Domingo de Pentecostés, solemnidad
El testimonio del Espíritu Santo y el testimonio de los discípulos
Juan 15, 26-27. 16, 12-15
1. Oración inicial
¿Cuándo vendrá el Consolador, oh, Padre mío? ¿Cuándo llegará a mí tu Espíritu de verdad? El Señor Jesús nos lo ha prometido, dijo que lo enviaría desde tu seno hasta nosotros. Padre, ¡abre tu corazón y envíalo desde los cielos santos, desde tus altas moradas! No tardes más, sino cumple la antigua promesa; ¡sálvanos hoy, para siempre! Abre y danos tu Amor por nosotros, para que también yo pueda abrirme y ser liberado por ti y en Ti. Que esta Palabra tuya sea hoy el lugar santo de nuestro encuentro, la estancia nupcial de la inmersión en ti, ¡oh, Trinidad Amor! Ven a mí y yo a ti. ¡Permanece, oh, Padre! ¡Permanece, oh, Hijo Jesucristo! ¡Permanece para siempre, oh, Espíritu Consolador, no me abandones jamás! Amén.
2. Lectura
a) Para situar el pasaje en su contexto:
Los pocos versículos que nos ofrece la liturgia hoy para la meditación, pertenecen al gran discurso de despedida dirigido por Jesús a sus discípulos antes de la Pasión, que Juan prolonga desde el cap. 13, 31 hasta el final del cap. 17. Jesús comienza a hablar aquí de las consecuencias inevitables del seguimiento y de la opción de fe y de amor por Él; el discípulo debe estar pronto a sufrir persecución por parte del mundo. Pero en este combate, en este sufrimiento, hay un Consolador, un Defensor, un Abogado, que testimonia por nosotros y nos salva: el don del Espíritu ilumina los acontecimientos humanos del discípulo, y lo llena de esperanza viva. Él ha sido enviado para hacernos comprender el misterio de Cristo y para hacernos partícipes del mismo.
b) Para ayudar en la lectura del pasaje 15, 26-27:
Jesús anuncia el envío del Espíritu Santo, como Consolador, como Abogado defensor; será el que actúe en el proceso acusatorio que el mundo hace contra los discípulos de Cristo. Será Él, el que los haga fuertes en la persecución. El Espíritu da testimonio ante el mundo respecto al Señor Jesús; Él defiende a Cristo, contestado, acusado, rechazado. Pero, es necesario también el testimonio de los discípulos; el Espíritu debe servirse de ellos para proclamar con poder al Señor Jesús en este mundo. Es la belleza de nuestra vida convertida en testimonio de amor y fidelidad a Cristo. 16, 12: Jesús coloca a sus discípulos – y por lo tanto a nosotros – frente a su condición de pobreza, de incapacidad, por la cual no les es dado comprender muy bien, ni las palabras de Jesús, ni las palabras de la Escritura. Su verdad es todavía un peso, que no pueden recibir, sostener y llevar. 16, 13-15: En estos últimos versículos, la Palabra de Jesús revela a los discípulos cuál será la acción del Espíritu en ellos. Será Él el que los lleve hasta la verdad completa, es decir, les hará comprender el misterio de Jesús en su totalidad, en la totalidad de su verdad. Él guiará, revelará, anunciará, iluminará, dándonos a nosotros, discípulos, las mismas palabras del Padre. Y así, seremos conducidos al encuentro con Dios; se nos hará capaces, por gracia, de comprender la profundidad del Padre y del Hijo.
c) El Texto:
¹⁵’²⁶Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. ²⁷Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio. ¹⁶’¹²Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. ¹³Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os explicará lo que ha de venir. ¹⁴Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo explicará a vosotros. ¹⁵Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo explicará a vosotros.
3. Un momento di silencio orante
Hago silencio. De vez en cuando repito en voz baja: “Ven, Espíritu Santo”.
4. Algunas preguntas
a) “Cuando venga el Paráclito”. Jesús me pone frente a una realidad bien concreta; Él abre ante mí, un tiempo nuevo, un tiempo distinto y me dice que existe una espera en mi vida. Está para llegar el Paráclito, el Espíritu Santo. ¿Por qué, Señor, te he esperado tan poco, por qué ha sido tan frágil, tan hipócrita, mi atención hacia Ti? Tú mandas a Alguien a buscarme, y ni tan siquiera me doy cuenta, ni tan siquiera muestro interés.
b) “También vosotros daréis testimonio”. Jesús afirma esto, dirigiéndose a los discípulos de entonces y de ahora. Me habla y me dice: “También tú darás testimonio”. Tengo miedo, tú lo sabes. ¿Por qué dar la cara ante todos: a mis compañeros de colegio, de universidad, de equipo, a mis amigos, que me invitan a salir con ellos? ¿Por qué este esfuerzo? ¿No puedo ser cristiano igualmente? ¡Tú eres mi principio y mi fin; tú eres mi entera existencia! ¿Cómo es, Señor, que no doy testimonio? ¿Cómo puedo continuar así?
c) “Os guiará hasta la verdad completa”. Siempre he programado mis cambios, mis decisiones de cambio: siempre me las he arreglado bien solo. Y ahora, Señor, tú me dices que otro me guiará. No es una elección fácil, te lo confieso. Pero, deseo probar, deseo acogerte, ¡oh Tú, que eres el Amor, que yo me deje aferrar por tu Espíritu! ¿Me llevará al desierto, como hizo contigo? (cf. Lc 4,1) ¿Abrirá mi vida, como abrió el seno de la Virgen María? (Lc 1,35) ¿Me invadirá como hizo con Pedro, con los otros, con cuantos creyeron en la predicación, como narran los Hechos de los Apóstoles? No sé lo que me sucederá, pero deseo decirte que sí.
5. Una clave para la lectura
El Espíritu Santo Paráclito
El testimonio
El Padre
6. Un momento de oración
Salmo 68 (La ternura del Padre es la morada del pobre)
Rit. ¡Abbà Padre, soy tu hijo!
Pero yo te dirijo mi oración, Yahvé, en el tiempo propicio: por tu inmenso amor respóndeme, oh, Dios, por la verdad de tu salvación.
¡Respóndeme, Yahvé, por tu amor y tu bondad, por tu inmensa ternura vuelve a mí tus ojos; no apartes tu rostro de tu siervo, que estoy angustiado, respóndeme ya; acércate a mí, rescátame, líbrame de mis enemigos!
Celebraré con cantos el nombre de Dios, lo ensalzaré dándole gracias; Lo han visto los humildes y se alegran, animaros los que buscáis a Dios. Porque Yahvé escucha a los pobres, no desprecia a sus cautivos.
¡Alábenlo, los cielos y la tierra, el mar y cuanto bulle en él! Pues Dios salvará a Sión, reconstruirá los poblados de Judá: la habitarán y la poseerán; la heredará la estirpe de sus siervos, en ella vivirán los que aman su nombre.
7. Oración final
Gracias, oh, Padre, por la venida del Consolador, del Abogado; gracias por su testimonio de Jesús en el mundo y en mí, en mi vida. Gracias, porque es Él el que me hace capaz de recibir y llevar el peso glorioso de tu Hijo y mi Señor. Gracias, porque Él me guía a la verdad, me entrega la verdad toda entera y me revela las palabras que Tú mismo pronuncias. Gracias, Padre mío, porque en tu bondad y ternura, tú me has alcanzado hoy, me has atraído a Ti, me has hecho entrar en la casa de tu corazón; me has inmerso en el fuego de amor trinitario, donde tú y el Hijo Jesús sois una sola cosa en el beso infinito del Espíritu Santo. Aquí también estoy yo, y por eso mi alegría es desbordante. Te ruego, Padre, haz que yo pueda dar a todos este gozo en el testimonio amoroso de Jesús Salvador, cada día de mi vida. Amén.
Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)