Dedicado a la Imprenta y Administración de la Revista “Escapulario del Carmen” (1909-1956)
Al espirar este santo religioso parecía resonar en los oídos de los presentes estas palabras del Evangelio: «Muy bien, siervo bueno y leal… entra en el gozo de tu Señor».
¡Qué santo ha sido Fr. José. Qué religioso tan perfecto… era único! Estas y parecidas expresiones eran como notas del himno de gloria y admiración que tributábamos a nuestro querido hermano al rendir la jornada de su edificante vida.
Nació Fr. José en Hinojosa del Duque (Córdoba) el 12 de Septiembre de 1874. Sus cristianos padres, honrados labradores, le educaron en el santo temor de Dios y en la práctica de las virtudes cristianas. A los 23 años ingresó en la Orden Carmelitana, firmemente decidido a santificarse, consagrándose al servicio de Dios y de la Stma. Virgen.
Ricamente dotado de robusta constitución física, de clara inteligencia, de firme voluntad e inclinación al bien, cultivó con gran esmero estos dones naturales, logrando ser un religioso competentísimo para todos los oficios que se le encomendaron a lo largo de su vida. Junto con estos dones y con mayor cuidado cultivó los dones sobrenaturales de la gracia divina, de la fe, esperanza y caridad, siendo un religioso de intensa vida interior, admirable en la práctica de la humildad, paciencia, laboriosidad y bondad inalterable. Sobre todo se distinguió por su espíritu de abnegación, pobreza y sacrificio.
Varias veces he oído decir que Fr. José era la Regla viva y en marcha por la exactitud en su observancia y especialmente en el silencio, recogimiento y presencia de Dios. Devotísimo del Patriarca S. José, se propuso imitarlo en amar y servir a la Stma. Virgen y al divino Niño, con la idea fija de hacer todo lo que le mandaban y pedían, como si Ella lo necesitara para su Divino Hijo. Le profesaba gran devoción a S. Franco de Sena, Patrón de los Hermanos de obediencia, y fue mucho lo que trabajó por extender su culto y por imitarlo en sus heroicas virtudes Por más de 50 años fue el despertador de la Comunidad por las madrugadas, con tan exacta puntualidad, que no recordamos los más antiguos que fallara ni una sola vez.
Se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana en todas las estaciones del año. Le preguntaron una vez ¿por qué madrugaba tanto, que si no dormía? Y él dijo: ¡«vaya si duermo y si me cuesta levantarme! pero, he venido a la Orden a hacer penitencia, No voy a buscar aquí más comodidad que en casa de mis padres, donde me levantaba a las cuatro de la madrugada». Hombre ecuánime, carácter inalterable, ordenadísimo, lo tenía todo a mano, todo hecho. Decíamos de él que era un archivo y un almacén. Archivo, porque conservaba en sus apuntes todos los datos y fechas memorables de la Comunidad; almacén, porque siempre tenía a mano todas las cosas, aun las más raras, que se necesitaban.
No es, pues, de admirar que propios y extraños, mientras él más se achicaba por su humildad y modestia, más le veneraran; ni que los Superiores depositaran en él la mayor confianza, encargándole misiones de alta responsabilidad, y entre ellas la complicada administración de la tipografía de El Santo Escapulario en tiempos en que había varios operarios y se hacían trabajos muy delicados para el público.
Así fue y así vivió Fr. José su vida ejemplarísima sin eclipses ni desfallecimientos, sin esas alternativas de luz y de sombra tan propias de la flaqueza humana, creciendo de día en día en perfección hasta llegar al término de su carrera, despidiendo, como el sol en su ocaso, los dulces y suaves resplandores de sus grandes virtudes con su alegre paciencia y resignación en la prueba suprema de su dolorosísima enfermedad. Hasta el último día de su vida bajó por sus pies a oír la Santa Misa y a comulgar. En ese día, 3 de Octubre, fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús, pidió y se le administraron los últimos Sacramentos que recibió con sumo fervor y edificación de la Comunidad que le rodeaba, contestando él a todas las preces hasta el momento de espirar que pareció un suspiro de amor.
Gran vacío ha dejado entre nosotros nuestro venerado Hermano; pero, confiamos que en el cielo seguirá dispensándonos su caridad, intercediendo por los que tanto lo amábamos. La fama de sus grandes virtudes era admirada por cuantos le conocían y fue proclamada al conocerse su muerte; pues, varias personas han pedido reliquias de él, y el Sr. médico que le venía asistiendo, siempre se despedía diciéndole: Fr. José, pida Vd. por mí: y al salir decía emocionado: es un santo, un gran santo.
(Publicado en la Revista El Santo Escapulario del mes de noviembre de 1956)
P. Clemente Cardador Cobos, O. Carm