¡Dios en efecto ha amado mucho al mundo! La Trinidad es la mejor comunidad
Juan 3, 16-18
1. Oración inicial
Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz , que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Ti, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.
2. Lectura
a) Una clave de lectura:
– Estos pocos versículos forman parte de una reflexión del evangelista Juan (Jn 3, 16-21), en la que explica a su comunidad de finales del primer siglo el significado del diálogo entre Jesús y Nicodemo (Jn 3, 1-5). En este diálogo, Nicodemo no consigue seguir el pensamiento de Jesús. Y lo mismo sucedía a la comunidad. Algunos de ellos, prisioneros de los criterios del pasado, no entendían la novedad que Jesús había traído. Nuestro texto (Jn 3, 16-18) es una ayuda para superar esta dificultad.
– También la Iglesia ha escogido la lectura de estos tres versículos para la Fiesta de la Santísima Trinidad. Y en efecto, ellos constituyen una clave importante para revelar la importancia del misterio del Dios Trino en nuestra vida. Al hacer la lectura, intentemos tener presente en la mente y en el corazón que, en este texto, Dios es el Padre, el Hijo es Jesús y el amor es el Espíritu Santo. Por esto, no tratemos de penetrar el misterio. ¡Parémonos, hagamos silencio y admiremos!
b) Una división del texto para ayudar a la lectura:
Jn 3, 16: Afirma que el amor salvífico de Dios se manifiesta en el don del Hijo.
Jn 3, 17: La voluntad de Dios es salvar y no condenar
Jn 3, 18: La exigencia divina es tener de nuestra parte el valor de creer en este amor.
c) El texto:
16: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
17: Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
18: El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios.
3. Un momento de silencio orante
para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.
4. Algunas preguntas
para ayudarnos en la reflexión personal.
a) ¿Qué punto te ha gustado más o cuál ha llamado mayormente tu atención?
b) Mirando bien este texto tan breve, ¿cuáles son las palabras claves que se encuentran?
c) ¿Cuál es la experiencia central del evangelista y de las comunidades, que se transparenta en el texto?
d) ¿Qué nos dice el texto sobre el amor de Dios?
e) ¿Qué nos dice el texto sobre Jesús?
f) ¿Qué afirma el texto sobre el mundo?
g) ¿Qué me revela el texto de mí?
5. Una clave de lectura
para aquéllos que quieran profundizar más en el tema.
a) El contexto en el que aparecen las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan:
* Nicodemo era un doctor que pretendía conocer las cosas de Dios. Observaba a Jesús con el libro de la Ley de Moisés en mano, para ver si concordaba la novedad anunciada por Jesús. En la conversación, Jesús hace entender a Nicodemo (y a todos nosotros) que el único modo como alguien pueda entender las cosas de Dios es ¡naciendo de nuevo! Hoy sucede la misma cosa. Muchas veces somos como Nicodemo: aceptamos sólo lo que está de acuerdo con nuestras ideas. El resto lo rechazamos considerándolo contrario a la tradición. Pero no todos son así. Hay muchas personas que se dejan sorprender por los hechos y no tienen miedo de decir: «¡ Nace de nuevo!»
* Cuando el evangelista recoge estas palabras de Jesús, tiene delante de los ojos la situación de las comunidades de finales de siglo y es para ellos para los que escribe. Las dudas de Nicodemo eran también las dudas de las comunidades. Y del mismo modo, la respuesta de Jesús es también una respuesta para las comunidades. Muy probablemente, la conversación entre Jesús y Nicodemo formaba parte de la catequesis bautismal, puesto que el texto dice que las personas deben renacer por el agua y por el Espíritu (Jn 3,6). En el breve comentario que presentamos, centralizaremos las palabras claves que aparecen en el texto y que son palabras centrales en el evangelio de San Juan. Nos sirven como claves de lectura de todo el evangelio.
b) Comentario del texto:
* Juan 3,16: Amar es darse por amor: La palabra amor indica ante todo, una experiencia profunda de relación entre diversas personas. Reúne un conjunto de sentimientos y valores como la alegría, la tristeza, el sufrimiento, el crecimiento, la renuncia, el don de sí mismo, la realización, la donación, el compromiso, la vida, la muerte, etc. En el Antiguo Testamento este conjunto de valores y sentimientos se resume en la palabra hesed que, en nuestras Biblias, generalmente, se traduce por caridad, misericordia, fidelidad y amor.
En el N.T., Jesús reveló este amor de Dios en sus encuentros con las personas. Lo reveló con sentimientos de amistad, de ternura, como, por ejemplo, en su relación con la familia de Marta en Betania: «Jesús amaba a Marta a su hermana y a Lázaro». Llora delante de la tumba de Lázaro (Jn 11, 5,33-36). Jesús afronta su misión como una manifestación de amor: «después de haber amado a los suyos…los amó hasta el fin» (Jn 13,1). En este amor Jesús manifiesta su profunda identidad con el Padre: «Como el Padre me amó, yo también os he amado» (Jn 15.9). Y Él nos dice: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15.12). Juan define así el amor: «Por esto hemos conocido el amor: Él ha dado su vida por nosotros; por tanto también nosotros debemos dar la vida por los hermanos». (1 Jn 2,6). Quien vive el amor y lo manifiesta en sus palabras y en su conducta se convierte en Discípula Amada, Discípulo Amado.
* Juan 3, 17: Amó al mundo y se ofreció para salvar al mundo: La palabra «mundo» se encuentra 78 veces en el evangelio de Juan y con diversos significados. En primer lugar, «mundo» puede significar la tierra, el espacio habitado por los seres humanos (Jn 11,9; 21,25) o la Creación (17,5.24). Aquí, en nuestro texto, «mundo» significa las personas que habitan en esta tierra, toda la humanidad, amada por Dios, que por ella dona su Hijo unigénito (cf. Jn 1,9; 4,42; 6,14; 8,12). Puede también significar un grupo numeroso de personas en el sentido de «todo el mundo» (Jn 12,19; 14,27). Pero en el evangelio de Juan, «mundo» significa sobre todo, aquella parte de la humanidad que se opone a Jesús y se convierte en su «adversario» u «opositor» (Jn 7,4.7; 8,23.26; 9,39; 12,25) Este «mundo» contrario a la práctica liberadora de Jesús, es dominado por el Adversario, Satanás, llamado también «príncipe del mundo» (14,30; 16,11), que persigue y mata a la comunidad de fieles (16,33), creando una situación de injusticia, de opresión, mantenida por los que están en el poder, por los dirigentes, tanto del imperio como de la sinagoga. Ellos practican la injusticia usando para este fin el nombre de Dios mismo (16,2). La esperanza que el evangelio de Juan comunica a la comunidad es que Jesús vencerá al príncipe de este mundo (12,31). El es más fuerte que el «mundo». «Vosotros tendréis tribulación en el mundo, pero tened confianza, yo he vencido al mundo» (16,33).
* Juan 3,18: El Hijo Unigénito de Dios que se da por nosotros: Uno de los títulos más antiguos y más bellos, que los primeros cristianos eligieron para describir la misión de Jesús, es el de «Defensor». En lengua hebrea se dice Goêl. Este término indicaba el pariente más próximo, el hermano más anciano, que debía rescatar a sus hermanos, amenazados de perder sus bienes (cf. Lv. 25, 23-55). Cuando en la época de la deportación a Babilonia, todo el pueblo, incluso el pariente más próximo, lo perdió todo, Dios mismo se convirtió en el Goêl de su pueblo. Lo rescató de su esclavitud. En el Nuevo Testamento, es Jesús el hijo unigénito, el primogénito, el pariente más próximo, el que se convirtió en nuestro Goêl. Este término o título tiene traducciones diversas: salvador, redentor, liberador, abogado, hermano mayor, consolador, y otros más (cf. Lc 2,11; Jn 4,42; Ac 5,31 etc.). Jesús toma la defensa y el rescate de su familia, de su pueblo. Se dio totalmente, completamente, a fin de que nosotros sus hermanos y hermanas pudiésemos nuevamente vivir en fraternidad. Este fue el servicio que el nos dió a todos. Así fue como se cumplió la profecía de Isaías que anunciaba la venida del Mesías Siervo. Y el mismo decía: «El Hijo del Hombre en verdad no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la propia vida en rescate (goêl) por muchos» (Mc 10,45). Pablo expresa este descubrimiento en la siguiente frase: » Me amó y se entregó por mi». (Gal 2,20).
c) El misterio de la Trinidad en los escritos de Juan:
* La fe en la Santísima Trinidad es la fuente y el destino de nuestro credo. Todo lo que afirmamos con toda claridad con respecto a la Santísima Trinidad lo encontramos en el Nuevo Testamento. Allí está encerrado como una semilla que viene abriéndose a través de los siglos. De los cuatro evangelistas, Juan es el que nos ayuda mayormente a comprender el misterio del Dios Trino.
Juan subraya la unidad profunda entre el Padre y el Hijo. La misión del Hijo es la de revelar el amor del Padre (Jn 17,6-8). Jesús llega a proclamar: «Yo y el Padre somos una cosa sola» (Jn 10,30). Entre Jesús y el Padre hay una unidad tan intensa que quienquiera que ve el rostro de uno, ve también el rostro del otro. Y revelando al Padre, Jesús comunica un espíritu nuevo » el Espíritu de la Verdad que procede del Padre» (Jn 15,26). A petición del Hijo, el Padre envía a cada uno de nosotros este nuevo Espíritu para que permanezca en nosotros. Este Espíritu, que nos viene del Padre, (Jn 14,16) y del Hijo (Jn 16, 27-8), comunica la profunda unidad existente entre el Padre y el Hijo (Jn 15,26-27). Los cristianos miraban la unidad de Dios para poder entender la unidad que debía existir entre ellos. (Jn 13, 34-35; 17,21).
Hoy decimos: Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el Apocalipsis se dice: De Aquel que es, que era y que viene, de los siete espíritus, que están delante de su trono, y de Jesucristo, el testigo veraz, el primogénito de los muertos y el príncipe de los reyes de la tierra (Ap 1, 4-5). Con estos nombres, Juan dice lo que es y lo que piensan las comunidades y esperan en el Padre en el Hijo y en el Espíritu Santo.
Veamos:
i) El Nombre del Padre: Alfa y Omega. Es – Era – Viene. Omnipotente.
Alfa y Omega. Para nosotros sería A y Z. (cf. Is. 44,6; Ap 1,17). Dios es el principio y el final de la historia. ¡No hay puesto para otro dios! Los cristianos no aceptaban la pretensión del imperio romano que divinizaba a los emperadores. Nada de lo que sucede en la vida puede ser interpretado como una simple fatalidad, fuera de la providencia amorosa de este nuestro Dios.
Es, Era, Viene (Ap 1,4,8; 4,8). Nuestro Dios no es un Dios distante. Ha estado con nosotros en el pasado, está con nosotros en el presente , estará con nosotros en el futuro. El conduce la historia, está dentro de la historia, camina con el pueblo. Una historia de Dios es la historia de su pueblo.
Omnipotente. Era un título imperial de los reyes después de Alejandro Magno. Para los cristianos, el verdadero rey es Dios. Este título expresa el poder creador con el que Dios conduce a su pueblo. El título refuerza la certeza de la victoria y nos obliga a cantar, desde ahora, el gozo del Nuevo Cielo y de la Nueva Tierra (Ap 21,2).
ii) El Nombre del Hijo: Testigo veraz. Primogénito de los muertos. Príncipe de los reyes de la tierra.
Testigo veraz: Testigo es lo mismo que mártir. Jesús tuvo el valor de testimoniar la Buena Nueva de Dios Padre. Fue veraz hasta la muerte y la respuesta de Dios fue la resurrección (Fl 2,9; Hb 5,7).
Primogénito entre los muertos: Primogénito es como decir hermano mayor (Cl 1,18). Jesús es el primero que resucita. ¡Su victoria sobre la muerte vendrá con todos nosotros sus hermanos y hermanas!
Príncipe de los reyes de la tierra. Era un título que la propaganda oficial daba al emperador de Roma. Los cristianos daban este título a Jesús. Creer en Jesús era un acto de rebelión contra el imperio y su ideología.
Estos tres títulos vienen del salmo mesiánico 89, donde el Mesías es llamado Testigo veraz (Sal 89,38), Primogénito (Sal 89, 28), El Altísimo sobre los reyes de la tierra (Sal 89,28). Los primeros cristianos se inspiraban en la Biblia para formular la doctrina.
iii) El Nombre del Espíritu Santo: Siete Lámparas. Siete ojos, Siete espíritus
Siete lámparas: En el Ap. 4,5, se dice que los siete espíritus son las siete lámparas de fuego que arden delante del Trono de Dios. Son siete porque representan la plenitud de la acción de Dios en el mundo. Son lámparas de fuego, porque simbolizan la acción del Espíritu que ilumina, sacia y purifica (Ac 2,1). Están delante del Trono, porque siempre están dispuestos a responder a cualquier deseo de Dios.
Siete ojos: En el Ap 5,6, se dice que el Cordero tiene «siete ojos, símbolo de los siete espíritus de Dios enviados sobre toda la tierra». ¡Qué bella imagen! Basta mirar al Cordero y ver al Espíritu Santo obrando allí donde mira el Cordero, porque su ojo es el Espíritu. ¡Y el siempre mira hacia nosotros!
Siete espíritus: Los siete evocan los siete dones del Espíritu de los que habla Isaías y que se posarán sobre el Mesías (Is 11,2-3). Esta profecía se realiza en Jesús. Los siete espíritus son, al mismo tiempo, de Dios y de Jesús. La misma identificación del Espíritu con Jesús aparece hacia el final de las siete cartas. Es Jesús el que habla en la carta y al final de cada carta nos dice: Quien tenga oídos escuche lo que el Espíritu dice a las Iglesias. Jesús habla. El Espíritu habla. Es la misma cosa.
6. Salmo 63, 1-9
El anhelo de Dios
Dios, tú mi Dios, yo te busco,
mi ser tiene sed de ti,
por ti languidece mi cuerpo,
como erial agotado, sin agua.
Así como te veía en el santuario,
contemplando tu fuerza y tu gloria,
-pues tu amor es mejor que la vida,
por eso mis labios te alaban-,
así quiero bendecirte en mi vida,
levantar mis manos en tu nombre;
me saciaré como de grasa y médula,
mis labios te alabarán jubilosos.
Si acostado me vienes a la mente,
quedo en vela meditando en ti,
porque tú me sirves de auxilio
y exulto a la sombra de tus alas;
mi ser se aprieta contra ti,
tu diestra me sostiene.
7. Oración final
Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.
Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)