Basílica de Nuestra Señora del Carmen Coronada – Al servicio de la Iglesia, la fe y la cultura – Jerez de la Frontera

Domingo, 9 de enero de 2022

El Bautismo de Jesús y su manifestación como Hijo de Dios
Lucas 3,15-16.21-22

Oración inicial

¡Señor, nuestro Dios y nuestro Padre! Te pedimos el conocimiento del misterio del bautismo de tu Hijo. Concédenos comprenderlo como lo comprendió el evangelista Lucas: como lo comprendieron los primeros cristianos. Concédenos Padre, contemplar el misterio de la identidad de Jesús como lo has revelado en el momento de su bautismo en las aguas del Jordán y que está presente en nuestro bautismo.

¡Señor Jesús! Enséñanos en esta escucha de tu palabra qué cosa signifique ser hijos, en Tí y contigo. Tú eres el verdadero Cristo porque nos enseña ser hijos de Dios como tú. Danos una profunda conciencia de la acción del Espíritu que nos invita a una escucha dócil y atenta de tu palabra. ¡Espíritu Santo! Te pedimos que calmes nuestras angustias, los temores, los miedos para ser más libres, sencillos y mansos en la escucha de la voz de Dios que se manifiesta en la palabra de Cristo Jesús, nuestro hermano y redentor. ¡Amén!

Lectura

a) Clave de lectura:

El relato del bautismo de Jesús que la liturgia de este domingo nos invita a meditar toca una pregunta crucial de nuestra fe: ¿Quién es Jesús? Tal pregunta ha recibido en el tiempo de Jesús y durante toda la historia una infinidad de respuestas que muestran el intento por parte del hombre y del creyente de acercarse al misterio de la persona de Jesús. En nuestro recorrido meditativo, sin embargo, queremos llegar a la fuente más genuina y más digna de atención, la palabra de Dios. Lucas cuando describe la escena del bautismo de Cristo en las aguas del Jordán, no está interesado en comunicarnos detalles históricos o concretos sobre tal acontecimiento, sino que pretende darnos a nosotros, que leemos el evangelio en este año litúrgico, los primeros elementos para comprender la identidad de Jesús.

b) Una división del texto para ayudarnos en la lectura:

El pasaje lucano contiene dos declaraciones sobre la identidad de Jesús, la de Juan (3,15-16) y la de Dios mismo (3,21-22).

– La primera está provocada por la reacción del pueblo a la predicación y al bautismo de conversión de Juan: ¿No será quizás éste el mesías? (3,15). Juan responde que hay una diferencia substancial entre el bautismo con agua dispensado por él y aquel en “ Espíritu Santo y fuego” administrado por Jesús (3,16).

– La segunda proviene del cielo y es pronunciada durante el bautismo de Jesús. Al fondo de la escena está el pueblo de los bautizados, de los que sobresale la figura de Jesús, que uniéndose a ellos, se hace bautizar (3,21). El centro focal de la escena no está en la acción bautismal, sino en los hechos que le acompañan: se abren los cielos, el Espíritu desciende sobre él y se oye una voz que anuncia la identidad de Jesús. (3,22).

c) El texto:

15Como el pueblo estaba expectante y andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo, 16declaró Juan a todos: «Yo os bautizo con agua; pero está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.

21Todo el pueblo se estaba bautizando. Jesús, ya bautizado, se hallaba en oración, se abrió el cielo, 22bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma; y vino una voz del cielo: «Tú eres mi hijo; en ti me complazco.»

Momento de silencio orante

En el silencio trata de hacer revivir en tu corazón la escena del evangelio que has leído, trata de asumirla, haciendo tuya las frases leídas, identificando tu atención con el contenido o el significado de las frases.

Algunas preguntas

para ayudarnos en la meditación y en la oración.

a) En el pasaje que has leído ¿qué efecto ha producido en ti la “voz de Dios” que ha declarado a Jesús “el” Hijo de Dios, el único, el amado?

b) Esta verdad ¿es una convinción compartida y consciente para ti?

c) ¿El bautismo de Jesús te ha convencido de que Dios no está lejano, encerrado en su transcendencia e indiferente a la necesidad de salvación de la humanidad?

d) ¿No te maravilla el hecho de que Jesús desciende a las aguas del Jordán a recibir también Él el bautismo de penitencia, haciéndose solidario con los pecadores, Él, que no tiene pecado?

e) Jesús no es un pecador, pero no rechaza solidarizarse con la humanidad pecadora ¿Estás convencido de que la salvación se empieza con la ley de la solidaridad?

f) Tú que has sido bautizado en el nombre de Cristo, “en Espíritu Santo y fuego”, ¿sabes que eres llamado a experimentar la solidariedad de Dios con tu historia personal, de modo que ella no sea solidaria ya con el pecado, que separa y divide, sino con el amor que une?

Una clave de lectura

para los que desean profundizar en la lectura.

I. El contexto del bautismo de Jesús

Después de los relatos de la infancia y como preparación a la actividad pública de Jesús, Lucas narra los acontecimientos que se refieren a Juan Bautista, el bautismo de Jesús, las tentaciones de Jesús; este conjunto sirve como de introducción a la verdadera y propia actividad de Jesús y le da sentido. El evangelista concentra en un cuadro único y completo toda la actividad de Juan: desde el comienzo de la predicación en las orillas del río Jordán (3,3-18) hasta el arresto mandado por Herodes Antipas (3,19-20). Cuando Jesús aparece en la escena en 3,21 para ser bautizado ya no se menciona a Juan. Con esta omisión Lucas clarifica su lectura de la historia salvífica: Juan es la última voz profética de la promesa veterotestamentaria. Ahora el centro de la historia es Jesús, es Él quien da comienzo al tiempo de salvación que se prolongará en el tiempo de la Iglesia.

Un elemento que no debe descuidarse para la comprensión de estos sucesos que preceden a las actividades de Juan Bautista y de Jesús es la descripción geográfica y política de la Palestina en los años treinta. El evangelista quiere dar una dimensión histórica y un significado teológico a lo realizado por Jesús. Quiere decir que no es el poder político mundial (representado por Tiberio César) o el religioso (los sumos sacerdotes) los que dan valor y sentido a los acontecimientos de la humanidad; sino más bien “la Palabra de Dios que desciende sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (Lc 1,2). Para Lucas, la novedad o el desarrollo de la historia inaugurada por Jesús se inserta en este contexto o situación política de dominio y de poder profano y religioso. Otras veces, en los relatos de los profetas, la palabra de Dios se dirige a situaciones históricas-políticas particulares, pero en Juan resuena con una cierta urgencia: Dios viene en la figura de Jesús. De modo que la Palabra de Dios llama desde el desierto a Juan Bautista para ser enviado al pueblo de Israel. El deber de este último profeta del Antiguo Testamento es el de preparar la venida del Señor en medio de su pueblo (Lc 1,16-17.76). Este papel se concretiza en preparar a todos para recibir con el bautismo de conversión el perdón de Dios (Jer 3,34; Ez 36,25), lo que implica un cambio en el propio modo de ver las relaciones con Dios. Cambiar de vida significa practicar la fraternidad y la justicia según las enseñanzas de los profetas (Lc 3,10-14) . Abandonando el bienestar religioso o social el lector de Lucas está invitado a abrirse a la persona de Jesús, el mesías salvador.

Además Lucas nos quiere subrayar que el profeta Juan no tiene ninguna pretensión de ser comparado con la persona de Jesús. Más bien, el profeta del Jordán se ha sentido completamente subordinado a la persona de Jesús: “al cual no soy digno de desatar la correa de sus sandalias” (3,16). Sobre todo Jesús es el más fuerte porque da el Espíritu.

La actividad de Juan tiene un final violento, a la manera de los profetas clásicos. La autenticidad de un profeta nace de su libertad en los enfrentamientos con el poder político: de hecho, denuncia las maldades cometidas por Herodes en la vida del pueblo. Ante la llamada del profeta existen dos respuestas diversas: el pueblo y los pecadores se convierten, mientras los potentes responden con violencia agresiva. Juan termina el recorrido de su existencia en la cárcel. Con este episodio trágico Juan anticipa el destino de Jesús rechazado y muerto, pero que se convierte en punto de referencia para todos aquellos que son perseguidos por el poder represivo.

Finalmente, el Jordán es el lugar físico de la predicación de Juan. La intención de Lucas es crear un estrecho lazo entre este río y Juan: Jesús no aparecerá ya más por allí después de su bautismo, así como Juan no aparecerá jamás por los confines de Galilea y de la Judea, porque son lugares ligados y reservados a la acción de Jesús.

II. Comentario del texto
1. Las palabras del Bautista sobre Jesús (Lc 3,15-16)

En el primer cuadro del pasaje evangélico de la liturgia de hoy Juan, con palabras de sabor profético, afirma que hay “uno más fuerte” que él y que está por venir. Se trata de la respuesta del profeta del Jordán a la opinión de la gente que creía que él fuese el Cristo. La muchedumbre que recibe el nombre de pueblo en espera, es considerado para Lucas Israel, un pueblo bien dispuesto o preparado para recibir la salvación mesiánica (al menos antes de la crucifixión). Las palabras de Juan nos llevan a las imágenes del Antiguo Testamento y tienen la función de exaltar al personaje misterioso del cual está anunciando su venida inminente: “pero viene uno más fuerte que yo” (3,16).

a) La figura del “más fuerte”

El Bautista comienza a diseñar el retrato de Cristo con el adjetivo “fuerte” que ya Isaías aplicaba al rey-mesías, “fuerte, potente como Dios” ( 9,5) y que en el Antiguo Testamento constituía uno de los atributos del Creador, considerado soberano del universo y de la historia: “el Señor reina, se cubre de esplendor, se ciñe de fuerza” (Sal 93,1). La expresión “viene uno”” recuerda un título de sabor mesiánico que encontramos en el salmo 118, un canto procesional que se cantaba durante la fiesta de las Cabañas: “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. Tal canto viene aplicado por Lucas a Jesús durante su entrada en Jerusalén. También el famoso anuncio mesiánico en el libro del profeta Zacarías trae el mismo mensaje: “He aquí Sión, que viene a tí tu rey…” (9.9).

b) Un gesto humilde: “yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”

Otro trazo con el cual el evangelista describe la figura de Cristo es típicamente de sabor oriental: “desatar la correa de las sandalias”. Es el gesto que se deja para el esclavo. El Bautista delante del mesías que viene se siente siervo, y el más humilde e indigno: “yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”.

Después presenta el bautismo que el personaje anunciado cumplirá: “éste os bautizará en Espíritu Santo y fuego”. En el Salmo 104,3 el Espíritu de Dios se define como el principio que crea y regenera el ser: “Envías tu Espíritu, todas las cosas son creadas y renuevas la faz de la tierra”. Por el contrario, el fuego es por excelencia un símbolo divino: calienta e incendia, anima y destruye, es fuente de calor y de muerte.

2. Las palabras del cielo sobre Jesús (Lc 3,21-22)

En el segundo cuadro se contiene un nuevo perfil o epifanía de Cristo. Esta vez es Dios mismo, y no Juan, el que diseña el retrato de Cristo con palabras solemnes: “Tú eres mi Hijo el predilecto, en tí me complazco”. Esta presentación y definición de Cristo viene acompañada por una verdadera y propia coreografía celestial (el cielo que se abre… el descendimiento del Espíritu en figura de paloma… la voz del cielo) para mostrar las cualidades divinas de las palabras que se van a pronunciar sobre la persona de Jesús.

a) La paloma es símbolo del Espíritu de Dios que invadía a los profetas, pero que ahora se infunde en plenitud sobre el mesías como había predicho Isaías: “Sobre él se posará el Espíritu del Señor” (11,2). El símbolo de la paloma sirve para indicar que en la venida del Señor se realiza la presencia perfecta de Dios que se manifiesta en la efusión del Espíritu Santo que consagra a Cristo para su misión salvífica y para la tarea de revelar a los hombres la palabra definitiva del Padre. Con toda seguridad el signo de la paloma indica al lector del bautismo que Dios está disponible para encontrarse con el hombre. El nudo de este encuentro se hace verdad en la persona de Jesús. Si el Bautista había presentado a Jesús como el mesías – que en el AT es siempre un hombre, aunque perfecto – ahora Dios se apresta a definir a Jesús como el Hijo “predilecto”. Título que indica una presencia suprema de Dios y que supera a aquella que se experimentaba en el culto o en otros aspectos de la vida de Israel.

b) La voz divina es otro signo que acompaña a la manifestación de Jesús en las aguas del Jordán, Evoca dos textos del AT. El primero es un canto mesiánico que cita algunas palabras de Dios dirigidas a su Rey-Mesías: “Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado”(Sal 2,7). En el AT. tanto la figura del rey como la de mesías eran considerados como hijos adoptivos de Dios; sin embargo, Jesús es el hijo predilecto, sinónimo de unigénito. El segundo texto que ilumina el significado de las palabras pronunciadas por la voz del cielo es un pasaje cercano a los Cantos del siervo del Señor y que la liturgia de la palabra de este domingo nos propone como primera lectura: “He aquí mi Siervo a quien yo sostengo, he aquí mi elegido en quien me complazco” (Is 42,1). En la persona de Jesús convergen y se hacen presentes dos figuras presentadas por Isaías: la esperanza del rey. Mesías y la figura del Mesías sufriente. No es impropio decir que la escena del bautismo presentada por Lucas es una verdadera catequesis sobre el misterio de la persona de Jesús, mesías, rey, siervo, profeta, Hijo de Dios.

Además, de la voz del cielo aparece la cualidad transcendente, divina, única de la persona de Jesús. Esta pertenencia de Jesús al mundo de Dios será visible, palpable, experimentable incluso en su humanidad, en su presencia en medio a los hombres, en su peregrinar por los caminos de la Palestina. Por tanto la Palabra de Dios en este domingo intenta mostrarnos con el relato del bautismo la solemne presentación de Jesús al mundo. Esta se completará solo en la cruz y en la resurrección. De hecho sobre la cruz se superponen dos rostros de Cristo, el humano-salvífico con la muerte en la cruz para nuestra salvación, y el divino a través de la profesión de fe del centurión: “Verdaderamente este era el Hijo de Dios”. La Palabra de Dios en este día del Señor nos invita a contemplar y adorar el rostro de Cristo, que San Agustín lo ha presentado así en una reflexión suya: “en aquel rostro nosotros llegamos a entrever también nuestros trazos, los de hijo adoptivo que nuestro bautismo revela”.

Salmo 42

Cuando experimentamos el silencio de Dios en nuestra vida, nos desanimamos, pero cultivamos siempre nuestra sed de Él junto a los hermanos, caminamos sobre los caminos del Reino, seguros de encontrar su presencia en Cristo Jesús.

La búsqueda del rostro de Dios

Como anhela la cierva los arroyos,
así te anhela mi ser, Dios mío.
Mi ser tiene sed de Dios,
del Dios vivo;
¿cuándo podré ir a ver
el rostro de Dios?
Son mis lágrimas mi pan
de día y de noche,
cuando me dicen todo el día:
«¿Dónde está tu Dios?».
El recuerdo me llena de nostalgia:
cuando entraba en la Tienda admirable
y llegaba hasta la Casa de Dios,
entre gritos de acción de gracias
¿Por qué desfallezco ahora
y me siento tan azorado?
Espero en Dios, aún lo alabaré:
¡Salvación de mi rostro, Dios mío!

Oración final

Señor Dios, mientras tu Hijo era bautizado por Juan Bautista en el Jordán, ha orado. Tu voz divina ha escuchado su oración rasgando los cielos. También el Espíritu Santo se ha mostrado presente en forma de paloma. ¡Escucha nuestra oración! Te pedimos que nos sostengas con tu gracia para que podamos comportarnos verdaderamente como hijos de la luz. Danos la fuerza de abandonar las ataduras del hombre viejo, para ser renovados continuamente en el Espíritu, revestidos e invadidos de pensamientos y sentimientos de Cristo.

A Tí, Señor Jesús, que has querido recibir de Juan Bautista el bautismo de penitencia, queremos dirigir nuestra mirada desde nuestro corazón para aprender a rezar como tú rezaste al Padre en el momento del bautismo, con el abandono filial y total adhesión a su voluntad. ¡Amén!

Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)