La alianza de Dios con el hombre. El sí de María y nuestro sí
Lucas 1,26-38
1. Oración inicial
Padre misericordioso, envíame también a mí, en este tiempo de oración y de escucha de tu Palabra, tu ángel santo, para yo pueda recibir el anuncio de la salvación y, abriendo el corazón, pueda ofrecer mi sí al Amor. Envía sobre mí, te ruego, tu Espíritu Santo, como sombra que me cubra, como potencia que me llene. Hasta ahora, oh Padre, yo no quiero decirte otra cosa que mi sí; decirte: “He aquí, que estoy aquí por ti. Haz de mí lo que quieras. “Amén.
2. Lectura
a) Para colocar el pasaje en su contexto:
El pasaje de la anunciación nos conduce del templo, espacio sagrado por excelencia, a la casa, a la intimidad del encuentro personal de Dios con su criatura; nos conduce dentro de nosotros mismos, al profundo de nuestro ser y de nuestra historia, allá donde Dios puede llegar y tocarnos. El anuncio del nacimiento de Juan el Bautista había abierto el seno estéril de Isabel, deshaciendo la absoluta impotencia del hombre y transformándola en capacidad de obrar junto con Dios. El anuncio del nacimiento de Jesús, por el contrario, llama a la puerta del seno fructífero de la “Llena de Gracia” y espera respuesta: es Dios que espera nuestro sí, para poder obrar todo.
b) Para ayudar en la lectura del pasaje:
vv.26-27: Estos dos primeros versículos nos colocan en el tiempo y el espacio sagrados del acontecimiento que meditamos y que reviven en nosotros: estamos en el sexto mes de la concepción de Juan Bautista y estamos en Nazaret, ciudad de Galilea, territorio de los alejados e impuros.. Aquí ha bajado Dios para hablarle a una virgen, para hablar a nuestro corazón.
Nos vienen presentados los personajes de este acontecimiento maravilloso: Gabriel, el enviado de Dios, una joven mujer de nombre María y su esposo José, de la casa real de David. También nosotros somos acogidos a esta presencia, estamos llamados a entrar en el misterio.
vv.28-29: Son las primerísimas frases del diálogo de Dios con su criatura. Pocas palabras, apenas un suspiro, pero palabras omnipotentes, que turban el corazón, que ponen profundamente en discusión la vida, los planes, las esperanzas humanas. El ángel anuncia el gozo, la gracia y la presencia de Dios; María queda turbada y se pregunta de dónde le pueda venir a ella todo esto. ¿De dónde un gozo tal? ¿Cómo una gracia tan grande que puede cambiar incluso el ser?
vv.30-33: Estos son los versículos centrales del pasaje: y la explosión del anuncio, la manifestación del don de Dios, de su omnipotencia en la vida del hombre. Gabriel. el fuerte, habla de Jesús: el rey eterno, el Salvador, el Dios hecho niño, el Omnipotente humilde. Habla de María, de su seno, de su vida que ha sido elegida para dar entrada y acogida a Dios en este mundo y en cualquier otra vida. Dios comienza, ya aquí, a hacerse vecino, a llamar. Está en pie, espera, junto a la puerta del corazón de María; pero también aquí, en nuestra casa, junto a nuestro corazón….
v.34: María ante la propuesta de Dios, se deja manejar por una completa disposición; revela su corazón, sus deseos. Sabe que para Dios lo imposible es realizable, no tiene la mínima duda, no endurece su corazón ni su mente, no hace cálculos; quiere solamente disponerse plenamente, abrirse, dejarse alcanzar de aquel toque humanamente imposible, pero ya escrito, ya realizado en Dios. Pone delante de Él, con un gesto de purísima pobreza, su virginidad, su no conocer varón; es una entrega plena, absoluta, desbordante de fe y abandono. Es la premisa del sí.
vv. 35-37: Dios, humildísimo responde; la omnipotencia se inclina sobre la fragilidad de esta mujer, que somos cada uno de nosotros. El diálogo continúa, la alianza crece y se refuerza. Dios revela el cómo, habla del Espíritu Santo, de su sombra fecundante, que no viola, no rompe, sino conserva intacta. Habla de la experiencia humana de Isabel, revela otro imposible convertido en posible; casi una garantía, una seguridad. Y después, la última palabra, ante la cual es necesario escoger: decir sí o decir no; creer o dudar, entregarse o endurecerse, abrir la puerta o cerrarla. “Nada es imposible para Dios”
v.38: Este último versículo parece encerrar el infinito. María dice su “He aquí” se abre, se ofrece a Dios y se realiza el encuentro, la unión por siempre. Dios entra en el hombre y el hombre se convierte en lugar de Dios: son las Bodas más sublimes que se puedan jamás realizar en esta tierra. Y sin embargo el evangelio se cierra con una palabra casi triste, dura: María queda sola, el ángel se va. Queda, sin embargo, el sí pronunciado por María a Dios y su Presencia; queda la verdadera Vida.
c) El texto:
Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y, entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la que se decía que era estéril, porque no hay nada imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel, dejándola, se fue.
3. Un momento de silencio orante
He leído y escuchado las palabras del evangelio. Estoy en silencio…Dios está aquí, a la puerta, y pide asilo, precisamente a mí, a mi pobre vida….
4. Algunas preguntas
a) El anuncio de Dios, su ángel, entra en mi vida, ante mí y me habla. ¿Estoy preparado para recibirlo, para dejarle espacio, para escucharlo con atención?
b) Enseguida recibo un anuncio desconcertante; Dios me habla de gozo, de gracia, de presencia. Precisamente las cosas que yo estoy buscando desde hace tanto tiempo, de siempre. ¿Quién me podrá hacer verdaderamente feliz?¿Quiero fiarme de su felicidad, de su presencia?
c) Ha bastado un poco, apenas un movimiento del corazón, del ser; Él ya se ha dado cuenta. Ya me está llenando de luz y amor. Me dice: “Has encontrado gracia a mis ojos”. ¿Agrado yo a Dios? ¿Él me encuentra amable? Sí, así es. ¿Por qué no lo hemos querido creer antes?¿Por qué no lo he escuchado?
d) El Señor Jesús quiere venir a este mundo también a través de mí; quiere acercarse a mis hermanos a través de los senderos de mi vida, de mi ser. ¿Podré estropearle la entrada?¿Podré rechazarlo, tenerlo lejano?¿Podré borrarlo de mi historia de mi vida?
5. Una clave de lectura
Algunas palabras importantes y fuertes que resuenan en este pasaje del evangelio
¡Alégrate!
Verdaderamente es extraño este saludo de Dios a su criatura; parece inexplicable y quizás sin sentido. Y sin embargo, ya desde siglos resonaba en las páginas de las divinas Escrituras y, por consiguiente, en los labios del pueblo hebreo. ¡Gózate, alégrate, exulta! Muchas veces los profetas habían repetido este soplo del respiro de Dios, habían gritado este silencioso latido de su corazón por su pueblo, su resto. Lo leo en Joel: “No temas, tierra, sino goza y alégrate, porque el Señor ha hecho cosas grandes….”(2,21-23); en Sofonías: “Gózate, hija de Sion, exulta, Israel, y alégrate con todo el corazón, hija de Jerusalén! El Señor ha revocado tu condena” (3,4); en Zacarías: “Gózate, exulta hija de Sion porque, he aquí, que yo vengo a morar en medio de ti, oráculo del Señor” (2,14). Lo leo y lo vuelvo a escuchar, hoy, pronunciado también sobre mi corazón, sobre mi vida; también a mí se me anuncia un gozo, una felicidad nueva, nunca antes vivida. Descubro las grandes cosas que el Señor ha hecho por mí; experimento la liberación que viene de su perdón, yo no estoy ya condenado, sino agraciado, para siempre; vivo la experiencia de la presencia del Señor junto a mí, en mí. Sí, Él ha venido a habitar entre nosotros; Él está de nuevo plantando su tienda en la tierra de mi corazón, de mi existencia. Señor, como dice el salmo, Tú te gozas con tus criaturas (Sal 104, 31) y también yo me gozo en ti; mi gozo está en ti (Sal 104, 34).
El Señor está contigo
Estas palabras tan simples, tan luminosas, dicha por el ángel a María, encierra una fuerza omnipotente; me doy cuenta que bastaría, por sí sola, a salvarme la vida, a levantarme de cualquier caída o fallo, de cualquier error. El hecho de que Él, mi Señor, está conmigo, me sostiene en vida, me vuelve animoso, me da confianza para continuar existiendo. Si yo existo, es porque Él está conmigo. Quizás pueda valer para mí la experiencia que la Escritura cuenta de Isaac, al cual le sucedió la cosa más bella que se puede desear a un hombre que cree en Dios y lo ama; un día se le acerca a él Abimelech con sus hombres, diciéndole; “Hemos visto que el Señor está contigo” (Gén 26, 28) y pidiendo que se hicieran amigos, que se hiciera un pacto. Quisiera que también de mí se dijera la misma cosa; quisiera poder manifestar que el Señor verdaderamente está en mí, dentro de mi vida, en mis deseos, mis afectos, mis gustos y acciones; quisiera que otros pudieran encontrarlo por mi mediación. Quizás, por esto, es necesario que yo absorba su presencia, que lo coma y lo beba.
Me voy a la escuela de la Escritura, leo y vuelvo a leer algunos pasajes en la que la voz del Señor me repite esta verdad y, mientras Él me habla, me voy cambiando, me siento más habitado. ”Permanece en este país y yo estaré contigo y te bendeciré” (Gén 26,3). “Después el Señor comunicó sus órdenes a Josué , hijo de Nun, y le dijo: “Sé fuerte y ten ánimo, porque tu introducirás a los Israelitas en el país que he jurado darles, y yo estaré contigo” (Dt 31,23). ”Lucharán contra ti pero no prevalecerán, porque yo estaré contigo para salvarte y liberarte” (Jer 15,20). “El ángel del Señor aparece a Gedeón y le dice: “¡El Señor es contigo, hombre fuerte y valeroso!” (Jue 6,12). “En aquella noche se le apareció el Señor y le dijo: Yo soy el Dios de Abrahán tu padre, no temas porque yo estoy contigo. Te bendeciré y multiplicaré tu descendencia por amor a Abrahán, mi siervo” (Gén 26,24). “He aquí que yo estoy contigo y te protegeré a donde quieras que vayas; luego te haré regresar a este país, porque no te abandonaré sin hacer todo lo que te he dicho” (Gén 28,15) “No temas porque yo estoy contigo; no te descarríes, porque yo soy tu Dios. Te hago fuerte y acudo en tu ayuda y te sostengo con la diestra victoriosa” (Is 41,10)
No temas
La Biblia se encuentra rebosante de este anuncio lleno de ternura; casi como un río de misericordia esta palabra recorre todos los libros sagrados, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Es el Padre que repite a sus hijos que no tengan miedo, porque Él está con ellos, no los abandona, no los olvida, no los deja en poder del enemigo. Es como si fuese una declaración de amor, de corazón a corazón, y llega hasta nosotros. Abrahán ha oído esta palabra y después de él su hijo Isaac, después los patriarcas, Moisés, Josué, David, Salomón y con ellos, Jeremías y todos los profetas. Ninguno está excluido de este abrazo de salvación que el Padre ofrece a sus hijos, también a los más alejados, los más rebeldes. María sabe escuchar profundamente esta palabra y se la cree con fe plena, con absoluto abandono; Ella escucha y cree, acoge y vive también para nosotros. Ella es la mujer fuerte y animosa que se abre a la llegada del Señor, dejando caer todos los miedos, las incredulidades, las negativas. Ella repite este anuncio de Dios dentro de nuestra vida y nos invita a creer con Ella.
Has encontrado gracia
“Señor, si he encontrado gracia a tus ojos…”. Esta es la plegaria que sale más veces del corazón de hombres y mujeres que buscan refugio en el Señor; de ellos habla la Escritura, los encontramos en las encrucijadas de nuestras calles, cuando no sabemos bien a donde ir, cuando nos sentimos golpeados por la soledad o la tentación, cuando vivimos los abandonos, las traiciones, las desconfianzas que pesan sobre nuestra existencia. Cuando no tenemos a nadie y no logramos ni siquiera encontrarnos a nosotros mismo, entonces también nosotros, como ellos, nos ponemos a rezar repitiendo aquellas palabras: “Señor, si he encontrado gracias a tus ojos…”. ¡Cuantas veces quizás las hemos repetido, también solo, en silencio! Pero hoy aquí, en este pasaje evangélico tan sencillo, se nos adelantaron, hemos estado escuchando con anterioridad; ya no necesitamos suplicar, porque ya hemos encontrado todo aquello que estábamos siempre buscando y mucho más. Hemos recibido gratuitamente, hemos sido colmados y ahora rebosamos.
Para Dios nada hay imposible
Hemos llegado casi al final de este recorrido fortísimo de gracia y de liberación; acaba de alcanzarme ahora una palabra que me sacude en lo más profundo. Mi fe está puesta al retortero; el Señor me prueba, me sondea, pone a prueba mi corazón. Lo que el ángel afirma aquí, delante de María, había sido ya proclamado muchas veces en el Antiguo Testamento; ahora alcanza la plenitud, ahora todos los imposibles se realizan; Dios se hace hombre; el Señor se convierte en amigo; el lejano está muy cerca. Y yo, también yo, pequeño y pobre, me hago partícipe de esta inmensidad de gracia; se me dice que también en mi vida lo imposible se convierte en posible. Sólo debo creer, sólo dar mi consentimiento. Pero esto significa dejarse sacudir por la potencia de Dios; entregarme a Él: que me cambia, me libera, me renueva. Nada de esto es imposible. Sí, yo puedo renacer hoy, en este momento, por gracia de su palabra que me ha hablado, que me ha alcanzado hasta el punto más profundo del corazón. Busco y transcribo los pasos de la Escrituras que me repiten esta verdad. Y mientras escribo, mientras las leo y las pronuncio despacio, masticando cada palabra, lo que ellas dicen se realizan en mí… Génesis 18,14; Job 42,2; Jeremías 32, 17; Jeremías 32, 27; Zacarías 8,6; Mateo 19,26; Lucas 18,27.
Heme aquí
Y ahora no puedo huir, ni evitar la conclusión. Sabía desde el principio que precisamente aquí, dentro de esta palabra, tan pequeña sin embargo, tan llena, tan definitiva, Dios me estaba aguardando. La cita del amor, de la alianza entre Él y yo se había señalado precisamente en esta palabra, apenas un suspiro de su voz. Permanezco aturdido por la riqueza de presencia que siento en este ¡“Heme aquí”!; no debo esforzarme mucho para recordar las innumerables veces que Dios mismo la ha pronunciado primero, la ha repetido. Él es el “Heme aquí” hecho persona, hecho fidelidad absoluta, insustituible. Debería ponerme solamente bajo su onda, sólo encontrar su impronta en los polvos de mi pobreza, de mi desierto; debería sólo acoger su amor infinito que no ha cesado jamás de buscarme, de estar junto a mi, de caminar conmigo, donde quiera que yo he ido. El “Heme aquí” está ya dicho y vivido, es ya verdad. ¡Cuántos, antes que yo y cuántos también hoy, junto a mi! No, no estoy solo. Hago una vez más silencio, me coloco una vez más a la escucha, antes de responder… “¡Heme aquí, heme aquí!” (Is 65,1) repite Dios; “Heme aquí, soy la sierva del Señor”, responde María; “Heme aquí, que yo vengo para hacer tu voluntad” (Sal 39,8) dice Cristo.
6. Un momento de oración: Salmo 138
Estribillo: Padre, en tus manos encomiendo mi vida
Tú me escrutas, Yahvé, y me conoces;
sabes cuándo me siento y me levanto,
mi pensamiento percibes desde lejos;
de camino o acostado, tú lo adviertes,
familiares te son todas mis sendas.
Aún no llega la palabra a mi lengua,
y tú, Yahvé, la conoces por entero;
me rodeas por detrás y por delante,
tienes puesta tu mano sobre mí.
Maravilla de ciencia que me supera,
tan alta que no puedo alcanzarla.
¿Adónde iré lejos de tu espíritu,
adónde podré huir de tu presencia?
Si subo hasta el cielo, allí estás tú,
si me acuesto en el Seol, allí estás.
Porque tú has formado mis riñones,
me has tejido en el vientre de mi madre;
te doy gracias por tantas maravillas:
prodigio soy, prodigios tus obras.
¡Qué arduos me resultan tus pensamientos,
oh Dios, qué incontable es su suma!
Si los cuento, son más que la arena;
al terminar, todavía estoy contigo.
Sondéame, oh Dios, conoce mi corazón,
examíname, conoce mis desvelos.
Que mi camino no acabe mal,
guíame por el camino eterno.
7. Oración final
Padre mío, tu has bajado hasta mí, me has tocado el corazón, me has hablado, prometiéndome gozo, presencia, salvación. En la gracia del Espíritu Santo, que me ha cubierto con su sombra, también yo junto a María, he podido decirte mi sí, el “Heme aquí” de mi vida por ti. Ahora no me queda nada más que la fuerza de tu promesa, tu verdad: “Concebirás y darás a la luz Jesús”. Señor, aquí tienes el seno abierto de mi vida, de mi ser, de todo lo que soy. Pongo todo en tu corazón. Tú, entra, ven, desciende te ruego a fecundarme, hazme generadora de Cristo en este mundo. El amor que yo recibo de ti, en medida desbordante, encuentre su plenitud y su verdad cuando alcance a los hermanos y hermanas que tú pones en mi camino. Nuestro encuentro, oh Padre, sea abierto, sea don para todos; sea Jesús, el Salvador. Amén.
Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)