Tiempo de Pascua
Oración inicial
Te pedimos, Señor de misericordia que los dones recibidos en esta Pascua den fruto abundante en toda nuestra vida. Por nuestro Señor.
Lectura
Del Evangelio según Juan 15, 26-16, 4
Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio. Os he dicho esto para que no os escandalicéis. Os expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Os he dicho esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.
Reflexión
• En los capítulos de 15 a 17 del Evangelio de Juan, el horizonte se amplía más allá del momento histórico de la Cena. Jesús reza al Padre “no ruego solamente por ellos sino por todos aquellos que por su palabra creerán en mí” (Jn 17, 20). En estos capítulos, es constante la alusión a la acción del Espíritu en la vida de las comunidades después de Pascua.
• Juan 15, 26-27: La acción del Espíritu Santo en la vida de las comunidades. La primera cosa que el Espíritu hace es dar testimonio de Jesús: “El dará testimonio de mí”. El Espíritu no es un ser espiritual sin definición. ¡No! El es el Espíritu de la verdad que viene del Padre, y que será enviado por el mismo y nos introducirá en la verdad plena (Jn 16, 13). La verdad plena es Jesús mismo: “¡Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida!” (Jn 14, 6). Al final del siglo primero, había algunos cristianos tan fascinados por la acción del Espíritu que habían dejado de mirarle a Jesús. Afirmaban que ahora, después de la resurrección, no precisaban fijarse en Jesús de Nazaret, aquel “que vino en la carne”. Se alejaron de Jesús y se quedaron solamente con el Espíritu, diciendo: “¡Anatema sea Jesús!” (1 Cor 12, 3). El Evangelio de Juan toma posición y no permite separar la acción del Espíritu de la memoria de Jesús de Nazaret. Al Espíritu Santo no le podemos aislar como una grandeza independiente, separada del misterio de la encarnación. El Espíritu Santo está inseparablemente unido al Padre y a Jesús. Es el Espíritu de Jesús que el Padre nos envía, aquel mismo Espíritu que Jesús nos conquistó por su muerte y resurrección. Y nosotros, al recibir este Espíritu en el bautismo, debemos ser la prolongación de Jesús: “¡Y vosotros también daréis testimonio!” No podemos olvidar nunca que fue precisamente la víspera de su muerte cuando Jesús nos prometió el Espíritu. Fue en el momento en que él se entregaba por los hermanos. Hoy en día, el movimiento carismático insiste en la acción del Espíritu de Jesús de Nazaret que, por amor a los pobres y a los marginados, fue perseguido, preso y condenado a muerte y que, por esto mismo, nos prometió su Espíritu para que nosotros, después de su muerte continuásemos su acción y fuésemos para la humanidad la misma revelación del amor del Padre por los pobres y oprimidos.
• Juan 16, 1-2: No tener miedo. El evangelio advierte que ser fiel a este Jesús va a traer dificultades. Los discípulos serán expulsados de la sinagoga. Serán condenados a muerte. Les acontecerá lo mismo que a Jesús. Por esto mismo, al final del siglo primero, había personas que, para evitar la persecución, diluían el mensaje de Jesús trasformándolo en un mensaje gnóstico, vago, sin definición, que no contrastaba con la ideología del imperio. A éstos se aplica lo que Pablo decía: “No quieren ser perseguidos por la cruz de Cristo” (Gál 6, 12). Y Juan mismo en su carta dirá respecto a ellos: “Hay muchos impostores por el mundo, que no quieren reconocer que Jesucristo vino en la carne (se hizo hombre). Quien así procede es impostor y Anticristo” (2 Jn 1, 7). La misma preocupación aflora en la exigencia de Tomás: «No creeré sino cuando vea la marca de los clavos en sus manos, meta mis dedos en el lugar de los clavos y palpe la herida del costado.» (Jn 20, 25) El Cristo resucitado que nos prometió el don del Espíritu es Jesús de Nazaret que continúa hasta hoy con las marcas de la tortura y de la cruz en su cuerpo resucitado.
• Juan 16, 3-4: No saben lo que hacen. Todo esto acontece “porque no han conocido ni al Padre ni a mí”. Estas personas no tienen una imagen correcta de Dios. Tienen una imagen vaga de Dios en su cabeza y en su corazón. Su Dios no es el Padre de Jesucristo que congrega a todos en la unidad y en la fraternidad. En el fondo, es el mismo motivo que llevó a decir: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Jesús fue condenado por las autoridades religiosas porque, según su manera de pensar, él tenía una falsa imagen de Dios. En las palabras de Jesús no afloran ni odio ni venganza, sino compasión: son hermanos ignorantes que no saben nada de nuestro Padre.
Para la reflexión personal
• El misterio de la Trinidad está presente en las afirmaciones de Jesús, no como una verdad teórica, sino como expresión del compromiso del cristiano con la misión de Jesús. ¿Cómo vivo en mi vida este misterio central de nuestra fe?
• ¿Cómo vivo la acción del Espíritu en mi vida?
Oración final
¡Cantad a Yahvé un cántico nuevo:
su alabanza en la asamblea de sus fieles!
¡Regocíjese Israel en su Hacedor,
alégrense en su rey los de Sión! (Sal 149, 1-2)
Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)