En la actualidad podemos considerar que la situación del mundo no es la más idónea, es evidente que hay que mejorarla, pero esto no se logrará si no se cuenta con el apoyo de los que vivimos en el mundo. El planeta sufre problemas de todo tipo: ambiental, económico, político, religioso, social, cultural, guerras, desplazados, terrorismo y un largo etcétera, que llega hasta este pequeño rincón de Córdoba donde estoy viviendo y compartiendo la fe con los hermanos de nuestra parroquia del Carmen. Hace unos años, la población de la parroquia estaba formada mayoritariamente por personas de clase media, existía también un amplio sector de clase media baja; hoy son los “nuevos pobres”. Personas que deben elegir entre hacer una comida al día o calentar la casa, entre pagar la hipoteca o alimentarse. Situaciones que tienen rostros e identidad pero a los que se les ha robado la dignidad.
A nuestra puerta llaman a diario personas pidiendo ayuda que tienen un trabajo muy precario, a las que les resulta difícil llegar a fin de mes, y que además, no reciben ayudas sociales. Gente entre los 30 y los 45 años, con o sin cargas familiares, y sin subsidios porque tienen algún ingreso, que se ven obligadas a volver con sus padres si quieren seguir pagando la hipoteca. Los otros sectores están más protegidos, pero estas clases medias bajas no reciben ayudas. Desde el establecimiento de las políticas sociales el factor trabajo es el discriminante a la hora de acceder o no a una ayuda.
Entre los que reciben ayudas sociales están los de 600 euros al mes, los de 400 euros o los de menos, desde caritas parroquial intentamos ayudar, no sólo repartiendo alimentos sino estando cerca de ellos y buscando fondos para ayudarles a pagar la luz, el gas o la hipoteca. Pero estas ayudas paliativas no solucionan el problema, los pobres son cada día más pobres, los comedores sociales están cada vez más llenos y en la calle hay cada día mayor número de personas a los que la crisis se lo ha quitado absolutamente todo. Los comedores, los alberges sociales y los cajeros de bancos están repletos de personas sin hogar. A todo eso, hay que añadir que las ayudas de los servicios sociales son insuficientes y, por lo tanto, la pobreza se hace crónica. Porque, incluso los que acceden a estos trabajos no dignos, no suelen ser ni los más pobres ni los que llevan más tiempo en paro.
Esta es nuestra realidad, pero a pesar de este retrato tan negativo estamos convencidos que hay salidas y por lo tanto, esperanza. Porque, entre otras cosas, es posible otro modelo económico y social, siempre que trabajemos juntos para construir ese mundo al que todos aspiramos, y lleguemos a centrarnos en la persona. Sé que Dios está muy cerca de estos hermanos míos porque en medio de su sufrimiento no pierden la esperanza y tengo fe que aunque los políticos se olviden de ellos Dios no lo hace. La justicia y la paz son muy difíciles hoy porque hemos abandonado a Dios, ¡recuperemos a Dios y habrá justicia y paz.
Fr. Alejandro Peñalta, O. Carm.