Santísima Trinidad, solemnidad
Resurrección y misión
“Yo estaré con vosotros todos los días”
Mateo 28,16-20
1. Oración inicial
Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz , que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección. Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Tí, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.
2. Lectura
a) Una clave de lectura: La liturgia del domingo de la Santísima Trinidad nos trae los últimos versículos del Evangelio de Mateo (Mt 28, 16-20). Al comienzo del Evangelio, Mateo presentaba a Jesús como el Emmanuel, Dios con nosotros (Mt 1,13). Ahora en el último versículo de su Evangelio, Jesús comunica la misma certeza: “Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Este era el punto central de la fe de la comunidad de los años ochenta (d. de C.) y continúa siendo el punto central de nuestra fe. Jesús es el Emmanuel, Dios con nosotros. Es también la perspectiva para adorar el misterio de la Santísima. Trinidad.
b) El texto: ¹⁶Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. ¹⁷Y al verlo le adoraron; algunos sin embargo dudaron. ¹⁸Jesús se acercó a ellos y les habló así: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. ¹⁹Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, ²⁰y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.”
3. Un momento de silencio orante
para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.
4. Algunas preguntas
para ayudarnos en la meditación y en la oración.
a) ¿Cuál es el punto que más ha llamado tu atención en el texto? ¿Por qué?
b) ¿Cuál es la imagen de Jesús que este texto nos comunica?
c) ¿En qué manera el misterio de la Trinidad aparece en este texto?
d) En las Actas 1,5 Jesús anuncia el bautismo en el Espíritu Santo. En las Actas 2,38 Pedro habla del bautismo en el nombre del Señor Jesús. Aquí se habla del bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¿Cuál es la diferencia entre estas tres afirmaciones, o acaso se trata de un mismo bautismo?
e) ¿Cuál es exactamente la misión que Jesús confiere a los Once? ¿Cuál es hoy la misión de nuestras comunidades como discípulos de Jesús? Según el texto, ¿dónde podemos encontrar la fuerza y el valor para cumplir nuestra misión?
5. Una clave de lectura
para profundizar en el tema.
i) El contexto:
Mateo escribe para la comunidad judeocristiana de Siria-Palestina. Eran criticadas por los hermanos judíos que afirmaban que Jesús no podía ser el Mesías prometido y, por tanto, su modo de vivir era errado. Mateo trata de dar un apoyo a su fe y les ayuda a comprender que Jesús realmente es el Mesías que ha venido a realizar las promesas hechas por Dios en el pasado, por medio de los profetas. Un resumen del mensaje de Mateo a las comunidades se encuentra en la promesa final de Jesús a los discípulos, que en este domingo de la Santísima Trinidad meditamos.
ii) Comentario del texto:
iii) La historia de la revelación del Nombre de Dios Uno y Trino:
Un nombre, cuando se oye por primera vez, es apenas un nombre. Pero en la medida en la que se vive con la persona, el nombre se convierte en la síntesis de la persona. Cuanto mayor es la convivencia con la persona, tanto mayor será el significado y el valor de su nombre. En la Biblia Dios recibe muchos nombres y muchos títulos que expresan lo que Él significa o puede significar para nosotros. El nombre propio de Dios es YHWH. Este nombre aparece ya en la segunda narración de la creación, en el Génesis (Gen 2,4). Pero su significado profundo (resultado de una larga convivencia a través de los siglos, ha pasado también por “la noche obscura” de la crisis del destierro en Babilonia) está descrito en el libro del Éxodo con ocasión de la vocación de Moisés (Ex 3,7-15). La convivencia de Dios a través de los siglos dio significado y densidad a este nombre de Dios. Dios dio a Moisés: “Ve a liberar a mi pueblo” (Ex 3,10). Moisés tiene miedo y se justifica simulando una postura humilde: ¿Quién soy yo? (Ex 3,11). Dios responde: “¡Ve, Yo estaré contigo!” (Ex 3,12) Aunque sabe que Dios estará con él en la misión de liberar al pueblo oprimido por el faraón, Moisés tiene miedo y de nuevo se justifica, preguntando a Dios por su nombre. Dios responde reafirmando sencillamente lo que estaba diciendo: “Yo soy el que soy”. O sea, ciertamente estaré contigo, de esto no puedes dudar. Y el texto continúa diciendo: “Dirás al pueblo: Yo-soy me manda a vosotros”. Y termina concluyendo: “Este es mi nombre por siempre: este es el título con el que seré recordado de generación en generación” (Ex 3,14-15). Este breve texto, de gran densidad teológica expresa la convicción más profunda de la fe del pueblo de Dios: Dios está con nosotros. Él es el Emmanuel. Presencia íntima, amiga, liberadora. Todo esto se resume en las cuatro letras YHWH del nombre que pronunciamos como Yahwhé: Él está en medio de nosotros. Es la misma certeza que Jesús comunica a sus discípulos en la promesa final sobre la montaña: “Estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos” (Mt 28,20). La Biblia permite dudar de todo, menos de una cosa: del Nombre de Dios, o sea, de la presencia de Dios en medio de nosotros, expresada por el mismo nombre de Yahwhé: “Él está en medio de nosotros”. El nombre Yahwhé aparece más de 7.000 veces, ¡solamente en el Antiguo Testamento! Es el pabilo de la llama alrededor del cual se colocó la cera de las historias. Es muy trágico lo que sucedió (y continúa sucediendo) cuando en los siglos posteriores al exilio de Babilonia, el fundamentalismo, el moralismo y el ritualismo obraron de tal manera que, poco a poco, aquello que era un rostro vivo y amigo, presente y amado, se convirtiera en una figura rígida y severa, colgado indebidamente en las paredes de la Sagrada Escritura, y que hacía crecer el miedo y la distancia entre Dios y su pueblo. Así en los últimos siglos antes de Cristo, el nombre YHWH no se podía pronunciar. A su puesto, se decía Adonai, traducido después por Kyrios, que significa Señor. La religión estructurada en torno a la observancia de las leyes, el culto centrado en el templo de Jerusalén y la exclusión en la raza, crearon una nueva esclavitud que sofocaba la experiencia mística e impedía el contacto con el Dios vivo. El Nombre que debería ser como un espejo transparente para revelar la Buena Noticia del rostro amigo y atrayente de Dios, se convirtió en un espejo que mostraba solamente la cara de quien en él se miraba. ¡Trágico engaño de la autocontemplación! No bebían nunca más directamente de la fuente, sino del agua embotellada por los doctores de la ley. Hasta hoy continuamos bebiendo mucha agua del aljibe y no del manantial. Con su muerte y resurrección Jesús quitó las barreras (Col 2,14) rompió el espejo de la autocontemplación idólatra y abrió de nuevo la ventana a través de la cual Dios nos muestra su rostro y nos atrae hacia Él. Citando un cántico de la comunidad, San Pablo proclama en la carta a los filipenses: “Jesús recibió un nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos y en la tierra y en los abismos: y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor” (Fil 2, 9-11). Jesús muerto y resucitado, es la revelación de que Dios, el mismo de siempre, es y continúa siendo YHWH (Adonai, Kyrios, Señor), presencia íntima, amiga y liberadora en medio de su pueblo, vencedor de toda barrera. Incluso de la propia muerte. A partir de Jesús y en Jesús, el Dios de los padres, que parecía tan distante y severo, recibió el trato de Padre bueno, lleno de ternura. ¡Abba! ¡Padre Nuestro! Para nosotros los cristianos, la cosa más importante no es confesar que Jesús es Dios, sino testimoniar que ¡Dios es Jesús! Dios se hace conocer en Jesús. Jesús es la clave para una nueva lectura del Antiguo Testamento. Él es el nuevo Nombre de Dios. Esta nueva revelación del nombre de Dios en Jesús es fruto de la total gratuidad del amor de Dios, de su fidelidad al propio Nombre. Pero puede llegar hasta nosotros, esta fidelidad, gracias a la obediencia radical y total de Jesús: “Obediente hasta la muerte, y a la muerte de cruz” (Fil 2,8). Jesús llega a identificarse en todo con la voluntad de Dios. Él mismo dice: “Yo hago siempre lo que el Padre me manda (Jn 12,50) “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4,34). Por esto Él es transparencia total, revelación del Padre: “¡Quien me ve, ve al Padre!” (Jn 14,9). En Él habita la plenitud de la divinidad” (Col 1,19). “Yo y el Padre somos una misma cosa” (Jn 10,30). Esta obediencia no es fácil. Jesús tuvo momentos difíciles, en los cuáles llegó a gritar: “¡Pase de mi este cáliz!” (Mc 14,36). Como dice la carta a los Hebreos: “Con fuertes gritos y lágrimas suplicó a quien podía salvarlo de la muerte” (Heb 5,7). Venció por medio de la oración. Por esto se convirtió para nosotros en revelación y manifestación plena del Nombre, de aquello que el Nombre significa para nosotros. La obediencia de Jesús no es de tipo disciplinar, sino profética. Es acción reveladora del Padre. Por medio de ella, se rompieron los lazos y se rasgó el velo que escondía el rostro de Dios. Se abrió para nosotros un camino hacia Dios. Mereció para nosotros el don del Espíritu que Él nos obtiene cuando le llamamos Padre en su nombre en la oración (Lc 11,13). El Espíritu Santo es el agua viva que Él nos mereció con su resurrección (Jn 7,39). Es a través del Espíritu como Él nos instruye, revelando el rostro de Dios Padre (Jn 14,26; 16,12-13).
6. Salmo 145 (144)
Jesús realiza el Reino
Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey, bendeciré tu nombre por siempre; todos los días te bendeciré, alabaré tu nombre por siempre.
Grande es Yahvé, muy digno de alabanza, su grandeza carece de límites. Una edad a otra encomiará tus obras, pregonará tus hechos portentosos. El esplendor, la gloria de tu majestad, el relato de tus maravillas recitaré. Del poder de tus portentos se hablará, y yo tus grandezas contaré; se recordará tu inmensa bondad, se aclamará tu justicia. Es Yahvé clemente y compasivo, tardo a la cólera y grande en amor; bueno es Yahvé para con todos, tierno con todas sus creaturas.
Alábente, Yahvé, tus creaturas, bendígante tus fieles; cuenten la gloria de tu reinado, narren tus proezas, explicando tus proezas a los hombres, el esplendor y la gloria de tu reinado. Tu reinado es un reinado por los siglos, tu gobierno, de edad en edad. Fiel es Yahvé en todo lo que dice, amoroso en todo lo que hace.
Yahvé sostiene a los que caen, endereza a todos los encorvados. Los ojos de todos te miran esperando; tú les das a su tiempo el alimento. Tú abres la mano y sacias de bienes a todo viviente.
Yahvé es justo cuando actúa, amoroso en todas sus obras. Cerca está Yahvé de los que lo invocan, de todos los que lo invocan con sinceridad. Cumple los deseos de sus leales, escucha su clamor y los libera. Yahvé guarda a cuantos le aman, y extermina a todos los malvados.
¡Que mi boca alabe a Yahvé, que bendigan los vivientes su nombre sacrosanto para siempre jamás!
7. Oración final
Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)