Desde los orígenes el desierto para el Carmelo fue mucho más que un lugar físico, suponía una búsqueda de Dios, una experiencia profunda de vaciamiento interior y un abandono total en las manos del que nos Ama. Habían abandonado su casa y su familia para vivir como extranjeros en la tierra de Jesús, entregándose a una vida de silencio y de oración, siguiendo las huellas de Cristo crucificado.
Al verse obligados a abandonar el Monte Carmelo y tener que abrazar un nuevo estilo de vida, el Espíritu suscita en ellos la forma de seguir viviendo la soledad y el silencio en el desierto espiritual de sus corazones. La vida de pobreza mendicante, el espíritu de Elías profeta como padre y guía, junto a la experiencia vivida en el Monte Carmelo, los enriquece, convirtiéndolos en hombres fuertes de Dios, inmersos en una profunda vida interior gracias a su fe probada.
Pero hay alguien que desde los inicios ha acompañado los pasos de estos hombres con ansia de Dios, me refiero a la Virgen María, Señora del Lugar, Patrona, Madre y Hermana. Los carmelitas encuentran en María la fuerza, el apoyo y el vigor para salir adelante en medio de las dificultades, le consagran su amor, igual que Cristo lo hace con la que es su Madre. Por María el carmelita busca identificarse con Cristo y amarlo como hizo Ella.
María no es un añadido, nos quiere semejantes a ella, pero más en el corazón y en el espíritu que en el exterior. Siempre fue y es la que inspira nuestro camino, la que nos invita a la vida interior como ella. Si pudiéramos penetrar en su alma alcanzaríamos a descubrir la inmensa riqueza que guarda en su corazón, su ininterrumpida búsqueda y entrega a Dios, así como su constante intimidad con Él.
El Carmelita se identifica con María, quiere ser como Ella, poder sumergirse en la profundidad de su vida interior, siendo lo que es Ella, santuario de amor a Dios y de los hombres. De ahí que el Carmelo sea para los demás escuela de vida espiritual orientada hacia al encuentro con Dios y una vida de intimidad con Él, como María.
Desde María los Carmelitas llegan a construir un desierto interior a través de un proceso continuo de renuncia de sí mismo, abandonando poco a poco cualquier tipo de seguridad humana, material, espiritual o ideológica. Es por tanto un desierto místico de fe y amor en el que nos vamos despojando de nuestras preocupaciones o necesidades y nos llenamos de Dios que se convierte en nuestro todo.
Pero pareciera que esta búsqueda de Dios nos aísla de los demás, que nos encierra en nosotros mismos, cuando en realidad es todo lo contrario. María nos enseña a vivir en Dios, abiertos a las necesidades de todos los hombres. Esta búsqueda constante nos lleva a encontrarlo en los corazones de tantas personas que sufren y sienten necesidad de encontrarse con Dios.
Poder hacer esta inmersión interior, entrar en el desierto o vaciarnos de nosotros mismos no está en nuestras manos alcanzarlo por nosotros solos, depende de Dios, es Él quien nos introduce, pero con nuestro deseo y lucha por alcanzarlo. El verdadero desierto se realiza cuando dejamos a Dios entrar en nuestra historia y le permitimos encarnarse en nuestra vida, será Él quien irá lentamente despojándonos de nosotros mismos para revestirnos de Dios e irnos llevando al ámbito de su Voluntad.
Así, morir a uno mismo y renacer en Dios se armonizan perfectamente. La dimensión contemplativa de la vida Carmelita nos permite estar atentos a Dios que entra en silencio dentro de nosotros como parte de su sabiduría amorosa que nos purifica y nos ilumina preparándonos a la unión con Él. Por nuestra parte solo queda seguir su estilo y el ritmo que Él impone.
Al entrar en María, vemos como fue invadida por la Gracia de Dios y floreció en Ella una inmensa riqueza de vida interior: de oración, de entrega a Dios, de unión íntima con Él. El alma de María era un santuario reservado a Dios, donde reinaba el amor y el celo por su gloria y por la salvación de los hombres. Querer vivir plenamente la devoción a la Virgen del Carmen nos debe llevar a seguir a María en la profundidad de la vida interior.
La experiencia de desierto, de vida interior, de silencio o de contemplación que nos transmite María no son formas, métodos o modos de oración, se trata de una calidad de vida teologal, de un talante personal que determina a la persona, el silencio o el desierto no se viven sólo a los pies del sagrario o en clima de desierto, es mucho más que eso, es un proceso espiritual y místico que nos transforma y nos introduce al interior de la existencia amorosa de Dios en el cual Dios puede nacer en nosotros. Es cierto que los momentos de encuentro interpersonal con Dios son necesarios, pero alcanzar ese abandono en las manos de Dios rompe cualquier método, se abre a toda la vida, como un rio que riega a su paso todo lo que encuentra.
Frente a las mil dificultades de la vida es cuando aparece claramente la persona con experiencia de Dios, mostrando un talante diferente, de serenidad, paz interior o testimonio cristiano a la hora de enfrentar y buscar soluciones. Cuando el ambiente es menos propicio o incluso adverso muestra su grandeza humana y espiritual que irradia fecundidad apostólica.
La devoción a la Virgen del Carmen, como Señora del Lugar, centra nuestro llamamiento a la vida interior, porque es lo que Ella vivió y el espejo en que nos miramos. María nos quiere como Ella mucho más en el corazón y en el espíritu que en el hábito exterior. El Carmelo es el símbolo de la vida interior, de vida dedicada por entero a la búsqueda de Dios; y la que mejor realiza este sublime ideal es ni más ni menos que Nuestra Señora la Virgen María, Reina y Decoro del Carmelo.
Toda persona con experiencia de vida interior, abandonada a la Voluntad de Dios, aun viviendo en medio del ruido del mundo, si busca esta paz, este silencio interior lo podrá lograr y alcanzar la unión con Dios. Porque al final el carmelita sea fraile, laico o una monja, si desea vivir el carisma en su integridad no tiene más camino que olvidarse de sí mismo y dejar que el Espíritu Santo derrame en nosotros el Espíritu de María, para que sea Ella en nosotros quien nos enseñe el camino que nos lleva a Cristo.
Fr. Alejandro Peñalta Mohedano, O. Carm.