Basílica de Nuestra Señora del Carmen Coronada – Al servicio de la Iglesia, la fe y la cultura – Jerez de la Frontera

Domingo, 19 Febrero 2023

… pero yo os digo: amad a vuestros enemigos …
Mateo 5, 38-48

1) Oración inicial

¡Ven , Señor, sopla tu aliento como la brisa primaveral que hace florecer la vida y abre al amor, o sé como el huracán que desata fuerzas desconocidas y levanta energías latentes.

Sopla tu aliento sobre nuestra mirada para llevarla hacia horizontes más lejanos y más amplios trazados por la mano del Padre.

Sopla tu aliento sobre nuestros rostros entristecidos para devolverles la sonrisa y acaricia nuestras manos cansadas para reanimarlas y volverlas gozosamente a la acción para realizar el proyecto evangélico.

Sopla tu aliento delicado desde la aurora para llevar consigo todas nuestras jornadas en un arrebato generoso.

Sopla tu aliento al acercarse la noche para conservarnos en tu luz y fervor.

Pasa y permanece en toda nuestra vida para renovarla y donarle las dimensiones más verdaderas y profundas: las que están esbozadas en el Evangelio de Jesús. (cfr. P. Maior).

2) Lectura

a) Clave de lectura

El 7º domingo Ordinario, desafortunadamente celebrado de tarde en tarde, por cuanto está inserto en el breve período entre el tiempo de Navidad y la Cuaresma, nos enfrenta con uno de los pasajes evangélicos más radicales, provocadores y, al mismo tiempo, consoladores que un cristiano pueda encontrar: las palabras conclusivas de la ‘antítesis’ del discurso de la montaña.

La primera lectura, tomada del Levitico (19,1-2; 17-18), es un texto de la “ley de santidad”. Se remite directamente a la segunda parte del texto evangélico, con el mandamiento de amar “al prójimo” y el estrecho paralelismo con la última frase de las palabras del Señor.

La segunda lectura ( 1 Cor 3, 16-23) nos muestra un posterior desarrollo del tema evangélico: el camino de la santidad cristiana que, en cuanto humanamente paradójico, es difícil de comprender y practicar, es posible por nuestra recíproca pertenencia a Dios, al cual estamos consagrados y que se nos da enteramente en el amor, haciéndonos capaces de amar a los hermanos como Él, a causa de Él y en Él.

El denominado “ discurso de la montaña”, al que pertenece nuestro texto, es el primero de los grandes discursos de Jesús que caracterizan el primer evangelio y comprende los capítulos 5-7. Este largo discurso que se abre con la célebres y siempre provocativas “bienaventuranzas”, puede ser todo él interpretado a la luz de las afirmaciones de Jesús sobre el cumplimiento de la Ley: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” ; “Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.” (5,17.20).

Nuestro texto pertenece a la segunda sesión del discurso, la que expone la “nueva ética” que viene a completar y perfeccionar la que está basada en la ley mosaica y que se caracteriza por afirmaciones que, partiendo de una palabra de la Ley o de un modo de aplicarla, comienzan con la frase “ pero yo os digo” , abriendo la enunciación de una nueva norma ética que no anula la precedente, sino que la reinterpreta a la luz de la interioridad humana habitada e instruida por Dios mismo y por el ejemplo de su comportamiento. De este modo, Jesús se presenta y viene propuesto por el evangelista como un émulo de Moisés, que tiene , cuanto menos, la misma autoridad del gran caudillo hebraico.

Los versos del evangelio de este domingo son justamente los últimos de esta serie y contienen las últimas dos ‘antí-tesis’ o ‘hiper-tesis’ , entre sus estrechas conexiones, e introducen expresiones de una sabiduría moral elevadísima y fundada en una fe en Dios como Padre y Señor omnipotente y misericordioso, de gran pureza y fuerza. A la luz de las otras lecturas de la celebración de este domingo, las radicales exigencias éticas de Jesús que hoy escuchamos se han de ver no como el resultado de un comportamiento heroico, sino más bien como el fruto pleno de una vida cristiana de gran calidad y siempre más plenamente conforme a “la imagen del Hijo” (Rm 8,29).

b) El texto: Mateo 5,38-48

³⁸”Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. ³⁹Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: ⁴⁰al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; ⁴¹y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. ⁴²A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda. ⁴³”Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. ⁴⁴Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, ⁴⁵para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. ⁴⁶Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? ⁴⁷Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? ⁴⁸Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.

3) Momento de silencio orante

Para que la Palabra de Dios entre en nosotros e ilumine nuestra vida.

4) Para quienes quieran profundizar el texto

Partimos de la consideración de que el discurso de la montaña no es una “ley casuística”, es decir la enumeración de “casos éticos” con la solución que conviene a cada uno. Al contrario, como bien ha dicho el estudioso J. Ernst: “ Considerados como normas éticas estas exigencias ( del discurso de la montaña) quedan privadas de todo sentido. Su significado reside, más bien, en su función de signo y de indicación. Quieren en efecto, llamar la atención drásticamente sobre la nueva época de salvación iniciada con Jesús. El mandamiento del amor ha adquirido ahora una última acentuación.” Mateo 5,38: la exhortación de Jesús parte de la “ley del talión”, precepto nacido de la voluntad civil de evitar las venganzas desordenadas, especialmente si eran exageradas, usando un criterio de proporcionalidad entre el mal inferido y el “devuelto” y, sobre todo, reservando el ejercicio en el ámbito judicial.

Mateo 5,39a: El intento evidente de Jesús no es la condena de la antigua “ley del talión” con todos sus rigores. Lo que él pretende sugerirnos es una orientación de vida práctica, que se conforme con la infinita bondad y misericordia del Padre celeste como comportamiento global de la vida, posible gracias al anuncio del reino. Los discípulos de Jesús deben portarse según un criterio que supera, en fuerza de un amor desbordante, la inclinación natural de exigir el respeto absoluto de los propios derechos. A quien es de Cristo se le pide vivir según la generosidad, el don de sí, el olvido de los propios intereses, no dejándose llevar por la tacañería, sino mostrándose benévolo, perdonando, dando prueba de grandeza de ánimo.

Se trata de un modo práctico, aunque también radicalísimo, para la interpretación de las bienaventuranzas de los mansos (Mt 5,5).

Mateo 5,39b-42: He aquí los ejemplos concretos de la magnanimidad (que es tener un animus magnus) que debe caracterizar al cristiano, llamado a conceder más de lo que se le pide o pretende él. Naturalmente, no se trata de una ley absoluta que se convertiría en una agitación social de toda la vida civil, sino de un modo de mostrar el espíritu de amor también hacia quien ha hecho el mal. El mensaje de fondo contenido en estos célebres ejemplos vienen a corregir profundamente el contenido de la “ley del talión” y no se puede comprender correctamente sino a la luz de ella.

Al creyente se le pide que interprete cada situación, también las de gravísima dificultad, desde el punto de vista del amor de Dios que ya ha recibido, realizando un salto de calidad radical en el modo de afrontarla: no más la represalia o la venganza y ni mucho menos, la defensa de sí mismo y de los propios derechos, sino la búsqueda del bien de todos, también de quien hace el mal. De este modo se rompe y se nos libera de la cadena, que podría volverse interminable, de la venganza o incluso de la violencia para rebatir y hacer justicia, quizá con el riesgo de caer en la espiral del mal por impulso de un celo excesivo; se nos confía a la justicia, siempre mejor, de Dios Padre.

San Pablo expresa todo esto de modo magnífico: “Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres: en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres; no tomando la justicia por cuenta vuestra, queridos míos, dejad lugar a la Cólera, pues dice la Escritura: Mía es la venganza: yo daré el pago merecido, dice el Señor. Antes al contrario: si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; haciéndolo así, amontonarás ascuas sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.” (Rom 12, 17-21).

La interpretación viva de estas normas éticas se encuentra en el comportamiento general y en los diversos episodios de la pasión de Jesús: cuando reacciona con serenidad y firmeza ante los golpes durante el proceso hebraico ( Jn 18,23); cuando no huye ante el arresto e impide a Pedro que combata por él ( Jn 18,4-10); cuando perdona a los crucificadores ( Lc 23,34) y acoge en el paraíso al ladrón ( Lc 23,40-43). Sabemos que la clave de lectura de la pasión de Jesús es el amor de Dios a todos los hombres (Jn 13,1; 15,13).

Un héroe de la no-violencia, Martin Luther King, escribió: “ Los océanos de la historia se hicieron turbulentos por los flujos, siempre emergentes, de la venganza. El hombre no es llevado nunca por encima del mandamiento de la lex talionis: “ Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie.” A pesar del hecho de que la ley de la venganza no resuelve ningún problema social, los hombres continúan dejándose llevar por su desastrosa guía. La historia se hace eco del estruendo de la ruina de las naciones y de los individuos que han seguido este camino autodestructivo.

Jesús afirmó elocuentemente desde la cruz una ley más alta. Él sabía que la antigua ley del ojo por ojo habría dejado a todos ciegos, y no trató de vencer el mal con el mal; vence el mal con el bien.

Crucificado por odio, responde con amor excesivo. ¡Qué magnífica lección! Generaciones surgirán y caerán; los hombres continuarán adorando al dios de la venganza y postrándose ante el altar del talión; pero siempre y por siempre esta noble lección del Calvario será una apremiante exhortación de que sólo la bondad puede eliminar el mal y sólo el amor puede derrotar el odio.” (La fuerza de amar, Societá Editrice Internazionale, Torino, 1994, p.65).

Mateo 5,43: El mandamiento veterotestamentario que Jesús cita es el resultado de la combinación de una cita del Levítico ( 19,18) y las palabras extrabíblicas “ y odiarás a tu enemigo” que procede de una mentalidad confusa, totalmente negativa hacia los paganos, vistos como enemigos de Dios y, por tanto, del Pueblo de Dios que los rechaza totalmente para evitar ser contagiados por su idolatría y sus malas costumbres morales.

Mateo 5,44a: El evangelista usa , significativamente, el verbo agapào para indicar el deber cristiano de amar a los enemigos más allá de cualquier procedencia o más allá de todo tipo de amistad. Se trata del verbo más característico del comportamiento de Dios hacia los hombres y de los hombres hacia Dios y hacia los propios semejantes: una voluntad radical de bien gratuito y oblativo. Este precepto, ciertamente nuevo y en muchos aspectos sorprendente, completa las enseñanzas precedentes de Jesús y se refiere a la “justicia sobreabundante” que comenzó el discurso de la montaña. Hasta esta altísima meta él pretendía llevar a sus discípulos: “ Amad a vuestros enemigos.” Los enemigos de los que se habla son aquí, específicamente, los perseguidores, los paganos, los idólatras, los que más directamente contrastan el ideal cristiano, viniendo a constituir una amenaza para la fe. De todos modos, son el prototipo y el símbolo de todo enemigo. El cristiano debe usar hacia ellos la misma benevolencia que se tiene con los hermanos en la fe. No sólo la tolerancia, el amor en general o la amistad, sino el amor profundo y desinteresado de sí que el creyente puede tomar del corazón de Dios y aprender de su ejemplo, viéndolo en la creación y en la historia del universo.

Mateo 5,44b: «Amad y orad, amad hasta la plegaria”. Es el don supremo que se puede hacer al enemigo, porque pone en acción la máxima energía interior: la fuerza de la fe. Es más fácil ofrecer un gesto externo de ayuda o de socorro que no desear íntimamente, en el corazón y en verdad, el bien del enemigo tanto de hecho como desde la intención en la plegaria delante de Dios. Si se ora por él, pidiendo para él la gracia y la bendición, quiere decir que se desea su bien. Por tanto se es sincero en el amor. La plegaria es la recompensa del cristiano a las injusticias del enemigo.” (OP).

Mateo 5,45: Jesús explica por qué se debe amar a los enemigos. La filiación de la que habla, que en este texto no excluye la que se da por creación y por adopción, es ante todo la de la semejanza de nuestros sentimientos con los de Dios. El cristiano debe imitar en la vida cotidiana la bondad de su Padre celeste.

Amar al enemigo de este modo lo vuelve a hacer hijo del Padre celeste en cuanto es fruto del deseo de amar como Él.

Cierto, la identidad de los hijos de Dios no es estática, sino que surge de un proceso dinámico.

Quienes son hijos de Dios por el bautismo van viviendo plenamente y creciendo en la misma lógica del Padre, por tanto también teniendo gestos de amor que revelan su semejanza con Dios. Ya que Dios es bueno e imparcial, sus hijos son buenos e imparciales, capaces de regular su amor no según sus méritos ajenos, sino que sobre el amor y el cuidado de cualquier ser viviente es objeto continuamente de parte del amor de Dios.

Cuanto más nos dejamos llenar por la gracia divina más se puede poner en práctica este mandamiento, más testimonio dará el Espíritu Santo a nuestro espíritu de ser hijos de Dios (cfr Rm 8,16).

Mateo 5,46-47: la verdadera diferencia entre los cristianos y los otros hombres consiste en el comportamiento y en la capacidad de amar también a quien sea “naturalmente” no amable.

Mateo 5,48: Perfecto (teleios, completo- en este caso en el amor).

De nuevo Jesús relaciona el mandamiento del amor al enemigo con el ejemplo del Padre, con la acción que él cumple cada día en beneficio de todos y que es fruto de su corazón lleno de amor, que Él, el Hijo, conoce profundamente. Este es el corazón que late en la moral cristiana la cual no es norma, ley, observancia, sino comunión de vida con este Padre dada por el Espíritu Santo: “ la ley del Espíritu, que da vida en Cristo Jesús” ( Rm 8,2).

En esta comunión el cristiano se empapa del mismo amor del Padre, un amor que pretende cambiar a los enemigos en amigos; que cambia a los malos, haciéndolos buenos.

Isaías de Nínive, en el comentario al v.45, afirma: “Cerca del Creador no hay cambio, ni intención de que sea anterior o posterior; en su naturaleza no hay ni odio, ni resentimiento, ni lugar más grande o más pequeño en su amor, ni después ni antes en su conocimiento. De hecho si todos creen que la creación se inició como una consecuencia de la bondad y del amor del Creador, sabemos que este motivo no cambia ni disminuye en el Creador como consecuencia del curso desordenado de su creación.

Sería muy odioso y blasfemo pretender que existen en Dios el odio o el resentimiento- y menos hacia los demonios- o imaginarse alguna otra debilidad o pasión… Por el contrario, Dios actúa siempre con nosotros a través de lo que nos sea ventajoso, sea para nosotros causa de sufrimiento o de alivio, de alegría o de tristeza, sea insignificante o glorioso. Todo se orienta hacia los mismos bienes eternos.” (Discursos, 2ª parte, 38,5 e 39,3).

5) Algunas preguntas

Para ayudarnos en la meditación y en la oración.

• Me detengo: ¿sé que estas palabras son para mí, en este hoy mío? ¿Jesús me habla a mí, en la situación en que vivo en este preciso momento de mi vida?
• ¿Tomo bien en serio estas palabras del evangelio?
• ¿Cómo vivo estas normas éticas altísimas pero, sin embargo, ineludibles? “Yo os digo que no os enfrentéis con el malvado” “Si uno te golpea en la mejilla derecha preséntale también la otra…” “ Amad a vuestros enemigos y rogad por quienes os persiguen” “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo.”
• Me examino: ¿cuáles son mis modelos de conducta cuando me encuentro en situaciones de dificultad? ¿Cuándo me siento agredido o tratado injustamente?
• Y cuando advierto la falta de amor de los otros o su aversión hacia mí, ¿cómo reacciono? ¿Mi modo de actuar en estas situaciones según qué criterios se rige?
• ¿En mi plegaria me enfrento con el ejemplo de Jesús? ¿Veo, al menos un poco, al Padre que es Padre misericordioso de todos los seres del universo y que a todos mantiene en la existencia?
• ¿Es ahora tiempo de hacer un paso hacia delante en mi modo de actuar: invoco al Espíritu Santo para que me conforme interiormente con la imagen de Jesús, haciéndome capaz de amar a los otros como Él y a causa de Él?

6) Oración

La Palabra de Dios nos ofrece un himno magnífico para nuestra plegaria.

La belleza y la actualidad del famoso “himno de la caridad” ( 1Cor 13,1-9.12b-13) vienen intensificadas para nosotros, al orarlo, si probamos sustituir la palabra “caridad” por el nombre de Jesús, que es el amor divino encarnado y que es fiel reflejo del amor del Padre hacia todas sus criaturas:

Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles,
si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe.
Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia;
aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas,
si no tengo caridad, nada soy.
Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas,
si no tengo caridad, nada me aprovecha.
La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe;
es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal;
no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad.
Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca. Desaparecerán las profecías. Cesarán las lenguas. Desaparecerá la ciencia.
Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido.
Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres.
Pero la mayor de todas ellas es la caridad!

7) Oración final

Oh Dios, que, en tu Hijo desnudo y humillado en la cruz, has revelado la fuerza de tu amor, abre nuestro corazón al don de tu Espíritu y haz que, acogiéndolo, se rompa en nosotros la cadena de la violencia y del odio que nos llevan al estilo de vida de quienes no te conocen, para que en la victoria del bien sobre el mal manifestemos nuestra identidad de hijos de Dios y testimoniemos tu evangelio de reconciliación y de paz.

Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)