III Domingo de Adviento «Gaudete»
El testimonio de Jesús sobre Juan Bautista
Mateo 11,2-11
1. Invocamos al Espíritu Santo
Espíritu de Dios, que al comienzo de la creación te cernías sobre los abismos del universo y transformabas en sonrisa de belleza el gran despertar de las cosas, desciende ahora sobre la tierra y dónale el escalofrío de los comienzos.
Este mundo que envejece, rózalo con el ala de tu gloria. Devuélvenos a los primeros gozos Vuélvete sin medida sobre todas nuestras aflicciones. Inclínate una vez más sobre nuestro viejo mundo en peligro. Y el desierto finalmente de nuevo será jardín, y en el jardín florecerá la justicia y fruto de la justicia será la paz. Espíritu de Dios, que junto a las orillas del Jordán descendisteis plenamente sobre la cabeza de Jesús y lo proclamaste Mesías, inunda esta porción de tu cuerpo místico recogida ante tí. Adórnala con un vestido de gracia. Conságrala con la unción e invítala a llevar el alegre anuncio a los pobres y vendar las heridas de los corazones destrozados, a proclamar la libertad de los esclavos, la liberación de los prisioneros y a promulgar el año de misericordia del Señor. Líbranos del miedo del no poder más. Que de nuestros ojos salgan invitaciones a sobrehumana transparencia. Que de nuestro corazón brote abundantemente audacia mezclada con ternura. Que de nuestras manos se derrame la bendición del Padre sobre todo lo que acariciamos. Haz resplandecer de gozo nuestros cuerpos Revístelos de vestidos nupciales. Y cíñelos con cinturas de luz, para que, para nosotros y para todos, no tarde el Esposo.
T. Bello
2. El texto
²Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: ³«¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» ⁴Jesús les respondió: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: ⁵los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ⁶¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!» ⁷Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: «¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ⁸¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? Mirad, los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes.⁹Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. ¹⁰Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará tu camino por delante de ti. ¹¹«En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.»
3. Volvemos a releer el texto evangélico
Susurramos con calma las palabras del evangelio, haciéndolas pasar poco a poco de la lengua a la mente, de la mente al corazón. Gustamos con calma algunas de estas palabras…
4. Examinamos más de cerca el texto de Mateo
* La cárcel para Juan , como para todos, es lugar de segregación, una especie de “mundo aparte” que lo vuelve casi extraño a todo lo que constituye la vida normal y deforma la percepción de las noticias que recibe del exterior. No nos extrañe, también por este motivo, la pregunta del Bautista que, precisamente, había sido el primero en reconocer en Jesús “el más potente” (3,11) y el juez escatológico que “tiene en una mano el bieldo” (3,12). inclinándose ante Él con humildad y temblor (cfr 3,11).
* Juan Bautista, estando en la cárcel, escucha las noticias sobre Jesús: también nosotros cada día, estando en “nuestras prisiones” de soledad y de alejamiento de Dios o del dolor, escuchamos “cualquier cosa” que viene de muchas fuentes y nos sentimos perturbados. A veces es difícil distinguir la buena noticia del evangelio en medio de tantas cosas que suceden cada día. Sin embargo las obras del hombre Jesús son las “obras de Cristo”, aunque muchas veces no caigamos en la cuenta, tal como le sucede a Juan.
* Es lícito suponer: Jesús se estaba revelando gradualmente como Mesías, pero lo hacía rompiendo los cánones del ideal hebraico y de las acostumbradas interpretaciones de las sagradas Escrituras: no estaba “haciendo justicia”, no estaba separando los buenos de los malos como la criba separa el grano bueno de la paja; predicaba con energía la conversión, pero perdonaba a los pecadores; se mostraba “manso y humilde de corazón” (Mt 11-29), abierto y disponible a todos, ajeno a cualquier forma chabacana de contestar al sistema. Es posible pensar, por esto, que Juan haya entrado en crisis, porque Jesús no correspondía al Mesías que él esperaba y que había siempre predicado; por tanto, envía una delegación a Jesús para proponer algunas cuestiones y traer una palabra que ponga un poco de luz en este misterio de contradicción: ¿Quién eres tú, Jesús?¿Qué dices de ti mismo? ¿Cómo podemos creer en ti, si, de frente a la prepotencia e injusticia, te manifiestas como el Mesías paciente, misericordioso, no violento? ¿Quién de nosotros no ha intentado hacerse una idea más precisa de Aquel en el cual cree y en su modo de obrar, cuando la vida lo ha hecho enfrentarse a tantas contradicciones e injusticias, incluso en la Iglesia? ¿Quién de nosotros no se ha fatigado en ver e interpretar correctamente los signos de la presencia activa del Señor dentro de la propia historia? Es difícil acoger un Dios “diverso” de nuestros esquemas y por esto no podemos acusar al Bautista, porque también nosotros estamos sujetos a la tentación de querer un Dios que tenga nuestros sentimientos, gustos y que sea, más bien, algo vengativo en hacer “justicia”. Quisiéramos a veces un Dios hecho a nuestra imagen y semejanza, pero “mis pensamientos no son vuestros pensamientos, vuestros caminos no son mis caminos.” (Is 55,8)
* Cristo se somete humildemente al interrogatorio y responde indicando a los discípulos de Juan un verdadero y propio método de comprensión y de anuncio: “Id y contad a Juan lo que oís y veis”. El cuarto evangelista reclama el mismo método abriendo su primera carta: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que nuestras manos han tocado, o sea el Verbo de la vida (porque la vida se ha hecho visible, y nosotros hemos visto y por eso damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba junto al Padre y se ha hecho visible a nosotros) lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros” (Jn 1,1-3). Este es el método misionero adoptado por la Iglesia primitiva: el método aprendido de la encarnación del Verbo. El anuncio verdadero y eficaz pasa a través de comunicación sencilla y modesta de la experiencia personal: las palabras sin rumor de una vida tejida de fe.
* Indirectamente, Jesús invita al mismo Juan a oír y ver lo que él está enseñando y haciendo. Así el último de los profetas podía recordar y ahora reconocer que cuanto Jesús dice y hace corresponde a las grandes profecías mesiánicas, de las cuáles es rico el Antiguo Testamento. Es el mecanismo de la “memoria religiosa”, sin la cual la fe no se enciende nunca, y sobre todo, no puede sobrevivir a los golpes de los escándalos que la vida pone delante: las obras de Dios del pasado son el signo de su fidelidad a las promesas y prenda de sus obras del futuro. Empeñarse en recordar cada día “las grandes cosas” que Dios ha hecho por nosotros y en nosotros (cfr. Lc 1,49), no significa caer en una estéril repetición, sino llevar la semilla de la gracia activa de Dios poco a poco hasta lo más profundo de nosotros mismos, para que pueda germinar y dar fruto. También la Eucaristía es recuerdo: es “memorial de la Pasión del Señor”, recuerdo vivo y actual de la salvación otorgada a cada uno de nosotros.
* El contraste entre “grande” y “pequeño” se ha puesto a propósito para aclarar a todos los creyentes que para ser grande es necesario convertirse cada vez en más pequeño. En su “grandeza” humana Juan viene señalado por Jesús como el más pequeño en el reino y también por Juan se pone la exigencia evangélica de “hacerse pequeño” en las manos de Dios. Es la misma exigencia que se pone cada día para cada uno de nosotros tentados de asemejarnos a los “grandes” y a los “poderosos” al menos en el deseo.
5. Oramos la Palabra dando gracias al Señor
Dios de nuestro gozo, dador de toda salvación (Salmo 146)
Yahvé guarda por siempre su lealtad, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos.
Yahvé libera a los condenados. Yahvé abre los ojos a los ciegos, Yahvé endereza a los encorvados, Yahvé protege al forastero, sostiene al huérfano y a la viuda.
Yahvé ama a los honrados, y tuerce el camino del malvado. Yahvé reina para siempre, tu Dios, Sión, de edad en edad.
6. De la Palabra a la contemplación
Señor Jesús que “estás por venir”. No tardes más y escucha el grito de los pobres que te miran para obtener la salvación, justicia y paz. Danos ojos limpios y un corazón puro para saber discernir tu presencia activa y fecunda en los acontecimientos de nuestro “hoy” que se nos presenta tan gris y falto de rayos de esperanzas.
¡Ven, Señor Jesús! “El Espíritu y la Esposa dicen: «¡Ven!» Y el que escucha diga: «¡Ven!» El que tenga sed venga; y el que quiera tome gratis el agua de la vida. Aquel que testifica estas cosas dice: «¡Sí, vendré pronto!» Amén. Ven, Señor Jesús.”
(Ap 22,17,20)
Fuente: Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)