II Domingo del Tiempo ordinario
La llamada de los primeros discípulos
Juan 1,35-42
1. Oración inicial
Pastor bueno, Padre mío, también Tú hoy desciendes de los montes eternos y llevas contigo a tu rebaño a las verdes praderas, de hierba fresca y agua buena. Tú hoy manda delante de ti a tu oveja predilecta, al Cordero a quien amas con amor inconmensurable; Tú nos das a tu Hijo Jesús, el Mesías. Míralo, está aquí. Te pido que me ayudes a reconocerlo, a fijar sobre Él mi mirada, mi deseo, mi esperanza. Haz que yo lo siga, que no me separe de Él, que entre en su casa y allí me quede, para siempre. Su casa, oh Padre, eres Tú mismo. En Ti yo quiero entrar, quiero vivir. El soplo de tu Espíritu me atraiga, me sostenga y me una en amor a Ti y a tu Hijo, mi Señor, hoy y por todos los siglos de los siglos. Amén
2. Lectura
a) Para colocar el pasaje en su contexto:
Este pasaje se encuentra al principio de la narración evangélica de Juan, medida por el recorrido de una semana, día tras día. Aquí estamos ya en el tercer día, cuando Juan el Bautista ha comenzado a dar su testimonio sobre Jesús, que llega a su plenitud, con la invitación a los discípulos de seguir al Señor, al Cordero de Dios. En estos días se inaugura el ministerio de Jesús, Palabra del Padre, que desciende en medio de los hombres para encontrarlos y hablar con ellos y vivir en medio de ellos. El lugar es Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba: aquí se realiza el encuentro con el Verbo de Dios y comienza la vida nueva.
b) Para ayudar a la lectura del pasaje:
vv. 35-36: Juan Bautista vive una experiencia fortísima a raíz del encuentro con Jesús: de hecho, es precisamente aquí, al tercer día, cuando él lo reconoce plenamente, cuando lo proclama con todas las fuerzas y lo señala como verdadero camino que se debe seguir, como vida, que se debe vivir. Aquí Juan disminuye hasta desaparecer y se agiganta como testimonio de la Luz.
vv. 37-39: Habiendo acogido el testimonio de su maestro, los discípulos de Juan comienzan a seguir a Jesús; después de haber escuchado la voz, ellos encuentran la Palabra y se dejan interrogar por ella. Jesús los mira, los conoce y comienza su diálogo con ellos. Él los lleva consigo, los introduce en el lugar de su morada y les hace estar con Él. El evangelista registra la hora precisa de este encuentro cara a cara, de este cambio de vida entre Jesús y los primeros discípulos.
vv. 40-42: De repente cunde el testimonio: Andrés no puede callar lo que ha oído y visto, lo que ha experimentado y vivido y se convierte en misionero, llamando a su hermano Pedro para que él también encuentre a Jesús. Él, fijando su mirada sobre aquel hombre, lo llama y transforma su vida; era Simón, ahora se ha convertido en Pedro.
c) El texto:
³⁵Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos. ³⁶Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios». ³⁷Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. ³⁸Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Rabbí -que quiere decir `Maestro’- ¿dónde vives?» ³⁹Les respondió: «Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o menos la hora décima. ⁴⁰Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. ⁴¹Éste encuentra primeramente a su propio hermano, Simón, y le dice: «Hemos encontrado al Mesías» – que quiere decir, Cristo. ⁴²Y le llevó a Jesús. Fijando Jesús su mirada en él, le dijo:«Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» – que quiere decir, `Piedra’».
3. Un momento de silencio orante
Estoy en silencio y dejo que estas palabras tan sencillas, pero poderosas, me envuelvan, tomando posesión de mi vida. Dejo que Jesús, viniendo, fije sobre mí su mirada, dejo que me pregunte, como a ellos: “¿Qué buscas?” y dejo que me lleve consigo, a su casa. Porque, sí, quiero vivir junto a Él…
4. Algunas preguntas
Trato ahora de escuchar todavía mejor este pasaje, recogiendo cada palabra, cada concepto, estando atento a los movimientos, a las miradas. Trato de encontrar verdaderamente al Señor en esta página, dejándome escrutar y conocer por Él.
a) “Al día siguiente Juan estaba todavía allí” Siento, en estas palabras, la insistencia de la búsqueda, de la esperanza; siento la fe de Juan Bautista que crece. Los días están pasando, la experiencia del encuentro con Jesús se intensifica: Juan, no ceja, no se cansa, al contrario, cada vez está más seguro, más convencido, luminoso. Él está, se queda. Me comparo con la figura del Bautista: ¿Soy yo uno que está, que se queda? ¿O más bien, me retiro, me canso, me fatigo y dejo que mi fe se apague? ¿Yo estoy o me siento, atiendo o no espero más?
b) “Fijando la mirada sobre Jesús” Hay aquí un verbo bellísimo, que significa” mirar con intensidad”, “penetrar con la mirada” y se repite también en el v. 42, referido a Jesús, que mira a Pedro para cambiarlo de vida. Muchas veces, en los evangelios, se dice que Jesús fija su mirada sobre sus discípulos (Mt 19,26), o sobre una persona en particular (Mc 10,21); sí, Él fija para amar, para llamar, para iluminar. Su mirada no se separa nunca de nosotros, de mí. Sé que sólo puedo encontrar la paz intercambiando esta mirada. ¿Cómo puedo simular que no lo veo? ¿Por qué continuar fijando la mirada allí y allá, huyendo del amor del Señor, que sí se ha fijado en mí y me ha elegido?
c) “Siguieron a Jesús” Esta expresión, referida a los discípulos, no significa solamente que ellos comienzan a caminar en la misma dirección que Jesús, sino mucho más: que ellos se consagran a Él, que comprometen su vida por Él, para Él. Es Él quien toma la iniciativa, lo sé y el que me dice: “Tú sígueme”, como al joven rico (Mt 19,21), como a Pedro (Jn 21,22); pero yo ¿cómo respondo en verdad? ¿Tengo el valor el amor, el ardor para decirle: “Maestro, yo te seguiré adondequiera que vayas” (Mt 8,19) confirmando las palabras con los hechos? ¿O también digo yo como aquel del evangelio: “Te seguiré, pero deja primero que….”(Lc 9,61)?
d) “¿Qué buscáis? Por fin el Señor pronuncia sus primeras palabras en el evangelio de Juan y son una pregunta bien precisa, dirigida a los discípulos que lo están siguiendo, dirigida a nosotros, a mí personalmente. El Señor fija su mirada sobre mí y me pide: “¿Qué estás buscando? No es fácil responder a esta pregunta; debo bajar al fondo de mi corazón y allí escucharme, medirme, verificarme. ¿Qué busco yo verdaderamente? ¿Mis energías, mis deseos, mis sueños, mis haberes a donde se dirigen?
e) “Se quedaron con Él” Los discípulos se quedan con Jesús, empiezan a vivir junto a Él, a tener la casa en común con Él. Aun más, quizás empiezan a experimentar que el mismo Señor es su nueva casa. El verbo que aquí usa Juan, puede significar simplemente habitar, pararse, pero también morar en el sentido fuerte de habitar uno en el otro. Jesús habita en el seno del Padre y nos ofrece también a nosotros la posibilidad de habitar en Él y en toda la Trinidad. Él se ofrece hoy, aquí, a mí, para vivir juntos esta indecible, espléndida experiencia de amor. ¿Qué decido, por tanto? ¿Me paro también yo como los discípulos y me quedo con Él, en Él? ¿O me voy, me sustraigo de su amor y corro a buscar otra cosa?
d) “Y lo condujo a Jesús” Andrés corre a llamar a su hermano Simón, porque quiere compartir con él el don infinito que ha recibido. Da el anuncio, proclama al Mesías, al Salvador y tiene la fuerza de llevar consigo a su hermano. Se convierte en guía, se convierte en luz, vía segura. Es este un pasaje muy importante: del encuentro y del conocimiento de Jesús, al anuncio. No sé si estoy preparado para esto, no sé si soy lo suficientemente abierto y luminoso para hacerme testigo de Él, que se me ha revelado con tanta claridad. ¿Tengo quizás miedo, me avergüenzo, no tengo fuerzas, soy perezoso, soy un pasota?
5. Una clave de lectura
a) El Cordero de Dios:
b) Ver:
c) Permanecer – morar:
6. Un momento de oración: Salmo 34
Rit. Tu rostro, oh Señor, yo busco, no me escondas tu rostro.
Consulté a Yahvé y me respondió: me libró de todos mis temores. Los que lo miran quedarán radiantes, no habrá sonrojo en sus semblantes. Si grita el pobre, Yahvé lo escucha, y lo salva de todas sus angustias. El ángel de Yahvé pone su tienda en torno a sus adeptos y los libra.
Gustad y ved lo bueno que es Yahvé, dichoso el hombre que se acoge a él. Respetad a Yahvé, santos suyos, que a quienes le temen nada les falta. Los ricos empobrecen y pasan hambre, los que buscan a Yahvé de ningún bien carecen. Venid, hijos, escuchadme, os enseñaré el temor de Yahvé.
Los ojos de Yahvé sobre los justos, sus oídos escuchan sus gritos; Cuando gritan, Yahvé los oye y los libra de sus angustias; Yahvé está cerca de los desanimados, él salva a los espíritus hundidos. Muchas son las desgracias del justo, pero de todas le libra Yahvé.
7. Oración final
Padre, te doy gracias por haberme concedido la presencia de tu Hijo Jesús en las palabras luminosas de este evangelio; gracias por haberme hecho escuchar su voz, por haber abierto mis ojos para reconocerlo; gracias por haberme puesto en el camino para seguirlo y entrar en su casa. Gracias porque puedo morar con Él, en Él y porque Él, y contigo, estáis en mí. Gracias por haberme, una vez más llamado, haciendo nueva mi vida. Haz de mí, te ruego un instrumento de tu amor: que yo no deje nunca de anunciar al Cristo que viene; que yo no me avergüence, no me cierre, no me apague, sino que me vuelva siempre más feliz, por llevar a Él, a los hermanos y hermanas que tú me haces encontrar cada día. Amén.
Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)