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Digamos no a la pobreza


El aumento de las desigualdades, el empobrecimiento y la falta de oportunidades económicas, son las situaciones más inhumanas e hirientes que vive una parte de nuestra sociedad, debido a la creciente concentración de la riqueza en manos de una minoría irresponsable e inconsciente.

Estamos dentro de un gran proceso de acumulación de riquezas mientras otros son desposeídos de ellas, es decir, los ricos son cada vez más ricos porque los pobres son cada vez más pobres. La riqueza se está concentrando en manos de una minoría que controla la mayoría de los medios de comunicación social, lo que les permite ocultar y manipular la realidad en función de sus propios intereses. De ahí que nuestro Papa Francisco nos ponga sobre aviso: “Cuando la sociedad abandona en la periferia a una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad, porque el sistema social y económico es injusto en su raíz” (EG50).

Hablamos demasiado de pobreza y sería más correcto hablar de empobrecimiento o miseria, porque hay una pobreza que se elige como opción de vida, como un camino de liberación de las ataduras de los bienes materiales, como una renuncia a poseer bienes propios. Pero en este artículo os estamos hablando, más bien, del camino del empobrecimiento que, impuesto injustamente, destruye a las personas porque no les permite vivir con dignidad.

Los desahucios que viven muchos de nuestros propios familiares, las colas en las puertas de Cáritas, el aumento de depresiones y de suicidios de los que nadie habla, no es parte de la pobreza escogida como estilo de vida, no es la pobreza que libera sino que es el la consecuencia del empobrecimiento que margina y roba la condición de persona, porque  lleva a malvivir en situación de exclusión, sin el mínimo exigido para hacerlo dignamente.

El empobrecimiento no se escoge; más bien, se padece y se sufre. No es posible encontrar equilibrio o serenidad en una familia en la que el padre y la madre están sin trabajo y cuentan sólo con una ayuda de 600 euros para salir al frente de todas las necesidades, de los hijos, del alquiler o la hipoteca del piso. Ante esta realidad el Papa nos dice: “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos”(EG49)

El empobrecimiento es una realidad social, fruto de una sociedad injusta que no reconoce que todos somos iguales, que todos tenemos un derecho universal y común a la vida, al acceso a los bienes que la hacen digna y humana. El Papa nos exhorta: “Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética en favor del ser humano”(EG49)

¿Es Voluntad de Dios el empobrecimiento de una parte de la sociedad?

Existe una gran mentira que es necesario desmontar. La pobreza no es natural. Dios no la quiere, ni tampoco es inevitable. El empobrecimiento de parte de la sociedad tiene causas sociales, económicas, políticas y también a nivel ideológico: nos repiten constantemente que la pobreza es natural, que es voluntad de Dios e inevitable, que siempre ha habido y habrá pobres entre nosotros. Estos argumentos quieren ocultar las causas que están provocando y perpetuando situaciones de empobrecimiento.

Si decimos que el empobrecimiento no es natural, que Dios no lo quiere, queremos expresar que se puede acabar con él; no podemos aceptar la constante manipulación a través de la cual llegan a convencernos que el empobrecimiento es inevitable, porque terminaremos por resignarnos, por aceptar situaciones injustas, por culpabilizar a Dios, por entrar en una actitud de pasividad frente a una realidad que nos incumbe.

Hay otro efecto negativo y destructor, cuando se llega a la interiorización de éste mensaje que incluso hace culpable a los pobres de su situación de empobrecimiento, con lo que son doblemente víctimas. En este sentido nos dice el Papa Francisco: “Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones y pretenden encontrar la solución en una educación que los tranquilicen y los conviertan en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países –en sus gobiernos, empresarios e instituciones- cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes”(EG59).

En el año 2000 nos vendieron con bombo y platillo los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Son ocho propósitos de desarrollo humano que los 189 países miembros de las Naciones Unidas acordaron conseguir para el año 2015. Toda la euforia de los objetivos del Milenio se ha limitado a reducir la pobreza extrema. Los 1.300 millones que vivían con menos de un dólar al día se han reducido a la mitad en 2015, es decir, que unos seiscientos millones de personas pasarán de ser extremadamente pobres a pobres, a vivir con algo más de un dólar, pero con menos de 2 dólares al día. El Papa escribe con relación a esto: “¡El dinero debe servir y no gobernar! El Papa ama a todos, ricos y pobres, pero tiene la obligación, en nombre de Cristo, de recordar que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos.”(EG58)

A pesar de estos datos optimistas, el panorama actual no se presenta tan alentador: según un estudio conjunto del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, entre cincuenta y noventa millones de personas más se hundirán en la pobreza extrema (menos de un dólar diario) a consecuencia de la crisis económica global que nos está afectando en estos momentos. Ambas Instituciones alertan de que a este ritmo los países en desarrollo serán incapaces de alcanzar los objetivos establecidos por el PNUD en el Desarrollo del Milenio.

Causas

Existen estructuras económicas que impiden el progreso y que perpetuán actitudes de empobrecimiento. Si no las identificamos y las corregimos, difícilmente podremos crear prosperidad, sin importar cuánto tiempo, recursos, dinero, preocupación, lamentos o sermones dediquemos a la solución del empobrecimiento

Si queremos vivir en un mundo de ciudadanos iguales, en una sociedad justa, equitativa, solidaria, en una sociedad que corresponda al sueño de Dios, a lo que el Evangelio llama Reino de Dios, no podemos aceptar los actuales procesos de empobrecimiento que condenan a mal vivir a una gran mayoría de la población mundial. “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos” dice el Papa (EG49).

Las desigualdades sociales que están en la raíz de la pobreza son claramente estructurales y tienen que ver con la injusticia y la exclusión creadas por un sistema que se niega a ver la realidad de millones de personas que no tienen para vivir con dignidad. El actual sistema financiero es el causante de las enormes desigualdades económicas. Las causas del empobrecimiento actúan a través de las leyes, que protegen los intereses de los más ricos, de las multinacionales frente a los Estados soberanos, especialmente los países pobres, y permiten la gran enfermedad de nuestro mundo: la corrupción.

¿Hay soluciones?

No existen soluciones mágicas pero creemos que un cambio es posible. Nos dice el Papa: “Por favor, ¡no os dejéis robar la esperanza! ¿Y quién te roba la esperanza? El espíritu del mundo, las riquezas, el espíritu de la vanidad, la soberbia, el orgullo. Todas estas cosas te roban la esperanza” (Homilía Domingo de Ramos).

La crisis que se está viviendo es real. Frente a ella debemos apostar por la lucha contra la corrupción, el fraude y la evasión fiscal. Una apuesta que es mucho más efectiva que los recortes o las medidas regresivas que recaen sobre los más débiles. Sin olvidar que la población exige transparencia en todas las instancias y en todos los niveles de los gobiernos.

Es urgente reforzar la confianza en el sistema político, ante la crisis y los escándalos de corrupción que vivimos. La confrontación política en estos momentos no nos ayuda; sería el momento de darse la mano, de unir fuerzas, de demostrar a los ciudadanos que todos estamos haciendo lo máximo para salir del empobrecimiento que padece una gran parte de la población.

Los Derechos Humanos no son un lujo, son derechos y, como tal, son universales. Las políticas tienen que cumplir con los principios democráticos, asumiendo que las demandas y necesidades de la ciudadanía deben ser tenidas en cuenta de manera prioritaria para garantizar la estabilidad vital de cada una de las personas que formamos parte de un mundo sin fronteras. “Tratemos de construir una sociedad y una economía en las que el hombre y su bien, y no el dinero, sean el centro” (Papa Francisco. Esta economía mata.2015)

Son necesarias medidas que propicien un reparto justo de las riquezas y que este reparto se visibilice en políticas concretas que ayuden a la erradicación de las causas estructurales de la pobreza. La reducción de la desigualdad es ahora más necesaria que nunca.

Sabemos que para alcanzar esta meta hay que lograr una sociedad más cohesionada e impulsar medidas que incrementen la responsabilidad individual y colectiva, en la que los dirigentes políticos vayan a la cabeza; por eso hemos de educar en valores de solidaridad y de libertad orientados a la búsqueda del bien común.

Sin políticas sociales justas y el presupuesto necesario para que luchen firmemente y de manera real contra el empobrecimiento y las desigualdades en todo el mundo, no podrá llevarse a cabo el cambio de rumbo que urge tomar. Es deber de todos los gobiernos promover políticas coherentes que no permitan el enriquecimiento de la minoría a costa del empobrecimiento de la mayoría. “Nunca resolveremos los problemas del mundo sin una solución de los problemas de los pobres. Se necesitan programas, mecanismos y procesos orientados a una mejor distribución de los recursos, a la creación de trabajo, a la promoción integral de los excluidos.» EG58)

Ante esta realidad que vive la sociedad el Papa Francisco nos propone ir al encuentro del pobre “no se puede hablar de pobreza si no se la experimenta con una inserción directa en los lugares en los que se vive”. “No se puede hablar de pobreza, de pobreza abstracta, ¡ésta no existe! La pobreza es la carne de Jesús pobre, en ese niño que tiene hambre, en quien está enfermo, en esas estructuras sociales que son injustas” (Mensaje de cuaresma 2014).

Estoy totalmente convencido que es posible erradicar el empobrecimiento de la sociedad, pero jamás se podrá lograr sin un cambio ético y moral en el corazón de los dirigentes políticos y de los ciudadanos en general. Este cambio tiene que ir acompañado a través de la oración, por esto me uno al Papa que dice que para alcanzar esta conversión son necesarios: “hombres y mujeres con los brazos elevados hacia Dios para rezarle, conscientes de que el amor y el compartir de los que deriva el auténtico desarrollo no son un producto de nuestras manos, sino un don que hay que pedir. Y, al mismo tiempo, estoy convencido de que es necesario que estos hombres y estas mujeres se comprometan, a todos los niveles, en la sociedad, en la política, en las instituciones y en la economía, poniendo al centro el bien común” (Papa Francisco. Esta economía mata.2015).

Fr. Alejandro Peñalta, O. Carm.