XX Domingo del tiempo ordinario
Jesús, el Pan de vida
Juan 6,51-58
Invocamos la presencia de Dios
Shadai, Dios de la montaña, que haces de nuestra frágil vida la roca de tu morada, conduce nuestra mente a golpear la roca del desierto, para que brote el agua para nuestra sed. La pobreza de nuestro sentir nos cubra como un manto en la oscuridad de la noche y abra el corazón, para acoger el eco del Silencio y así el alba, envolviéndonos en la nueva luz matutina, nos lleve con las cenizas consumadas por el fuego de los pastores del Absoluto, que han vigilado por nosotros junto al Divino Maestro, al sabor de la santa memoria.
1. Lectio
a) El texto:
⁵¹Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.» ⁵²Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» ⁵³Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. ⁵⁴El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. ⁵⁵Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. ⁵⁶El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. ⁵⁷Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. ⁵⁸Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.»
b) Momento de silencio:
Dejamos que la voz del Verbo resuene en nosotros.
2. Meditatio
a) Algunas preguntas:
Yo soy el pan de vida… Jesús, carne y sangre, pan y vino. Son las palabras que sobre el altar operan un cambio, como dice San Agustín: “ Si quitas la palabra, es pan y vino; añades la palabra, y ya es otra cosa. Y esta otra cosa es el cuerpo y la sangre de Cristo. Quitas la palabra es pan y vino; añades la palabra y se convierte en sacramento”.
- ¿Cuán importante es la palabra de Dios para mí?
- Si se pronunciara sobre mi carne ¿me puede convertir en pan para el mundo?
b) Entremos dentro del texto:
v. 51. “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan vivirá para siempre y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. El evangelio de Juan, no nos transmite el relato de la institución de la Eucaristía, sino el significado que ella asume en la vida de la comunidad cristiana. La simbología del lavatorio de los pies y el mandamiento nuevo (Jn 13,1-35) quieren ser el memorial del pan que se parte y del vino que se derrama. Los contenidos teológicos son los mismos que en los sinópticos. La tradición cultual de Juan se puede sin embargo encontrar en el “discurso eucarístico” que sigue al milagro de la multiplicación de los panes (Jn 6,26-65), un texto que pone en evidencia el significado profundo de la existencia de Cristo donada al mundo, don que es fuente de vida y que lleva a una comunión profunda en el nuevo mandamiento de la pertenencia. La referencia al antiguo milagro del maná es explicativa de la simbología pascual en la que el sentido de la muerte es asumido y superado por la vida: “Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que desciende del cielo para que quien lo coma no muera” (Jn 6,49-50). Destinatario del pan del cielo (cfr Éx 16; Jn 6,31-32) en figura o en la realidad son no tanto cada uno, como la comunidad de los creyentes, aunque cada uno sea llamado a participar personalmente en el alimento dado para todos. Quien come el pan viviente no morirá: el pan de la revelación es el lugar de una vida que no tiene ocaso. Del pan, Juan pasa a usar otra expresión para indicar el cuerpo: Sarx. En la Biblia este término designa a la persona humana en su frágil realidad y débil delante de Dios, en Juan la realidad humana del Verbo divino, hecho hombre (Jn 1,14ª): el pan se identifica con la carne misma de Jesús. En este caso no se trata de un pan metafórico, o sea de la revelación de Cristo al mundo, sino del pan eucarístico. Mientras la revelación, o sea el pan de la vida, identificado con la persona de Jesús (Jn 6,35) lo da el Padre (el verbo dar es presente, v.32), el pan eucarístico sea, el cuerpo de Jesús será ofrecido por Él mismo con su muerte en la cruz prefigurada en la consagración del pan y del vino durante la cena: “ Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
v. 52: Entonces los judíos se pusieron a discutir entre ellos: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Comienza el drama con un pensamiento que se queda en la entrada de lo visible y material y no osa traspasar el velo del misterio. El escándalo de quien cree sin creer… de quien pretende saber y no sabe. Carne para comer: la celebración de la Pascua, rito perenne que se perpetuará de generación en generación, fiesta del Señor y memorial (cfr Éx 12,14), del cual Cristo es el significado. La invitación de Jesús a hacer lo que Él ha hecho “ in memoria” de Él, tiene su paralelismo en las palabras de Moisés, cuando prescribe el recuerdo pascual: “Este día será para vosotros un memorial y vosotros lo festejaréis” (Éx 12,14). Ahora, nosotros sabemos que para los hebreos la celebración de la Pascua no era solamente el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino también su actualización de nuevo, en el sentido de que Dios está dispuesto a ofrecer de nuevo a su pueblo la salvación de quien, en las cambiantes circunstancias históricas, tenía necesidad. De esta manera el pasado hacía irrupción en el presente, llevado de su fuerza salvífica. Del mismo modo el sacrificio eucarístico “podrá”, dar por los siglos “carne para comer”.
vv. 53. Jesús dice: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. Juan, como los sinópticos, utiliza expresiones separadas para indicar el entregarse Cristo a la muerte, no queriendo entender con esto la separación en partes, sino la totalidad de su persona donada: la corporeidad espiritualizada del Cristo resucitado, totalmente compenetrado por el Espíritu Santo en el acontecimiento Pascual, se convertirá en manantial de vida para todos los creyentes, de modo especial mediante la eucaristía, que une estrechamente a cada uno de ellos con el Cristo glorificado a la derecha del Padre, haciéndole partícipe de su misma vida divina. No se nombran las especies del pan y del vino, sino directamente aquello que en ellos es significado: carne para comer porque Cristo es presencia que nutre la vida y sangre para beber – acción sacrílega para los judíos- porque Cristo es cordero inmolado. Es evidente aquí el carácter litúrgico sacramental: Jesús insiste sobre la realidad de la carne y de la sangre refiriéndose a su muerte, porque en la inmolación de las víctimas para el sacrificio la carne era separada de la sangre.
v.54 “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”. La Pascua vivida por Jesús hebreo y por el cristianismo primitivo recibe una nueva alma: la de la resurrección de Cristo, definitivo éxodo de la libertad perfecta y plena (Jn 19,31-37), que encuentra en la eucaristía el nuevo memorial, símbolo de un Pan de vida que sostiene en el camino del desierto, sacrificio y presencia que sostiene al nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, que , atravesadas las aguas de la regeneración, no se cansará de hacer memoria como Él ha dicho (Lc 22,19: 1Cor 11-24) hasta la Pascua eterna. Atraídos y penetrados por la presencia del Verbo hecho carne, los cristianos viven en la peregrinación del tiempo su Pesach, el paso de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios: en conformidad con Cristo, se harán capaces de proclamar las obras maravillosas de su admirable luz, ofreciendo la eucaristía de la propia corporeidad: sacrificio viviente, santo y grato en un culto espiritual (Rom 12,1) que le conviene al pueblo de su conquista, estirpe elegida, sacerdocio real (cfr. 1Pt 2,9).
vv. 55-56. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Es fuerte la incidencia que esta oferta de la vida de Cristo tiene en la vida del creyente: “Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (Jn 6,56). La comunión de vida que Jesús tiene con el Padre se ofrece a todo el que come el cuerpo sacrificado de Cristo: esto se entiende sin caer en una concepción mágica de un alimento sacramental que conferiría automáticamente la vida eterna a quiénes lo han comido. La oferta de la carne y de la sangre exige la predicación para hacerla inteligible y para suministrar la necesaria comprensión de la acción de Dios, requiere la fe por parte del que participa al banquete eucarístico, y requiere la acción preveniente de Dios, de su Espíritu, sin la cual no puede haber ni escucha ni fe.
v.57. Como el Padre, que tiene la vida, me ha enviado y yo vivo por el Padre, así también aquél que come vivirá por mí. El acento no se pone sobre el culto como momento culminante y fundamento de la caridad, sino en la unidad del cuerpo de Cristo vivo y operante en la comunidad. No se da liturgia sin vida. “Una eucaristía separada de la caridad fraterna equivale a la propia condenación, porque se desprecia el cuerpo de Cristo que es Comunidad”. En la liturgia eucarística, de hecho, el pasado, el presente, el futuro de la historia de la salvación, encuentran un símbolo eficaz para la comunidad cristiana, expresivo y nunca sustitutivo de la experiencia de fe que no puede faltar de historicidad. Con la Cena y la Cruz, inseparables, el pueblo de Dios ha entrado en posesión de las antiguas promesas, la verdadera tierra más allá del mar, del desierto, del río, tierra donde corre leche y miel de una libertad capaz de obediencia. Todas las grandes realidades de la antigua economía encuentran en esta hora (cfr Jn 17,1) su cumplimiento: de la promesa hecha a Abrahán (Gén 17,1-8) a la Pascua del Éxodo (Éx 12,1-51). Es un momento decisivo en el que se recoge todo el pasado del pueblo (cfr DV 4) y se ofrece al Padre la primera y más noble eucaristía de la nueva alianza que jamás se ha celebrado: sobre el altar de la cruz la fecundidad del cumplimiento de todo lo que se esperaba.
v.58 Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron. Quien come de este pan vivirá para siempre. Cuando Jesús diga : “ Esto es mi cuerpo”, o Ésta es mi sangre”, establecerá una relación verdadera y objetiva entre estos elementos materiales y el misterio de su muerte, que encontrará su coronamiento en la resurrección. Palabras creativas de una nueva situación con elementos comunes de la experiencia humana, palabras por las cuales siempre y verdaderamente se hubiera realizado la misteriosa presencia del Cristo viviente. Los elementos escogidos quieren ser y son símbolo e instrumento al mismo tiempo. El elemento del pan que, por su relación con la vida, tiene en sí una portada escatológica (cfr Lc 14,15), es fácilmente comprensible en cuanto alimento indispensable para la subsistencia y motivo del compartir universal. El elemento del vino por su simbología natural lleva a la plenitud de la vida y a la expansión de la alegría del hombre (cfr sal 103,15).
c) Meditamos:
Jesús cumple el verdadero Pesach de la historia humana: “Antes de la fiesta de Pascua, Jesús, sabiendo que era llegada su hora de pasar de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Mientras cenaban…” (Jn 13,1). Pasar: la nueva Pascua es precisamente en este un pasaje de Cristo de este mundo al Padre a través de la sangre de su sacrificio. La eucaristía es el memorial, pan del desierto y presencia de salvación, pacto de fidelidad y de comunión escrito en la persona del Verbo. La Historia de la Salvación que para Israel se narra con sucesos, nombres, lugares conduce a la reflexión de fe dentro de una experiencia de vida que hace del nombre de Javhé no un nombre entre tantos sino el único nombre. Todo comienza siempre por un encuentro, entre Dios y el hombre que se traduce en un pacto de alianza, antigua y nueva. El mar de los juncos es la última frontera de la esclavitud más allá de la cual se extiende el espacioso territorio de la libertad. En este sepulcro de agua deja el cuerpo del viejo Israel y resurge el Israel nuevo y libre. Es aquí donde nace la pertenencia de Israel. Y cada vez que se evoque este pasaje en las aguas del nacimiento más que un pasado histórico para traer a la memoria se repondrá el acontecimiento escatológico, capaz de una plenitud divina que se actúa en el presente, signo sacramental de la iniciativa de un Dios fiel.
3. Oratio
Salmo 115
¿Cómo pagar a Yahvé todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de salvación e invocaré el nombre de Yahvé.
Cumpliré mis votos a Yahvé en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta a Yahvé la muerte de los que lo aman.
¡Ah, Yahvé, yo soy tu siervo, tu siervo, hijo de tu esclava, tú has soltado mis cadenas! Te ofreceré sacrificio de acción de gracias e invocaré el nombre de Yahvé.
Cumpliré mis votos a Yahvé en presencia de todo el pueblo, en los atrios de la Casa de Yahvé, en medio de ti, Jerusalén.
4. Contemplatio
Cuando nosotros te pensamos, Señor, no recordamos hechos acaecidos y cumplidos en el tiempo, sino que entramos en contacto con tu realidad siempre presente y viva, vemos tu continuo pasar entre nosotros. Tú intervienes en nuestra vida para restituirnos la semejanza de la pertenencia, para que no se seque más entre las piedras de la ley nuestro rostro, sino que encuentre su máxima expresión en el rostro del Padre, revelado en el rostro del hombre, Jesús, promesa de fidelidad y amor consumado. Tu, Creador del cielo y de la tierra, te escondes en los pliegues de la historia y aunque oscuro e implícito, te dejas encontrar en aquella trascendencia que no desaparece con los sucesos. El prodigio de tu presencia se realiza por pura gratuidad siempre: en los miembros de la Iglesia, allí donde dos o tres se reúnen en el nombre de Jesús (Mt 18,20), en las páginas de la Escritura, en la predicación evangélica, en los pobres y enfermos (Mt 25,40), en las acciones sacramentales de los ministros ordenados. Pero es en el sacrificio eucarístico cuando la presencia es totalmente real: en el Cuerpo y Sangre está toda la humanidad y la divinidad del Señor resucitado, presencia substancial.
Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)