Tiempo de Cuaresma
Oración inicial
Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús.
Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.
Lectura – Lucas 13,1-9
Clave de lectura:
El texto del Evangelio de este tercer domingo de Cuaresma nos presenta dos hechos diversos, ligados entre sí: un comentario de Jesús en relación a los hechos del día y una parábola. Lucas 13,1-5: a petición de la gente, Jesús comenta los hechos actuales: la masacre de los peregrinos decretado por Pilatos y la caída de la torre de Siloé, que mató a dieciocho personas. Lucas 13,6-9: Jesús pronuncia una parábola, la de la higuera que no daba fruto.
Durante la lectura es bueno prestar atención a dos cosas: (i) verificar cómo Jesús contradice la interpretación popular de lo que sucede; (ii) descubrir si existe un nexo entre la parábola y el comentario de lo que acaece.
Una división del texto para ayudarnos en su lectura:
Texto:
¹En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. ²Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? ³No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. ⁴O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? ⁵No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.»
⁶Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. ⁷Dijo entonces al viñador: `Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala; ¿Para qué ha de ocupar el terreno estérilmente?’ ⁸Pero él le respondió: `Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, ⁹por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas.’»
Un momento de silencio orante
para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.
Algunas preguntas
para ayudarnos en la meditación y en la oración.
Para profundizar más en el tema
Contexto literario e histórico de entonces y de hoy:
Lucas escribe su Evangelio alrededor del año 85 para los cristianos de la comunidad de Grecia. En general, sigue la narración de Marcos. Aquí y allá introduce pequeñas diferencias o cambia alguna parábola de modo que los ladrillos removidos de Marcos se adapten al nuevo diseño que él, Lucas, imagina para su libro. Además del Evangelio de Marcos, Lucas consulta también otros libros y tiene acceso a otras fuentes: testimonios oculares y ministros de la Palabra (Lc 1,2) Todo este material que no tiene un paralelo en Marcos, Lucas lo organiza de forma literaria: un largo viaje de Jesús desde la Galilea hasta Jerusalén. La descripción de este viaje la vemos en Lucas en los versículos 9,51 hasta 19,28 y ocupa casi dieciocho capítulos, ¡una tercera parte del Evangelio! A lo largo de estos capítulos, Lucas recuerda a los lectores, constantemente, que Jesús va de camino. Raramente dice dónde se encuentra Jesús, pero da a entender claramente que Jesús va de viaje y que el objetivo del viaje es Jerusalén, donde morirá según todo lo anunciado por los profetas (Lc 9,51.53.57; 10,1.38; 11,1; 13,22.33; 14,25; 17,11; 18,31.35; 19,1-11.28). Y también después de que Jesús está ya vecino a Jerusalén, Lucas continúa hablando de un camino hacia el centro (Lc 19,29.41.45; 20,1). Poco antes del comienzo del viaje, con ocasión de la Transfiguración junto a Moisés y Elías sobre la cima del Monte, el ir a Jerusalén es considerado como un éxodo de Jesús (Lc 9,31) y como su asunción o subida al cielo (Lc 9,51). En el Viejo Testamento, Moisés había guiado el primer éxodo liberando a la gente de la opresión del Faraón (Éx 3,10-12) y el profeta Elías había subido al cielo (2 Re 2,11). Jesús es el nuevo Moisés, que viene a liberar al pueblo de la opresión de la Ley. Es el nuevo Elías que viene a preparar la llegada del Reino.
La descripción del largo viaje de Jesús a Jerusalén no es sólo un elemento literario para introducir el material propio de Lucas. Refleja también el largo y doloroso viaje que las comunidades de la Grecia estaban haciendo en el tiempo de Lucas en el vivir cotidiano de sus vidas: pasar de un modo rural de la Palestina al mundo cosmopolita de la cultura griega en las periferias de las grandes ciudades de Asia y Europa. Este pasaje o inculturación estaba marcado por una fuerte tensión entre los cristianos venidos del Judaísmo y por los nuevos que llegaban de otras etnias o culturas. La descripción del largo viaje hacia Jerusalén refleja de hecho el doloroso proceso de conversión que las personas ligadas al Judaísmo debían hacer: salir del mundo de la observancia de la Ley que les acusaba y les condenaba por ir a otro mundo de gratuidad del amor de Dios entre todos los pueblos, por la certeza de que en Cristo todos los pueblos se funden en uno solo delante de Dios; salir del mundo cerrado de la raza hacia el territorio universal de la humanidad. Es también el camino de todos nosotros a lo largo de nuestra vida.
¿Somos capaces de transformar las cruces de la vida en éxodo de liberación?
Comentario del texto:
Como hoy, el pueblo comenta los hechos que suceden y quiere un comentario de aquéllos que pueden influir en la opinión pública. Y es así como algunas personas se acercan a Jesús y cuentan el hecho de la masacre de algunos Galileos, cuya sangre había mezclado Pilatos con las de sus víctimas. Probablemente se trata de un asesinato cometido sobre el Monte Garizín, que continuaba siendo un centro de peregrinación y donde la gente solía ofrecer sacrificios. El hecho confirma la ferocidad y estupidez de algunos gobernantes romanos en Palestina que provocaban la sensibilidad religiosa de los Judíos mediante acciones irracionales de este tipo.
Constreñido a dar una opinión, Jesús pregunta: “¿Creéis que aquellos galileos fueron más pecadores que todos los galileos por haber tenido tal suerte?” La pregunta de Jesús refleja la interpretación popular común a la época: el sufrimiento y la muerte violenta son el castigo de Dios por cualquier pecado que haya cometido la persona. La reacción de Jesús es categórica: “¡Os digo que no!”Y niega la interpretación popular y transforma el hecho en un examen de conciencia: “¡Si no os convertís, pereceréis todos del mismo modo!” O sea, si no se verifica un verdadero y propio cambio, sucederá para todos la misma masacre. La historia posterior confirma la previsión de Jesús. El cambio no se ha producido. Ellos no se convirtieron y cuarenta años después, en el 70, Jerusalén fue destruida por los Romanos. Fueron masacradas mucha gente. Jesús percibía la gravedad de la situación política de su país. Por un lado, el dominio romano siempre más oneroso e insoportable. Por el otro la religión oficial, cada vez más alienada en entender el valor de la fe para la vida de la gente.
Jesús mismo toma la iniciativa de comentar otro hecho. Una tormenta hace que se desmorone la torre de Siloé y dieciocho personas mueren aplastadas por las piedras. El comentario de la gente: “¡Castigo de Dios!” Comentario de Jesús: “¡No, os lo aseguro, pero si no os convertís, pereceréis todos del mismo modo!”. Es la misma preocupación de interpretar los hechos de modo tal, que llegue a ellos transparente la llamada de Dios al cambio y a la conversión. Jesús es un místico, un contemplativo. Lee los hechos de un modo diverso. Sabe leer e interpretar los signos de los tiempos. Para Él, el mundo es transparente, revelador de la presencia y de las llamadas de Dios.
Después Jesús pronuncia la parábola de la higuera que no da fruto. Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Durante tres años no había dado fruto. Por esto dice al viñador: “¡Córtala!”. Pero éste respondió: “ ¡Déjala todavía un año. Si no da frutos entonces la cortarás!” No sabemos si Jesús contó esta parábola inmediatamente después del comentario que hizo de la masacre y la caída de la torre de Siloé. Probablemente ha sido Lucas quien coloca en este lugar la parábola, porque él, Lucas, ve alguna relación entre el comentario de los hechos y la parábola de la higuera. Lucas no dice en qué consiste esta relación. Deja el deber de descubrirlo a nosotros ¿Qué significado nos propone Lucas? Oso decir una opinión. Quizás vosotros descubriréis otra. El Dueño de la viña y de la higuera es Dios. La higuera es el pueblo. Jesús es el viñador. El dueño de la viña se ha cansado de buscar frutos en la higuera sin encontrarlos. Decide talar el árbol. Así será reemplazado por un árbol que dé fruto. El pueblo escogido no estaba dando el fruto que Dios esperaba. Quiere dar la Buena Noticia a los paganos. Jesús, el viñador, pide que se deje a la higuera viva un poco más. Aumentará sus esfuerzos para obtener el cambio y la conversión. Más adelante en el Evangelio, Jesús reconoce que el duplicar los esfuerzos no ha dado resultado. Ellos no se convertirán. Jesús lamenta la falta de conversión y llora sobre la ciudad de Jerusalén (Lc 19,41-44).
Ampliando informaciones
Una breve historia de la resistencia popular contra Roma en tiempos de Jesús
En el Evangelio de este Domingo, Lucas hace una clara alusión a la represión de las legiones romanas contra la resistencia popular de los galileos. Por esto, damos aquí una visión esquemática de la resistencia popular de los pueblos de la Judea contra el dominio romano y cómo, a lo largo de los años, esta resistencia se fue profundizando cada vez más hasta entrar en las raíces de la fe de la gente. He aquí un esquema en paralelo con las etapas de la vida de Jesús:
Después de Jesús aparecen otros profetas. Por esto las revueltas, el mesianismo, el celo continúan existiendo al mismo tiempo. Las autoridades de la época, tanto los Romanos, como los Herodianos, los sacerdotes, los escribas y fariseos, todos ellos, preocupados solamente por la seguridad del Templo o de la Nación (Jn 11,48) o con la observancia de la Ley (Mt 23,1-23), no se dan cuenta de la diferencia existente entre profetas y líderes populares. Para ellos son todos la misma cosa. Confunden a Jesús con los reyes mesiánicos (Lc 23,2-5). Gamaliel, el gran doctor de la Ley, por ejemplo, compara a Jesús con Judas, jefe de los revoltosos (Act 5,35-37). El mismo Flavio Josefo el historiador, confunde los profetas con “ladrones e impostores”. ¡Hoy serían tachados todos de “charlatanes”!
Oración del Salmo 82 (81)
Dios repele a las autoridades humanas
Dios se alza en la asamblea divina, para juzgar en medio de los dioses:
«¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente
y haréis acepción de los malvados? Pausa.
Defended al débil y al huérfano, haced justicia al humilde y al pobre; liberad al débil y al indigente, arrancadle de la mano del malvado».
No saben ni entienden, caminan a oscuras, vacilan los cimientos de la tierra.
Yo había dicho: «Vosotros sois dioses, todos vosotros, hijos del Altísimo».
Pero ahora moriréis como el hombre, caeréis como un príncipe cualquiera.
¡Alzate, oh Dios, juzga a la tierra, pues tú eres el señor de las naciones!
Oración final
Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)