Domingo Segundo después de Navidad
Un retrato diverso de Jesús – Las palabras de un Cántico de la Comunidad
Juan 1,1-18
Oración inicial
Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz, que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.
Lectura
Clave de lectura – el contexto literario:
Este domingo meditamos sobre el Prólogo solemne del Evangelio de Juan. El Prólogo es el portón de entrada. Es la primera cosa que se escribe. Es como un resumen final, puesto al principio. Bajo la forma de una poesía profunda, misteriosa y muy solemne, Juan ofrece un resumen de todo aquello que dirá sobre Jesús en los veintiún capítulos de su evangelio. Probablemente esta poesía era de un cántico de la comunidad, utilizado y adaptado después por Juan.
El cántico comunicaba la experiencia que la comunidad tenía de Jesús, Palabra de Dios. También hoy, tenemos muchos cantos y poesías que tratan de traducir y comunicar quién es Jesús para nosotros. Revelan la experiencia que nuestras comunidades tienen de Jesús. Una poesía es como un espejo. Ayuda a descubrir las cosas que están dentro de nosotros. Cada vez que escuchamos o repetimos con atención una poesía, descubrimos cosas nuevas, sea en la poesía misma, como dentro de nosotros. En el curso de la lectura del prólogo del evangelio de Juan es bueno activar la propia memoria y tratar de recordar cualquier cántico o poesía sobre Jesús, de nuestra infancia, una que haya marcado nuestra vida.
Una división del texto para ayudarnos en la lectura:
El texto:
Del Evangelio según Juan 1,1-18
En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre sino que nacieron de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y clama: «Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.» Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha contado.
Un momento de silencio orante
para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.
Algunas preguntas
para ayudarnos en la meditación y en la oración.
Para aquellos que desean profundizar más en el texto
El contexto:
Sobre el Prólogo de Juan se han escrito multitud de libros. Y cada año se publican nuevos. Pero no agotarán el contenido del tema. Y esto porque el Prólogo es como un manantial, como una fuente. Cuanto más agua se saca del manantial, más agua dará. Quien mete su cabeza sobre el mismo manantial o fuente y mira dentro, ve su rostro reflejado en el agua de la fuente. Describiendo el rostro que se ve, se describen dos cosas: se comenta el agua de la fuente, el prólogo, y se dice aquello que se ha descubierto en el interior de la persona misma.
El Prólogo ayuda a entender porqué el IV Evangelio es tan diverso de los otros evangelios. En el Prólogo Juan nos prsenta la visión que él tiene de Jesús, Palabra de Dios y describe el recorrido de la Palabra. Ella estaba junto a Dios desde el principio de la creación y por medio de ella todo fue creado. Todo cuanto existe es una expresión de la Palabra de Dios. Y aún estando presente en todo, el Verbo ha querido meterse todavía más junto a nosotros y por esto se ha hecho carne en Jesús, ha vivido en medio de nosotros, ha desarrollado su misión y ha vuelto al Padre. Jesús es la Palabra viva de Dios. En todo lo que dice y hace se revela el Padre: “¡Quien me ve , ve al Padre! (Jn 14,9). Él y el Padre “somos una misma cosa” (Jn 10,30)
Comentarios al texto:
Diciendo “Al principio existía la Palabra”, Juan nos hace pensar en la primera frase de la Biblia que dice: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra” (Gén 1,1). Dios creó mediante su Palabra. “Él habló y las cosas comenzaron a existir” (Sal 33,9; 148,5). Todas las creaturas son una expresión de la Palabra de Dios. Aquí, desde el principio, tenemos la primera señal de la apertura ecuménica y ecológica del Quarto Evangelio.
El Prólogo dice que la presencia universal de la Palabra de Dios es vida y luz para todo ser humano. Pero la mayoría de las personas no perciben la Buena Noticia de la presencia luminosa de la Palabra de Dios en sus vidas. La Palabra viva de Dios, presente en todas las cosas, brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la vencieron.
Juan Bautista vino para ayudar a la gente a descubrir esta presencia luminosa y consoladora de la Palabra de Dios en la vida. El testimonio de Juan Bautista fue tan importante, que hasta el final del primer siglo, época en que fue escrito el Quarto Evangelio, vivían personas que pensaban que él, Juan, ¡fuese el Mesías! (Act 19,3; Jn 1,20). Por esto, el Prólogo aclara diciendo: “¡Juan no era la Luz! ¡Vino para dar testimonio de la luz!”
Así como la Palabra de Dios se manifiesta en la naturaleza, en la creación, así ciertamente se manifiesta en el “mundo”, o sea, en la historia de la humanidad, y en particular, en la historia del pueblo de Dios.
Cuando se habla de mundo, Juan quiere indicar un sistema, sea el del imperio como el de la religión de la época, sistemas cerrados en sí mismos y por tanto incapaces de reconocer y de recibir la presencia luminosa de la Palabra de Dios. El “mundo”, ni lo reconoció, ni acogió la Palabra. Desde los tiempos de Abrahán y Moisés, la Palabra “vino a los suyos, pero los suyos no la reconocieron.”
Pero aquellas personas que se abrieron aceptando la Palabra, llegaron a ser hijos de Dios. La persona llega a ser hijo de Dios no por propio mérito, sino por el simple hecho de tener confianza y creer que Dios, en su bondad, nos acepta y nos acoge. La Palabra entra en la persona y hace que ésta se sienta acogida por Dios como hijo, como hija. Es el poder de la gracia de Dios.
Dios no quiere estar lejos de nosotros. Por esto su Palabra se hizo vecina a nosotros y se hizo presente en medio de nosotros en la persona de Jesús. El Prólogo dice literalmente: “La Palabra se hizo carne y puso su tienda entre nosotros”. Antiguamente, en el tiempo del Éxodo, Dios moraba en una tienda, no en medio del pueblo. Ahora la tienda donde Dios mora con nosotros es Jesús “lleno de gracia y de verdad”. Jesús viene a revelar quién es este Dios que está presente en todo, desde el principio de la creación.
Estos versos nos dan testimonio de Juan Bautista. Juan comenzó su predicación antes que Jesús, pero Jesús existía antes que él. Jesús es la Palabra que ya estaba en Dios desde antes de la creación. Moisés, dándonos la Ley, nos manifestó la voluntad de Dios. Jesús nos da la plenitud de la gracia y de la verdad que nos ayudan a entender y a observar la Ley.
Este último verso lo resume todo. Evoca la profecía de Isaías, según la cual la Palabra de Dios es como una lluvia que viene del cielo y no regresa a él sin haber realizado su misión aquí sobre la tierra (Is 55,10-11). Así es el camino de la Palabra de Dios. Viene de Dios y desciende entre nosotros en la persona de Jesús. Mediante la obediencia de Jesús, realiza su misión aquí en la tierra. En la hora de su muerte, Jesús entrega su espíritu y vuelve al Padre (Jn 19,30). Cumplida la misión que había recibido.
Profundizando: las raíces del Prólogo del evangelio de Juan:
Oración:
Salmo 19 (18) “¡La Palabra de Dios es la verdad!”
Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento anuncia la obra de sus manos; el día al día comunica el mensaje, la noche a la noche le pasa la noticia. Sin hablar y sin palabras, y sin voz que pueda oírse, por toda la tierra resuena su proclama, por los confines del orbe sus palabras. En lo alto, para el sol, plantó una tienda, y él, como esposo que sale de su alcoba, se recrea, como atleta, corriendo su carrera. Tiene su salida en un extremo del cielo, y su órbita alcanza al otro extremo, sin que haya nada que escape a su ardor. La ley de Yahvé es perfecta, hace revivir; el dictamen de Yahvé es veraz, instruye al ingenuo. Los preceptos de Yahvé son rectos, alegría interior; el mandato de Yahvé es límpido, ilumina los ojos. El temor de Yahvé es puro, estable por siempre; los juicios del Señor veraces, justos todos ellos, apetecibles más que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo de panales. Por eso tu siervo se empapa en ellos, guardarlos trae gran ganancia;
Pero ¿quién se da cuenta de sus yerros? De las faltas ocultas límpiame. Guarda a tu siervo también del orgullo, no sea que me domine; entonces seré irreprochable, libre de delito grave. Acepta con agrado mis palabras, el susurro de mi corazón, sin tregua ante ti, Yahvé, Roca mía, mi redentor.
Oración final
Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)