La manifestación del Hijo del Hombre como principio de nuevos tiempos
¡Atención! ¡Dios puede llegar en cada momento!
Luca 21,25-28.34-36
1. Oración inicial
Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz , que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección. Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.
2. Lectura
a) Clave de lectura:
El texto litúrgico de este domingo nos lleva a meditar el discurso de Jesús sobre el fin del mundo. Hoy, cuando se habla tanto del fin del mundo, las posiciones son muy variadas.
Algunos tienen miedo. Otros permanecen indiferentes. Otros comienzan a vivir con más seriedad. Y todavía otros, cuando oyen una terrible noticia, exclaman: “¡El fin del mundo está cerca!” ¿Y tú? ¿Tienes una opinión al respecto? ¿Por qué al principio del año litúrgico, en este primer domingo de Adviento, la Iglesia nos coloca de frente el fin de la historia?
Teniendo presente estas preguntas, tratemos de leer de modo que nos interpele y nos interrogue.
Durante la lectura haremos un esfuerzo por prestar atención, no a lo que nos causa temor, sino más bien a lo que produce esperanza.
b) Una división del texto para ayudar en la lectura:
Lucas 21,25-26. Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas
Lucas 21,27: El Hijo del Hombre vendrá sobre una nube
Lucas 21,28: La esperanza que renace en el corazón
Lucas 21,29-33: La lección de la parábola de la higuera Lucas
21,34-36: Exhortación a la vigilancia
c) El Texto:
25 «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de la gente, trastornada por el estruendo del mar y de las olas. 26 Los hombres se quedarán sin aliento por el terror y la ansiedad ante las cosas que se abatirán sobre el mundo, porque las fuerzas de los cielos se tambalearán.
27 Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.
28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.»
34 «Cuidad que no se emboten vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupacines de la vida y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, 35 como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. 36 Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza, logréis escapar y podáis manteneros en pie delante del Hijo del hombre.»
3. Un momento de silencio orante
para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.
4. Algunas preguntas
para ayudarnos en la meditación y en la oración.
a) ¿Qué sentimientos has tenido durante la lectura? ¿De miedo o de paz? ¿Por qué?
b) ¿Has encontrado en el texto algo que te haya dado esperanza y ánimo?
c) ¿Qué es lo que hoy empuja a la gente a tener esperanza o a resistir?
d) ¿Por qué al principio del Adviento la Iglesia nos confronta con el fin del mundo?
e) ¿Qué responderíamos a los que dicen que el fin del mundo está cerca?
f) ¿Cómo entender la imagen de la venida del Hijo del Hombre sobre una nube?
5. Una clave de lectura
para aquéllos que quisieran profundizar en el tema
I. El contexto del discurso de Jesús
El texto del Evangelio de este domingo (Lc 21,25-28.34-36) es parte del así llamado “discurso escatológico” (Lc 28-36). En el Evangelio de Lucas, este discurso está presentado como respuesta de Jesús a una pregunta de los discípulos. Ante la belleza y grandeza del templo de la ciudad de Jerusalén, Jesús había dicho: “¡No quedará piedra sobre piedra!” (Lc 21,5-6). Los discípulos querían que Jesús les diese más información sobre esta destrucción del templo y pedían: “¿Cuándo sucederá esto, Maestro, y cuáles serán las señales de que estas cosas están a punto de suceder?” (Lc 21,7).
Objetivo del discurso: ayudar a discernir los acontecimientos
En el tiempo de Jesús (año 33), de frente a los desastres, guerras y persecuciones, mucha gente decía: “¡El fin del mundo está cerca!” La comunidad del tiempo de Lucas (año 85) pensaba lo mismo. Además, a causa de la destrucción de Jerusalén (año 70) y de la persecución de los cristianos, que duraba ya unos cuarenta años, había quien decía: “¡Dios no controla los acontecimientos de la vida! ¡Estamos perdidos!” Por esto, la preocupación principal del discurso es el de ayudar a los discípulos y discípulas a discernir los signos de los tiempos para no ser engañados por estas conversaciones de la gente sobre el fin del mundo: “¡Atención! ¡No os dejéis engañar!” (Lc 21,8). El discurso nos da diversas señales para ayudarnos a discernir.
Seis señales que nos ayudan a discernir los acontecimientos de la vida
Después de una breve introducción (Lc 21,5) comienza el discurso propiamente dicho. En estilo apocalíptico, Jesús enumera los sucesos que sirven de señales. Bueno será recordar que Jesús vivía y hablaba en el año 33, pero que los lectores de Lucas vivieron y escucharon las palabras de Jesús alrededor del año 85. Entre el año 33 y el 85 sucedieron muchas cosas de todos conocidas, por ejemplo: la destrucción de Jerusalén (año 70), las persecuciones, guerras por doquier, desastres naturales. El discurso de Jesús anuncia los acontecimientos como algo que deberá suceder en el futuro. Pero las comunidades los consideran algo ya pasados, ya sucedidos:
Primera señal: los falsos Mesías que dirán: “¡Soy yo! ¡El tiempo está cerca!” (Lc 21,8);
Segunda señal: guerras y rumores de guerra (Lc 21,9);
Tercera señal: una nación se alzará contra otra (Lc 21,10);
Cuarta señal: hambre, peste y terremotos por todas partes (Lc 21,11);
Quinta señal: persecuciones contra aquéllos que anuncian la palabra de Dios (Lc 21,12-19);
Sexta señal: asedio y destrucción de Jerusalén (Lc 21,20-24).
Las comunidades cristianas del año 85, al oír el anuncio de Jesús podían concluir: “¡Todas estas cosas han sucedido ya o están sucediendo! ¡Todo se desarrolla según un plano previsto por Jesús! Por tanto, la historia no se escapa de las manos de Dios”. Especialmente por lo que se refiere a las señales quinta y sexta podrían decir: “¡Es lo que estamos viviendo hoy!” “¡Estamos ya en la sexta señal!” Y después viene la pregunta: ¿Cuántas señales faltan para que venga el fin?
De todas estas cosas, aparentemente muy negativas, Jesús dice en el Evangelio de Marcos:” Son apenas los comienzos de los dolores de parto” (Mc 13,8). ¡Los dolores de parto, aunque sean muy dolorosos para una madre, no son señales de muerte, sino más bien de vida! ¡No son motivo de temor, sino de alegría y de esperanza! Este modo de leer los hechos da tranquilidad a las personas. Como veremos, Lucas expresará la misma idea, pero con otras palabras (Lc 21,28).
Después de esta primera parte del discurso (Lc 21,8-24), vemos el texto que se nos da en el evangelio de la Misa del primer domingo de adviento:
II. Comentarios del texto
Lucas 21,25-26: Señales en el sol, en la luna y en las estrellas
Estos dos versículos describen tres fenómenos cósmicos: (1) “Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas”; (2) el fragor del mar y de las olas”; (3) “las potencias del cielo se conmoverán”. En los años 80, época en la que escribe Lucas, estos tres fenómenos no se habían manifestado. Las comunidades podían afirmar:” ¡Este es la séptima y última señal que falta antes del fin!” A primera vista, parece más terrible que las precedentes, ya que Lucas dice, que suscita angustia y causa temor en los hombres y en las naciones. En realidad, aunque su apariencia es negativa, estas imágenes cósmicas sugieren algo positivo, a saber, el comienzo de la nueva creación que substituirá la antigua creación (cf Ap 21,1). El comienzo del cielo nuevo y de la tierra nueva, anunciada por Isaías (Is 65,17). Introducen la manifestación del Hijo de Dios, el comienzo de nuevos tiempos.
Luca 21,27: La llegada del Reino de Dios y la manifestación del Hijo del Hombre
Esta imagen viene de la profecía de Daniel (Dn 7,1-14). Daniel dice que después de las desgracias causadas por los cuatro reinos de este mundo (Dn 7, 1-14), vendrá el Reino de Dios (Dn 7,9-14). Estos cuatro reinos, todos, tienen apariencia animalesca: león, oso, pantera y bestia feroz (Dn 7,3-7). Son reinos animalescos. Quitan la vida a la vida (¡incluso hoy!). El Reino de Dios aparece con el aspecto de Hijo de Hombre. O sea, con el aspecto humano de la gente (Dn 7,13). Es un reino humano. Construir este reino que humaniza, es tarea de las comunidades cristianas. Es la nueva historia, la nueva creación, a cuya realización debemos colaborar.
Lucas 21,28: Una esperanza que nace en el corazón
En el Evangelio de Marcos, Jesús decía: ¡Es apenas el comienzo de los dolores de parto! Aquí, en el Evangelio de Lucas, dice: “Cuando comiencen a acaecer estas cosas, ¡alzad los ojos y levantad la cabeza, porque vuestra liberación está cerca!” Esta afirmación indica que el objetivo del discurso no es el de causar miedo, sino sembrar esperanza y alegría en el pueblo que estaba sufriendo por causa de la persecución. Las palabras de Jesús ayudaban (y ayudan) a las comunidades a leer los hechos con lentes de esperanza. Deben tener miedo aquellos que oprimen y avasallan al pueblo. Ellos, sí, deben saber que su imperio se ha acabado.
Lucas 21,29-33: La lección de la higuera
Cuando Jesús invita a mirar a la higuera, Jesús pide que analicen los hechos que están acaeciendo. Es como si dijese: “De la higuera debéis aprender a leer los signos de los tiempos y poder así descubrir ¡dónde y cuándo Dios entra en vuestra historia! Y termina la lección de la parábola con estas palabras: “¡El cielo y la tierra pasarán; pero mis palabras no pasarán!” Mediante esta frase muy conocida, Jesús renueva la esperanza y alude de nuevo a la creación nueva que ya está en acto.
Lucas 21,34-36: Exhortación a la vigilancia
¡Dios siempre llega! Su venida adviene cuando menos se espera. Puede suceder que Él venga y la gente no se dé cuenta de la hora de su venida (cf Mt 24,37-39): Jesús da consejos a la gente, de modo que siempre estén atentos: (1) evitar lo que pueda turbar y endurecer el corazón (disipaciones, borracheras y afanes de la vida); (2) orar siempre pidiendo fuerza para continuar esperando en pie la venida del Hijo del Hombre. Dicho con otras palabras, el discurso pide una doble disposición: de un lado, la vigilancia siempre atenta del que siempre está esperando y por otro lado la serena tranquilidad del que siempre está en paz. Esta disposición es signo de mucha madurez, porque combina la conciencia de la seriedad del empeño y la conciencia de la relatividad de todas las cosas.
III. Más información para poder entender mejor el texto
a) Cuando vendrá el fin del mundo
Cuando decimos “fin del mundo”, ¿de qué estamos hablando? ¿El fin del mundo del que habla la Biblia o el fin de este mundo, donde reina el poder del mal que destroza y oprime la vida? Este mundo de injusticia tendrá fin. Ninguno sabe cómo será el mundo nuevo, porque nadie puede imaginarse lo que Dios tiene preparado para aquéllos que lo aman (1 Cor 2,9). El mundo nuevo de la vida sin muerte (Apoc 21,4), sobrepasa a todo, como el árbol supera a su simiente (1 Cor 15,35-38). Los primeros cristianos estaban ansiosos o deseaban saber el cuándo de este fin (2 Ts 2,2; Hech 1,11). Pero “no toca a vosotros conocer los tiempos y los momentos que el Padre ha fijado con su autoridad” (Hech 1,7). El único modo de contribuir al final “es que nos lleguen los tiempos del refrigerio de parte del Señor” (Hech 3,20), es dar testimonio al Evangelio en todo momento y acción, hasta los confines de la tierra (Hech 1,8).
b) ¡Nuestro tiempo! ¡El tiempo de Dios!
“Porque ninguno conoce ni el día, ni la hora; ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mc 13,32; Mat 24,36). Es Dios quien determina la hora del fin. El tiempo de Dios no se mide con nuestro reloj o calendario. Para Dios un día puede ser igual a mil años y mil años iguales a un día (Sl 90,4; Pt 3,8). El tiempo de Dios discurre independientemente del nuestro. Nosotros no podemos interferirlo, pero debemos estar preparado para el momento en el que la hora de Dios se presenta en nuestro tiempo. Lo que da seguridad, no es saber la hora del fin del mundo, sino la Palabra de Jesús presente en la vida. El mundo pasará, pero su palabra no pasará (cf Is 40, 7-8).
c) El contexto en el que se encuentra nuestro texto en el Evangelio de Lucas
Para nosotros, hombres del siglo XXI, el lenguaje apocalíptico es extraño, difícil y confuso. Pero para la gente de aquel tiempo era el modo de hablar que entendían. Expresaba la certeza testaruda de la fe de los niños. A pesar de todo y contra todas las apariencias, ellos continuaban creyendo que Dios es el Señor de la Historia. El objetivo principal del lenguaje apocalíptico es animar la fe y la esperanza de los pobres. En tiempos de Lucas, mucha gente de las comunidades pensaba que el fin del mundo estaba cerca y que Jesús habría vuelto.
Pero estos individuos eran personas que nunca trabajaban: “¿Para qué trabajar si Jesús volverá?” (cf Ts 3,11). Otros permanecían mirando al cielo, aguardando la vuelta de Jesús sobre las nubes (cf Hech 1,11). El discurso de Jesús indica que ninguno sabe la hora de la última venida. ¡Hoy sucede la misma cosa! Algunos esperan tanto la venida de Jesús, que no perciben su presencia en medio de nosotros, en las cosas, en los hechos de cada día.
6. Salmo 46 (45)
Dios es nuestra fortaleza
Dios es nuestro refugio y fortaleza,
socorro en la angustia, siempre a punto.
Por eso no tememos si se altera la tierra,
si los montes vacilan en el fondo del mar,
aunque sus aguas bramen y se agiten,
y su ímpetu sacuda las montañas.
¡Un río! Sus brazos recrean la ciudad de Dios,
santifican la morada del Altísimo.
Dios está en medio de ella, no vacila,
Dios la socorre al despuntar el alba.
Braman las naciones, tiemblan los reinos,
lanza él su voz, la tierra se deshace.
¡Con nosotros Yahvé Sebaot,
nuestro baluarte el Dios de Jacob!
Venid a ver los prodigios de Yahvé,
que llena la tierra de estupor.
Detiene las guerras por todo el orbe;
quiebra el arco, rompe la lanza,
prende fuego a los escudos.
«Basta ya, sabed que soy Dios,
excelso sobre los pueblos, sobre la tierra excelso».
¡Con nosotros Yahvé Sebaot,
nuestro baluarte el Dios de Jacob!
7. Oración final
Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre.
Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)