Basílica de Nuestra Señora del Carmen Coronada – Al servicio de la Iglesia, la fe y la cultura – Jerez de la Frontera

Domingo, 21 de noviembre de 2021

Jesús es el Rey Mesías
Él nos lleva consigo a su reino del mundo futuro
Junto a su trono, que es la cruz, escuchamos la verdad
Juan 18, 33-37

1. Oración inicial

¡Oh Padre! Tu Verbo ha llamado en la noche a mi puerta; prisionero y atado, sin embargo hablaba todavía, llamaba todavía, como siempre, y me ha dicho: “¡Levántate de prisa y sígueme!” Al amanecer, lo he visto prisionero en el pretorio de Pilato, y no obstante todo el dolor de la pasión, todo el abandono en el que se encontraba, Él todavía me conocía, me esperaba. Hazme entrar, ¡oh, Padre! con Jesús en el pretorio, en este lugar de acusación, de condena, de muerte; es mi vida de hoy, mi mundo interior. Sí, todas las veces que tu Palabra me invita, es casi como entrar en el pretorio de mi corazón, lugar contaminado y contaminante, que espera la presencia purificadora de Jesús. Tengo miedo, Tú lo sabes, pero si Jesús está conmigo, no debo ya temer. Me quedo, Padre y escucho con atención la verdad de tu Hijo que me habla; miro y contemplo sus gestos, sus pasos, lo sigo, con todo lo que soy, con toda la vida que tú me has dado. Cúbreme y lléname de tu Santo Espíritu, te lo suplico.

2. Lectura

a) Para situar el pasaje en su contexto:

Estos pocos versículos nos ayudan a entrar más profundamente todavía en el relato de la Pasión y nos conducen casi hasta la intimidad de Jesús, en un lugar cerrado, apartado, donde Él se encuentra solo, cara a cara con Pilato: el pretorio. Aquí es interrogado, responde, pregunta, continúa revelando su misterio de salvación y a llamarnos para Él. Aquí Jesús se muestra como rey y como pastor. Aquí está atado y coronado en su condena a muerte, aquí Él nos conduce a las verdes praderas de sus palabras de verdad. El pasaje forma parte de una sección algo más amplia, comprendida entre los versículos 28-40 y relata el proceso de Jesús ante el Gobernador. Después de una noche de interrogatorios, de golpes, desprecios y traiciones, Jesús es entregado al poder romano y condenado a muerte, pero precisamente en esta muerte, Él se revela Rey y Señor, Aquel que ha venido a dar la vida, justo por nosotros injustos, inocente por nosotros pecadores.

b) Para ayudar en la lectura del pasaje:

vv. 33-34: Pilato entra en el pretorio y comienza el interrogatorio a Jesús, haciéndole la primera pregunta: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús no responde enseguida directamente, sino que obliga a Pilato a poner en claro lo que tal realeza significa, lo lleva a caminar a la profundidad. Rey de los Judíos significa Mesías y es en cuanto Mesías como Jesús será juzgado y condenado.

v. 35: Pilato parece responder con desprecio a lo que piden los judíos, los cuales aparecen claramente como acusadores de Jesús, los sumos sacerdotes y el pueblo, cada uno con su responsabilidad, como se lee en el prólogo: “Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron” (Jn 1,11) Sigue después la segunda pregunta de Pilato a Jesús; “¿Qué has hecho?, pero no tendrá respuesta.

v. 36: Jesús responde a la primera pregunta de Pilato y por tres veces usa la expresión: “mi reino”. Aquí nos ofrece una explicación admirable sobre lo que pueda ser en realidad el reino y la realeza de Jesús: no es de este mundo, sino del mundo venidero, no tiene guardias o ministros para la lucha, sino la entrega amorosa de la vida en las manos del Padre.

v. 37: El interrogatorio vuelve a la pregunta inicial, a la que Jesús sigue dando respuesta afirmativa: “Yo soy rey”, pero explicando su origen y su misión. Jesús ha nacido para nosotros, ha sido enviado para nosotros, para revelarnos la verdad del Padre, de la que obtenemos la salvación y para permitirnos escuchar su voz y seguirla, haciendo que nos adhiramos a ella con toda nuestra vida.

c) El texto: 33 Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?» 34 Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?» 35 Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» 36 Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí.» 37 Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres rey?» Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.»

3. Un momento de silencio orante

para poder entrar en el pretorio y me dispongo a escuchar profundamente cada palabra que sale de la boca de Cristo.

4. Algunas preguntas

que me ayuden a acercarme al rey y a entregarle mi existencia entera.

a) Observo los movimientos de Pilato, su deseo de un encuentro con Jesús, aunque él no sea consciente. Si pienso en mi vida, ¿por qué muchas veces me es difícil entrar, preguntar, llamar, estar en diálogo con el Señor?

b) El Señor desea una relación personal conmigo. ¿Soy capaz de entrar o de dejarme atraer en una relación verdadera, intensa, vital con el Señor? Y si tengo miedo de esto ¿por qué? ¿Qué es lo que me separa de Él? ¿Qué es lo que me tiene alejado?

c) “Entregado”. Me detengo en esta palabra y trato de rumiarla y mantenerla en mi corazón, poniéndola de frente a mi vida, con mis comportamientos de cada día. d) Por tres veces Jesús repite que su reino “no es de este mundo” invitándome, así, con fuerza, a pasar a otra realidad. Una vez más Él me desconcierta, proponiéndome otro mundo, otro reino, otro poder. ¿Qué tipo de reino estoy esperando?

d) La frase final del pasaje es estupenda: “Escucha mi voz”, Yo que estoy absorto en miles de trabajos, compromisos, reuniones, ¿a dónde dirijo mis oídos? ¿a quién atiendo?, ¿en quién pienso? Cada mañana recibo vida nueva, pero en realidad, ¿de quién me dejo revivir?

5. Una clave de lectura

Jesús, el Rey atado y entregado

Un verbo gramatical emerge con fuerza de estas líneas rebotando ya desde los primeros versículos del relato de la Pasión: el verbo entregar, pronunciado aquí primeramente por Pilato y después por Jesús. La “entrega del Cristo” es una realidad teológica, pero al mismo tiempo vital, de extrema importancia, porque nos conduce a lo largo de un camino de sabiduría y amaestramiento muy fuerte. Puede ser útil recorrerlo de nuevo, buscándolo en los signos a través de las páginas de la Escritura. Ante todo, parece que es el mismo Padre quien entrega a su Hijo Jesús, como un don para todos y para siempre. Leo en Rom. 8, 32: “Dios, que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos ha de dar con Él todas las cosas?” Al mismo tiempo, sin embargo, veo que es Jesús mismo, en la suprema libertad de su amor, en la más íntima fusión con la voluntad del Padre, quien se entrega por nosotros, quien ofrece su vida; dice San Pablo: “Cristo nos ha amado y se ha entregado a sí mismo por nosotros”. (Ef 5, 2. 25), pero me acuerdo también de estas palabras de Jesús: “Yo ofrezco mi vida por las ovejas; ninguno me la quita, sino que yo la ofrezco por mí mismo” (Jn 10,18). Por tanto, más allá y antes de toda otra entrega, está esta entrega voluntaria, que es solamente entrega de amor y de donación.

En los relatos evangélicos aparece enseguida la entrega malvada por parte de Judas, llamado por esto el traidor, o sea, el entregador, el que dice a los sumos sacerdotes: “¿Cuánto queréis darme para que os lo entregue?” (Mt 26, 15); ver también Jn 12, 4; 18, 2.5. Después son los Judíos los que entregan Jesús a Pilato: “Si no fuese un malhechor no te lo hubiéramos entregado” (Jn 18, 30. 35) y Pilato representa a los gentiles, como Él había ya anunciado: “El Hijo del Hombre…. será entregado a los paganos” (Mc 10, 33). Finalmente Pilato lo entrega de nuevo a los judíos, para que sea crucificado (Jn 19, 16). Contemplo todos esto pasajes, observo a mi rey atado, encadenado, como nos hace notar el evangelista Juan tanto en 18, 12 como en 18, 24; me pongo de rodillas, me postro delante de Él y pido al Señor que me sea dado el valor de seguir estos pasajes dramáticos, pero maravillosos, que son como un único canto de amor de Jesús para nosotros, su Sí repetido hasta el infinito para nuestra salvación.

El Evangelio me acompaña dulcemente dentro de esta noche única, en la cual Jesús es entregado por mí, como Pan, como Vida hecha carne, como amor compartido en todo. “El Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó el pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros” (1 Cor 11, 23). Y entonces comprendo que para mí la felicidad, está escondida también dentro de estas cadenas, estas ataduras, con Jesús, con el gran Rey y está escondida en estos continuos pasajes, de entrega en entrega, a la voluntad al amor de mi Padre.

Jesús, el Rey Mesías

El diálogo de Jesús con Pilato: sobre este interrogatorio tan misterioso y extraño es particularmente conocido que primero Pilato llama a Jesús “el rey de los judíos” y después sólo “rey”, como si fuese un camino, una comprensión cada vez más plena y verdadera de Jesús. “Rey de los Judíos” es una fórmula usada con gran riqueza de significado por el pueblo hebreo y reúne en sí el fundamento, el núcleo de la fe y de la esperanza de Israel.: significa claramente el Mesías. Jesús es interrogado y juzgado en lo que mira a si es o no es el Mesías.

Jesús es el Mesías del Señor, su Ungido, su Consagrado, es el Siervo, enviado al mundo precisamente para esto, para realizar en Sí en su persona y en su vida, todas las palabras dichas por los profetas por la ley y por los salmos de Él. Palabras de persecución, de sufrimiento, de llanto, heridas y sangre, palabras de muerte por Jesús, por el Ungido del Señor, que es nuestro respiro, aquél a la sombra del cual viviremos entre las naciones, como dice el Profeta Jeremías (Lam 4, 20). Palabras que hablan de asechanzas, de insurrecciones, conjuras, (Sal 2,2), lazos. Lo vemos desfigurado, como varón de dolores; tan irreconocible, si no es sólo por parte de aquel amor, que como Él, bien conoce el padecer. “¡Sepa pues con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a Jesús a quien vosotros habéis crucificado!” (Ac 2, 36). Sí, es un rey atado, el mío, un rey entregado, arrojado fuera, despreciado; es un rey ungido para la batalla, pero ungido para perder, para ser sacrificado, para ser crucificado, inmolado como un cordero. Este es el Mesías: el rey que tiene como trono la cruz, como púrpura su sangre derramada, como palacio el corazón de los hombres, pobres como Él, pero hechos ricos y consolados por una continua resurrección. Estos son nuestros tiempos, los tiempos de la consolación por parte del Señor, en los cuales Él envía incesantemente al Señor Jesús, al que nos ha destinado como Mesías.

Jesús Rey mártir

“He venido para dar testimonio de la verdad”, dice Jesús, usando un término muy fuerte, que contiene en sí el significado de martirio, en griego. El testigo es un mártir, el que afirma con la vida, con la sangre, con todo lo que es y lo que tiene, la verdad en la cree. Jesús atestigua la verdad, que es la palabra del Padre (Jn 17,17) y por esta palabra Él da la vida. Vida por vida, palabra por palabra, amor por amor. Jesús es el Amén, el Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios (Ap 3,14); en Él existe sólo el Sí, por siempre y desde siempre y en este Sí, nos ofrece toda la verdad del Padre, de sí mismo, del Espíritu y en esta verdad, en esta luz, Él hace de nosotros su reino. “Cuantos confían en Él, conocerán la verdad; y aquellos que le son fieles a su amor vivirán junto a Él” (Sab 3, 18). No busco otras palabras, sino que permanezco solamente junto al Señor, sobre su seno, como Juan, en aquella noche; así Él se convierte en mi respiro, mi mirada, mi sí, dicho al Padre, dicho a los hermanos, como testimonio de amor. Él es fiel, Él está presente, Él es la verdad que yo escucho y de la cual me dejo sólo transformar.

6. Salmo 21 (20)

Canto de acción de gracias por la victoria
que nos viene de Dios

Estribillo: ¡Grande, Señor, tu amor por nosotros!
Yahvé, el rey celebra tu fuerza,
le colma de alegría tu victoria.
Le has concedido el deseo de su corazón,
no has rechazado el anhelo de sus labios.
Te adelantaste con buenos augurios,
coronaste su cabeza de oro fino;
vida pidió y se la otorgaste,
largo curso de días para siempre.
Gran prestigio le da tu victoria,
lo rodeas de honor y majestad;
lo conviertes en eterna bendición,
lo llenas de alegría en tu presencia.
Porque el rey confía en Yahvé,
por gracia del Altísimo no vacilará.
¡Levántate, Yahvé, lleno de fuerza,
cantaremos, celebraremos tu poder!

7. Oración final

Padre, te alabo, te bendigo, te doy gracias porque me has conducido con tu Hijo al pretorio de Pilato, en esta tierra extranjera y hostil y sin embargo tierra de revelación y de luz. Solo tú, con tu amor infinito, sabes transformar toda lejanía y toda obscuridad en un lugar de encuentro y de vida.

Gracias porque has hecho surgir el tiempo santo de la consolación en el cual envías a tu Cordero, sentado en el trono, como rey inmolado y viviente; su sangre es una cascada restauradora y unción de salvación. Gracias porque Él me habla siempre y me canta tu verdad, que es sólo amor y misericordia; quisiera ser un instrumento en las manos del rey, de Jesús, para transmitir a todos las notas consoladoras de tu Palabra. Padre, te he escuchado hoy, en este Evangelio, pero te ruego, haz que mis oídos no se cansen jamás de ti, de tu Hijo, de tu Espíritu. Hazme renacer, así a la verdad, para ser testigo de la verdad.

Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)