1.- ¿Qué es esto?
¿Una inspiración, una obra de Él, -que poco a poco va mejorando-? ¿Un soplo del Espíritu para los tiempos actuales…un lugar en mi corazón? Es un “rum-rum” que no me deja desde hace siete años, desde su “llamada”. ¡Qué paciencia tiene conmigo! Es un eco continuo en la retaguardia de mi cerebro… En una ocasión dije: “Mi alma ha sido preñada por el Espíritu, pronto daremos una obra al mundo”.
2.- ¿Sobre qué pilares se sustenta esta misión?
En general: sobre la espiritualidad del Monte Carmelo, en sus orígenes. Volved al origen. “Acordémonos de nuestros padres, de aquellos eremitas cuya vida pretendemos imitar… qué dolores sufrieron, qué soledad, cuanto frío, hambre, sol y calor… sin tener a quién quejarse, sólo con DIOS” (Sta. Teresa de Jesús. Camino de Perfección 11,4).
En particular: sobre cuatro “patas”, ANAWIN-DESIERTO-MONTE-CUEVA.
¡Volver al desierto, al monte, a la cueva… como un anawin! Contemplar y compartir los frutos de la contemplación. Rescatar, otra vez, el primer ideal carmelita en toda su originalidad y singularidad. El ideal de un eremitismo profético en el que la soledad y el silencio eran de importancia absoluta, esencial. Pero abiertos al soplo del Espíritu Santo para llevar sus frutos al apostolado. En concreto, el Señor me pide desde mi lugar en el mundo, como carmelita seglar, terciario carmelita, dar a conocer al mundo, en medio del pueblo, esta perla preciosa: ser un eremita en medio del mundo.
No podemos dejar de ser aquello que fuimos, porque lo llevamos en nuestros genes. Es una invitación a ser hombres y mujeres que proceden de una estirpe de profetas, que viven y actúan, por su pobreza y desnudez de espíritu, según las austeras leyes del desierto, directa y continuamente dependientes del Espíritu Santo de Dios.
“Márchate de aquí” (1 Re 17, 2) Elías es el hombre que camina. ¡Caminar siempre! Es un itinerario místico al que se nos invita.
“Desierto de los anawin” trata de recrear un Monte Carmelo en el Parque Natural de las Sierras Subbéticas, ubicado en la zona sur de la provincia de Córdoba. Es un lugar donde hubo tradición eremítica en el siglo IV y XI, tanto cristiana como musulmana. Un lugar donde encontrar la fuente, la flor, el monte, la cueva, el torrente, el desierto, la lluvia, el silencio, la soledad, la brisa ligera. Un monasterio sin paredes. Dios en la intemperie. Un lugar que se puede reproducir en cualquier parte.
Con este apostolado se propone básicamente una experiencia de encuentro personal con Jesús en el medio natural (Laudato Si. Papa Francisco) desde la espiritualidad carmelita, imitando al Profeta Elías. Se traza un recorrido de una determinada distancia por rutas y senderos del Parque Natural, con el reparto de textos para meditar, se camina en silencio y a cierta distancia unos de otros (el número de asistentes debe ser siempre pequeño), se contempla la obra de Dios, se profundiza en el concepto de anawin, se cultiva la humildad, la pobreza, el desprendimiento y el vacío interior (a imitación de María, peregrina en la fe), la cueva estará presente en el recorrido, se comparte la comida, se celebra la Eucaristía y se pernocta en una ermita. Al día siguiente se hace oración comunitaria y nos ponemos en camino para la siguiente etapa que culminará en otra ermita. El silencio y la soledad imperan en toda la experiencia. Una variante, – a falta de los permisos civiles y/o eclesiásticos pertinentes-, sería trazar la ruta para hacer la pernocta en el pueblecito de Zuheros.
3.- Fundamentos de este apostolado: anawin, desierto, cueva y monte.
A) ANAWIN
En arameo, ANAWIN quiere decir: “Pobre de Dios, cuya riqueza es tener a Dios. Cree radicalmente en Él, y teniéndolo en su ser, le basta para sobrevivir”
Históricamente se decía de los ‘anawin’ que formaban un grupo, como un resto, cuya existencia se fundamentaba en la esperanza en Yahvéh, en la misericordia y compasión que tendría con su pueblo. Esos eran los pobres de espíritu. Por supuesto carecían de condecoraciones, influencias o prestigio social, ni honores de clase alguna. Pero sí tenían algo infinitamente superior: su fe y esperanza inquebrantables en su Dios. Y eso no tenía ni tiene precio. Está por encima de todo y de todos.
“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”
La palabra “pobre” ha de contextualizarse en los términos de humildad, de no dejar nunca de ser “mendigos ante Dios”, reconociendo humildemente la necesidad de ayuda divina.
Los bienaventurados son pobres “de espíritu”, que por su propia voluntad están dispuestos a soportar por amor de Dios esta dolorosa y humilde condición, incluso aunque realmente sean ricos y felices.
Ellos son los Anawin. Los pobres de Yahveh, de ese Resto de Israel.
De los humildes que supieron dejar sus preocupaciones en manos de Dios, surgió la salvación del pueblo elegido; por su fidelidad a Dios continuó la historia de la salvación, y de su más sublime representante, una joven virgen de Nazaret, María, nacería el Mesías prometido, el Hijo de Dios, el cual viviría auténticamente como un Pobre de Yahveh.
“Yo dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, y en el nombre de Yahvéh estará la esperanza del resto de Israel”. (So 3, 12-13)
“Y si quedará solamente la décima parte, también habría de ser entregada al fuego, como hacen con la raíz de la encina y del roble. De la raíz, sin embargo, brotará una raza santa”. (Isaías 6,13)
B) DESIERTO
DESIERTO: espacio geográfico que se caracteriza por ser un lugar apartado, solitario con frecuencia montes y lugares arriscados que reúne las condiciones necesarias para favorecer una vida de recogimiento y la práctica de la contemplación. Está organizado en un espacio geográfico, histórico, sociológico y espiritual de soledad y comunión. La presencia histórica de eremitas en estos paisajes de la Subbética deja en el aire un perfume, un rastro, que invita a recuperarlo.
“La seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón (Oseas 2,16) Gracia de predilección es la que Dios da al llevarnos al desierto. Pese a nuestras lecturas y a lo que llamamos nuestra experiencia, no sabemos, al entrar, lo que la soledad del desierto nos reserva.
Aquí, como en todas partes, no hay dos almas que sigan exactamente la misma pista; Dios no se repite en sus creaciones. Muy pocas veces (tal vez nunca) revela por adelantado sus designios.
La Regla que profeso me invita a esta experiencia, concretamente en los puntos números: (*)
*22. La “subida del Monte” implica la experiencia del desierto, en el cual, la llama viva del amor de Dios obra una transformación que hace apartarse al laico carmelita de todo, purificando, incluso, la imagen que se ha formado de Dios. Cuando se reviste de Cristo, es cuando comienza a aparecer como su imagen viva, hecho en El una nueva criatura.
*23. Esta transformación gradual hace capaz al terciario de discernir los signos de los tiempos y la presencia de Dios en la historia, fortaleciendo el sentido de hermandad y el de un compromiso serio y decidido en favor de la transformación del mundo.
*35. Los laicos carmelitas comparten además la pasión del profeta Elías por el Señor y por sus derechos, estando dispuestos a defender los derechos del hombre cuando sean pisoteados injustamente. Del profeta aprenden a dejarlo todo para adentrarse en el desierto y ser purificados y estar preparados para el encuentro con el Señor, para acoger su Palabra. Se sienten impulsados, como el Profeta, a promover la verdadera religiosidad contra los falsos ídolos.
*48. La experiencia del desierto, paradigmática en los acontecimientos del Profeta, se convierte en un paso obligado para los laicos carmelitas, llamados a ser purificados en el desierto de la vida y así poder encontrar al Señor auténticamente. También ellos recorren la vía insustituible del desierto de la mortificación interior, a fin de poder adentrarse en la escucha del Señor que habla a sus corazones en las nuevas y desconcertantes manifestaciones de la vida del mundo, pero también con signos a veces difíciles de interpretar, o con la voz silenciosa y apenas perceptible del Espíritu. Ellos vuelven entusiasmados de este encuentro y se manifiestan como animadores incansables del ambiente en el cual están llamados a actuar. Impulsados por este encuentro, son capaces de anunciarlo como la única respuesta a las tentaciones, siempre posibles, de la negación de Dios, o de la autosuficiencia orgullosa. Sostenidos por el Espíritu Santo, los terciarios no se desaniman por los fracasos aparentes, por la escasa acogida, por la indiferencia o por los éxitos de aquellos que viven de un modo contrario al Evangelio.
Esta es la Regla que profeso. Por ello, cuanto más ligero sea mi equipaje humano, cuanto más pobre sea de lo que estima el mundo, mayor será mi oportunidad de éxito, ya que Dios gozará de mayor libertad para manejarme. Me llama a vivir a solas con Él, a nada más.
El desierto es implacable: expele infaliblemente a todo el que se busca a sí mismo… Si abrigo el secreto deseo de ser o hacerme “alguien”, voy derecho al fracaso. Por tanto, entremos en él en santa desnudez…
“Yo, Yahveh, que soy tu Dios desde Egipto, te haré vivir de nuevo en tiendas de campaña, como en aquellos días del Encuentro. Hablaré a los profetas, multiplicaré las visiones y dictaré sentencias por medio de los profetas. (Oseas 12, 10)
C) CUEVA
La cueva no sólo es un lugar geográfico solitario y silencioso, sino también la dimensión de una personalidad contemplativa – misionera, como la del profeta Elías. Es una realidad existencial que a veces la buscamos… a veces es ella quien nos alcanza. Porque la “cueva” es un símbolo de la VERDAD. El desafío está en entrar y en aceptar el riesgo de que la existencia quede reducida a lo esencial. Este es el desafío. El peligro está en pasar de largo.
Una cueva es el lugar más opuesto al confort. Aceptar la austeridad –con su ley de lo mínimo necesario- es condición básica e indispensable para entrar y, sobre todo, para PERMANECER. Porque, aunque es un lugar de paso, hay que permanecer en ella el tiempo suficiente como para sentir la voz de su silencio.
En la cueva los ojos se van acostumbrando a la oscuridad del misterio. Se pacifica la agresividad y uno descubre que cerrar los ojos y orientar la mirada a la luz interior, es el mejor camino para VER.
La cueva es un símbolo de profundidad, de interioridad, de comunicación de la claridad con la opacidad. La cueva es un símbolo de misterio, de vida, de refugio, de acogida. En ella se aprende a descubrir la presencia misteriosa de Dios, que siempre nos asombra en todo lo humano.
“Allí entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de Yahvéh, que le dijo: ¿Qué haces aquí Elías?(1 Re 19, 9-16)
Pero… el Espíritu no protege, hace salir al descampado. La vida en el Espíritu, alimentada en la “cueva”, no es descanso, sino… camino, itinerario que hay que descubrir y recorrer día a día. Su impulso nos lleva a escalar las cotas más altas de la contemplación: la Subida del Monte Carmelo que es Cristo mismo.
En nuestra experiencia del Desierto de los anawin la “cueva” nos aupará para ascender los montes que nos rodean.
D) MONTE
Las montañas han sido veneradas en las grandes religiones como lugares sagrados donde el hombre experimenta lo “tremendo y fascinante” del Misterio. A ellas levantan sus ojos y dirigen sus pasos buscando la unión con Dios. Los montes simbolizan la cima de la Creación Divina, la morada, donde la revelación trasciende, el lugar donde están llamados los hombres para encontrarse con Él y alcanzar la perfección.
“Levanto mis ojos a los montes” (Sal 120,1)
Las montañas vistas desde abajo en su verticalidad representan la altura física, moral y espiritual a la que hay que ascender con esfuerzo; vistas desde arriba en su horizontalidad simbolizan el centro o eje del universo.
El monte Sión, el monte Horeb, el monte Carmelo, los montes de Galilea, el monte Tabor, el monte de los Olivos, el monte de las tentaciones, el monte de las bienaventuranzas, el monte de los milagros, el monte del Calvario. El buen Pastor es descrito como un camino de subida, de monte en monte. Incluso Él mismo buscando la oveja perdida y, cargándola sobre sus hombros, la ha elevado hasta Dios. Incluso el Cenáculo está “en la sala de arriba”.
“Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios” (Lc 6, 12)
“Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar” (Mc 6, 46)
“Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña” (Jn 6, 15)
El Desierto de los anawin es también una subida al monte de la perfección, el itinerario de vida cristiana descrito por S. Juan de la Cruz. Una subida que descarta el camino errado e imperfecto, por la vía estrecha al monte donde mora la gloria de Dios: “Subida al monte Carmelo”.
“Preparará el Señor para todos los pueblos en este monte un festín…” (Is 25,6).
Estos son los cimientos de este proyecto denominado el “Desierto de los Anawin”.
Finalizo resaltando el siguiente punto de la Regla de la Tercera Orden que profeso:
34. Como María, la primera entre los humildes y entre los pobres del Señor, los laicos carmelitas se sienten llamados a ensalzar las maravillas realizadas por el Señor en sus propias vidas.
D. Rafael Rodriguez Cantero
Terciario Carmelita
rrcantero@futurnet.es