuchar, acordándose que es Jesús el que le está hablando. Déjate guiar hacia la interioridad, allá donde la Palabra resuena con todo su peso de verdad y de amor, con toda su fuerza terapéutica y transformante. El silencio orante te pide pararte “dentro”, firme completamente a los pies del Señor y recoger todas las propias energías para escuchar sólo a Él. ¡Párrate y escucha!.

4. Para comprender la Palabra

a) Cómo se articula la trama del pasaje:

En este domingo de adviento nos viene al encuentro la figura del Juan el Bautista, un personaje semejante a un roble, como dio a entender Jesús un día delineando su personalidad: “¿Acaso habéis ido a ver una caña batida por el viento?” (Mt 11, 7). El perfil del Bautista que la liturgia nos propone viene presentado en dos grandes bloques: 3,1-6, figura y actividad de Juan; 3,7-12, su predicación. Dentro de estas dos partes se pueden separar unidades más pequeñas que determinan la articulación del texto. En 3,1-2 Juan es presentado como aquel que predica la “ conversión”, porque “ el reino de los cielos se está acercando”. Este llamamiento es como un hilo rojo que atraviesa toda la actividad de Juan: se vuelve a tomar en 3,8.12. El motivo de tal anuncio de conversión se da por el inminente juicio de Dios, que es comparado a la tala de todo árbol seco para tirarlo al fuego y ser quemado (3,10) y a aquella operación de aventar que los campesinos hacen en la era para separar el grano de la paja, que se ha de quemar también en el fuego (3,12). La imagen del fuego que caracteriza la última parte de nuestro pasaje litúrgico, muestra la urgencia de prepararse a este acontecimiento del juicio de Dios.

El texto presenta la siguiente articulación:

Mateo 3,1-3: En esta primera pequeña unidad “la voz que grita en el desierto” de Isaías 40,2 se identifica con la voz del Bautista que invita a la conversión “en el desierto de Judea”;

Mateo 3,4-6: sigue una breve unidad que de un modo pintoresco delinea la figura tradicional de Juan: es un profeta y un asceta; por su identidad profética viene unido a Elías, de hecho viste como el profeta de Tesbis. Un detalle geográfico y espacial describe el movimiento de mucha gente para recibir el bautismo de inmersión en las aguas del Jordán, en un clima penitencial. La influencia de su actividad profética no está circunscrita a un lugar restringido, sino que abarca toda la región de la Judea y que comprende a Jerusalén y el territorio a lo largo del Jordán.

Mateo 3,7-10: se presenta un grupo particular que se acerca a Juan a recibir el bautismo, son los “fariseos y saduceos”. A ellos se dirige Juan con un lenguaje muy duro, para que desistan de su falsa religiosidad y pongan la atención en el “llevar fruto” para huir del juicio de condenación

Mateo 3,11-12: se puntualiza el significado del bautismo en relación con la conversión y sobre todo la diferencia de los dos bautismos y de los respectivos protagonistas: el de Juan es con agua para la conversión; el de Jesús “el más fuerte que viene después”, es con Espíritu santo y fuego.

b) El mensaje del texto:

Con un estilo típicamente bíblico-narrativo Mateo presenta la figura y la actividad de Juan Bautista en el desierto de la Judea. Esta última indicación geográfica intenta situar la actividad de Juan en la región de la Judea, mientras Jesús desarrollará su misión en Galilea. Para Mateo la actividad de Juan está completamente orientada y subordinada hacia “aquel que debe venir”, la persona de Jesús. Además, Juan es presentado como el grande y valeroso predicador que ha preanunciado el inminente juicio de Dios.

El mensaje del Bautista consiste en un preciso imperativo, “convertíos” y en un motivo también muy claro: “porque el reino de los cielos está cerca”. La conversión adquiere un gran relieve en la predicación del Bautista, aunque al principio no aparece todavía clara en su contenido. En 3,8, sin embargo, se indican los frutos de la conversión para expresar una nueva orientación que dar a la propia existencia. Tal indicación, por un lado, se coloca en la línea de los profetas que entendían la hecho de la conversión en el abandono radical de todo aquello que hasta ahora tenía un valor; por otro lado, va más allá e intenta demostrar que la conversión es un dirigirse hacia el “reino de los cielos”, hacia una novedad que se presenta inminente con sus exigencias y prospectivas. Se trata de dar un cambio decisivo en la vida orientándola en una nueva dirección: el “reino de los cielos” da fundamento y define la conversión , no una serie de esfuerzos humanos. La expresión “reino de los cielos” está para indicar que Dios se revelará a todos los hombres y con gran potencia. Juan dice que tal revelación de Dios es inminente, no está lejana.

La actividad profética de Juan tiene el deber de preparar a sus contemporáneos a la venida de Dios en Jesús, con los rasgos de la figura de Elías. Interesante son los motivos, las imágenes con las que viene interpretada la figura del Bautista, entre ellas el cinturón de cuero ceñido en los costados, un signo de reconocimiento de profeta Elías (2 Re 1,8); el manto tejido de pelos de camello es un vestido típico del profeta, según Zacarías 13,4. Se trata de una identificación directa entre el profeta Elías y Juan. Seguramente tal interpretación es la respuesta del evangelista a una objeción judaica de aquel tiempo: ¿ cómo puede ser Jesús el Mesías, si primero no viene Elías?

Con su actividad profética Juan consigue mover grandes muchedumbres, también Elías había reconducido al pueblo entero a volver a la fe en Dios (1 Re 18). El bautismo de Juan no es importante porque sean grandes muchedumbres las que lo reciben, sino que tiene valor porque va acompañado de precisos compromisos de conversión. Además no es un bautismo que tiene el poder de borrar los pecados, sólo la muerte de Jesús tiene este poder, pero imprime sin embargo una nueva orientación que dar a la vida.

También los “fariseos y saduceos” se acercan a recibirlo, pero se acercan con ánimo hipócrita, sin una verdadera decisión de convertirse. Obrando así, no podrán huir del juicio de Dios. La invectiva de Juan hacia este grupo lleno de falsa religiosidad, subraya que la función de su bautismo, acogido con sincera decisión de cambiar de vida, protege a quien lo recibe del inminente juicio de Dios.

¿De qué modo se hará visible una tal decisión de convertirse?. Juan se abstiene de dar precisas indicaciones, se limita sólo a indicar el motivo: evitar el juicio punitivo de Dios. Se pudiera decir en un lenguaje propositivo que el fin de la conversión es Dios, el radical reconocimiento de Dios, el orientar de un modo todo nuevo la propia vida hacia a Dios.

En tanto “los fariseos y saduceos” no están disponibles a convertirse, en cuanto ponen su confianza y esperanza en la descendencia de Abrahán: en cuanto que pertenecen al pueblo elegido están seguros de que Dios, por méritos de sus padres, les concederá la salvación. Juan pone en duda esta falsa seguridad con dos imágenes: la del árbol y la del fuego.

Ante todo la imagen del árbol que se tala, en el Antiguo Testamento recuerda al juicio de Dios. Un texto de Isaías así lo describe: “He ahí el Señor Dios de los ejércitos, que rompe los árboles con estruendo, las punta más altas son derribadas, las cimas son abatidas”. Por su parte la imagen del fuego tiene la funión de expresar la “ira inminente ” que se manifestará con el juicio de Dios (3.7) En síntesis, se muestra la apremiante inminencia de la venida de Dios: los que escuchan deben abrir los ojos sobre lo que les espera

Finalmente la predicación de Juan hace un confrontamiento entre los dos bautismos, las dos personas, la de Juan y la del que debe venir. La diferencia substancial es que Jesús bautiza con espíritu y fuego, mientras Juan sólo con agua, un bautismo para la conversión. Tal distinción subraya que el bautismo de Juan está completamente subordinado al de Jesús. Mateo anota que el bautismo con el espíritu ya se ha realizado, precisamente en el bautismo cristiano, como afirma la escena del bautismo de Jesús, mientras aquel del fuego debe todavía llegar y sucederá en el juicio que Jesús dará.

El final de la predicación de Juan presenta, pues, la descripción del juicio que cae sobre la comunidad con la imagen de la paja. La misma acción que el campesino hace en la era cuando separa el grano de la paja, así será realizada por Dios en el juicio sobre la comunidad. 

5. Para meditar

a) Espera de Dios y conversión:

La predicación de Juan, mientras nos recuerda que la venida de Dios en nuestra vida es siempre inminente, nos invita también con energía a la penitencia que purifica el corazón lo vuelve capaz del encuentro con Jesús que viene al mundo de los hombres y lo abre a la esperanza y al amor universal.

Tiene una frase el cardenal Newmann que nos puede ayudar a comprender esta nueva orientación que la Palabra de Dios intenta sugerir como urgente: “Aquí en la tierra vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado muchas veces”. Cambiar se ha de entender en la óptica de la conversión; un cambio íntimo del corazón del hombre. Vivir es cambiar. En el momento en que este deseo de cambiar desaparece, tú ya no eres un vivo. Una confirmación se nos da en el Apocalipsis cuando el Señor dice: “Parece que estás vivo, pero estás muerto” (3,1) Además “ser perfecto es haber cambiado muchas veces”. Parece que el cardenal Newmann quisiera decir: “ El sentido del tiempo es mi conversión” También este tiempo de adviento se mide en función del proyecto que Dios tiene sobre mí. Debo continuamente abrirme a la novedad de Dios, estar disponible a dejarme renovar por Él.

b) Aceptar el Evangelio:

Es la condición para convertirse: El evangelio no es sólo un contenido de mensaje, sino que es una Persona que te pide venir a tu vida. Aceptar el Evangelio en este domingo de Adviento significa abrir la puerta de la propia vida a aquel que Juan el Bautista ha definido como el más fuerte. Esta idea está expresada muy bien por Juan Pablo II: “Abrid las puertas a Cristo…” Aceptar Cristo que me viene al encuentro con su palabra definitiva de salvación. Nos vienen a la mente las palabras de San Agustín que decía: “Temo al Señor que pasa”. Tal pasaje del Señor podría encontrarnos en un momento de nuestra vida distraídos y superficiales.

c) El adviento: El tiempo de las almas interiores:

Una evocación mística sacada de los escritos de la Beata Isabel de la Trinidad nos ayuda a descubrir la conversión como tiempo, ocasión de sumergirse en Dios, de exponerse al fuego del amor que purifica y transforma nuestra vida: He aquí el sagrado tiempo del adviento que, más que de otro, se puede llamar el tiempo de las almas interiores, de aquellas, que viven siempre y en cada cosa “escondidas en Dios con Cristo”, al centro de ellas mismas. En la espera del gran misterio [ de la Navidad]…pidámosle que nos haga verdaderos en nuestro amor, o sea que nos transforme…es bello pensar que la vida de un sacerdote, como la de la carmelita, es un ¡adviento que prepara la encarnación en las almas! David canta en un salmo que “el fuego caminará delante del Señor” ¿Y no es el amor aquel fuego? ¿Y no es también nuestra misión preparar los caminos del Señor a través de nuestra unión con aquel que el Apóstol llama un “fuego devorador”? A su contacto nuestra alma se convertirá en una llama de amor que se expande por todos los miembros del cuerpo de Cristo que es la Iglesia” (Carta al Rev. Sacerdote Chevignard, en Escritos, 387-389).

6. Salmo 71 (72)

La Iglesia ora con este salmo en el tiempo de adviento para expresar la espera de su rey de paz, liberador de los pobres y de los oprimidos.

Reina con justicia a tu pueblo

Confía, oh Dios, tu juicio al rey,
al hijo de rey tu justicia:
que gobierne rectamente a tu pueblo,
a tus humildes con equidad.
 

Florecerá en sus días la justicia,
prosperidad hasta que no haya luna;
dominará de mar a mar,
desde el Río al confín de la tierra.
 

Pues librará al pobre suplicante,
al desdichado y al que nadie ampara;
se apiadará del débil y del pobre,
salvará la vida de los pobres.

¡Que su fama sea perpetua,
que dure tanto como el sol!
¡Que sirva de bendición a las naciones,
y todas lo proclamen dichoso!

7. Oración final

Señor Jesús, conducidos por la palabra fuerte y vigorosa de Juan el Bautista, tu precursor, deseamos recibir tu bautismo de Espíritu y fuego. Tú sabes cuantos miedos, perezas espirituales e hipocresía albergan nuestros corazones. Estamos convencidos que en tu bieldo quedaría de nuestra vida poco grano y mucha paja, pronta para el fuego inextinguible. Te decimos desde lo más profundo del corazón: Ven a nosotros en la humildad de tu encarnación, de tu humanidad cargada de nuestros límites y pecado y danos el bautismo de la inmersión en el abismo de tu humildad. Concédenos estar inmersos en aquellas aguas del Jordán que fluyen de tu divino costado atravesado en la cruz y haz que te reconozcamos verdadero Hijo de Dios, verdadero Salvador nuestro. En este adviento llévanos al desierto del expolio, de la conversión, de la soledad, de la penitencia para experimentar el amor del tiempo primaveral. Que tu voz no quede en el desierto, sino que resuene en nuestro corazón de modo que toda nuestra vida, inmersa – bautizada en tu Presencia pueda convertirse en novedad de amor. Amén.

Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)