Jueves, 16 Julio , 2020
¡He ahí, a tu hijo! ¡He ahí, a tu madre!
Juan 19,25-27
1. Recojámonos en oración –Statio
Ven, Espíritu Santo, llena de tu luz nuestras mentes para entender el verdadero significado de tu Palabra.
Ven, Espíritu Santo, enciende en nuestros corazones el fuego de tu amor que inflame nuestra fe.Ven, Espíritu Santo, llena nuestra persona con tu fuerza para reforzar lo que en nosotros es débil en nuestro servicio a Dios.
Ven, Espíritu Santo, con el don de la prudencia para frenar nuestro entusiasmo que nos impide amar a Dios y al prójimo.
2. Lectura orante de la Palabra – Lectio
Del Evangelio según Juan
25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleopás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» 27 Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
3. Rumiar la Palabra – Meditatio
3.1. Para entender la lectura
– Con tu espíritu sube al Calvario hasta la cruz de Jesús y trata de entender lo que está sucediendo.
– Del pasaje leído, pídete a ti mismo lo que más te ha llamado la atención y porqué.
– ¿Cuáles son los sentimientos suscitados en este breve pasaje evangélico?
3.2. Clave de lectura
Jesús tiene en sus manos su destino
Nos encontramos a mitad del capítulo 19 del evangelio de Juan que comienza con la flagelación, la coronación con la corona de espinas de Jesús, la presentación de Jesús a Pilatos a la gente: “He ahí al hombre” (Jn 19,5), la condena a la muerte de cruz, el vía-crucis y la crucifixión. En la narración de la Pasión según Juan, Jesús tiene en sus manos el control de su propia vida y de todo lo que está sucediendo a su alrededor. Por este motivo encontramos por ejemplo frases como: “Jesús salió, llevando la corona d e espinas y el manto de púrpura” (v.5) o las palabras pronunciadas a Pilatos: “ Tú no tendrías ningún poder sobre mí, si no te lo hubiesen dado de lo alto” (v.11) También el texto presentado por la liturgia de hoy muestra que Jesús no solamente tiene control de todo lo que le está sucediendo, sino también de lo que está sucediendo alrededor. Es muy importante lo que describe el evangelista: Jesús entonces, viendo a la madre y allí junto a élla al discípulo que lo amaba, dice….”(v.26). Las palabras de Jesús en su sencillez son palabras de revelación, palabras con las cuáles quiere expresar su voluntad: “He ahí a tu hijo” (v.26). “He ahí a tu madre” (v,27). Estas palabras de Jesús nos traen a la mente las palabras de Pilatos con las cuáles ha presentado la persona de Jesús a la gente; “He ahí al hombre” (v.5). Jesús desde su trono, la cruz, con sus palabras, no sólo pronuncia su voluntad, sino también quién está verdaderamente en su amor por nosotros y cuál es el fruto de este amor. Es el cordero de Dios, el pastor que da su vida para reunir a todos en un solo rebaño, la Iglesia.
Junto a la cruz
En este pasaje encontramos también una palabra muy importante que se repite dos veces cuando el evangelista habla de la madre de Jesús y del discípulo amado. El evangelista cuenta que la madre de Jesús estaba “junto a la cruz” (v.25) y el discípulo amado estaba ”junto a ella” (v.26). Este importante detalle tiene un significado bíblico muy profundo. Sólo el cuarto evangelista cuenta que la madre de Jesús estaba junto a la cruz. Los otros evangelistas no especifican. Lucas narra que “todos sus conocidos asistían desde lejos y así las mujeres que lo habían seguido desde la Galilea, observando estos sucesos.” (Lc 23,49). Mateo escribe: “Había también allí muchas mujeres que estaban observando desde lejos; ellas habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas, María Magdalena, María madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos del Zebedeo” (Mt 27,55-56). Marcos cuenta que “ había también muchas mujeres, que estaban observando desde lejos, entre las cuáles María Magdalena, María madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que lo seguían y servían desde cuando estaba en Galilea, y muchas otras que habían subido con Él a Jerusalén” ( Mc 15,40-41). Por tanto sólo Juan subraya que la madre de Jesús estaba presente, no siguiéndolo de lejos, sino junto a la cruz en compañía de las otras mujeres. Recta de pie, como una fuerte mujer que continúa creyendo, esperando y teniendo confianza en Dios, incluso en aquel momento tan difícil. La madre de Jesús está en el momento importante en el cuál “Todo se ha consumado” (v.30) en la misión de Jesús. Además, el evangelista subraya la presencia de la madre de Jesús en el comienzo de su misión, en las bodas de Caná, donde Juan usa casi la misma expresión: “Estaba allí la madre de Jesús” (Jn 2,1)
La mujer y el discípulo
En las bodas de Caná y en la cruz, Jesús muestra su gloria y su madre está presente de modo activo. En las bodas de Caná se hace evidente, de modo simbólico, lo que ha sucedido en la cruz. Durante la fiesta de las bodas de Caná, Jesús transformó el agua contenida en seis tinajas (Jn 2,6). El número seis simboliza la imperfección. El número perfecto es el siete. Por este motivo Jesús responde a su madre:” No ha llegado mi hora” (Jn 2,4). La hora, en la cuál Jesús ha renovado todo, ha sido la hora de la cruz. Los discípulos le preguntaron: “Señor, ¿es este el tiempo en el que reconstruirá el reino de Israel?” (Hechos 1,6). En la cruz, con agua y sangre, Jesús hace nacer la Iglesia y al mismo tiempo ella se convierte en su esposa. Es el comienzo del nuevo tiempo. Tanto en las bodas de Caná como en la cruz, Jesús no llama a su madre por el propio nombre, sino que le da el bellísimo título de “Mujer” (Jn 2,19,26). En la cruz Jesús no está hablando con su madre movido solamente por un sentimiento natural, de el hijo con su madre. El título de “Mujer” pone en claro que en aquel momento Jesús estaba abriendo el corazón de su madre a la maternidad espiritual de sus discípulos, representados en la persona del discípulo amado que se encuentra siempre cerca de Jesús, el discípulo que en la última cena ha reclinado la cabeza sobre el pecho de Jesús (Jn 13,23-26). El discípulo que ha entendido el misterio de Jesús y ha permanecido fiel a su maestro hasta la crucifixión, y más tarde debería ser el primer discípulo en creer que Cristo ha resucitado al ver la tumba vacía y las vendas por tierra (Jn 20.4-8), mientras María de Mágdala asegura que se habían llevado fuera el cuerpo de Jesús (Jn 20,2). Por tanto el discípulo es quien cree y permanece fiel a su Señor en todas las pruebas de la vida. El discípulo amado de Jesús, no tiene nombre, porque el representa a ti y a mí, y a cuantos son verdaderos discípulos. La mujer se convierte en madre del discípulo. La mujer, que nunca es llamada por el evangelista con el nombre propio, no es sólo la madre de Jesús, sino también la Iglesia. Al evangelista Juan le agrada llamar a la Iglesia “mujer” o “señora”. Este título se encuentra en la 2ª carta de Juan (2 Jn 1.5) y en el libro del Apocalipsis: “En el cielo apareció un grandiosa señal: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas. Estaba encinta y gritaba por los dolores y trabajos del parto” (Ap 12,1-2) La mujer, pues, es la imagen de la Iglesia madre que está con los dolores del parto para engendrar a Dios nuevos hijos. La madre de Jesús es la imagen perfecta de la Iglesia esposa de Cristo que está de parto para engendrar nuevos hijos a su esposo.
El discípulo recibe en su casa a la mujer
Si Jesús ha dejado en las manos de la Mujer (su Madre y la Iglesia) a sus discípulos representados en la persona del discípulo amado, igualmente ha dejado en las manos de los discípulos a la Mujer (su Madre y la Iglesia). El evangelista cuenta que apenas Jesús ha visto al discípulo que amaba junto a su madre le ha dicho: “¡He ahí a tu madre!” (v.27)
El evangelista continúa: “Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa” (v. 27). Esto significa que el discípulo ha recibido a la mujer como una valiosa y querida persona. Esto de nuevo nos recuerda cuanto Juan dice en sus cartas, cuando se llama a sí mismo el presbítero que ama a la Señora electa (2 Jn 1), que ora por ella (2Jn 5), para que la cuide y la defienda contra el anticristo, esto es, cuantos no reconocen a Cristo y tratan de perturbar a los hijos de la Iglesia, los discípulos de Jesús (2 Jn 7,10).
Las palabras del versículo 27 “y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa”, nos recuerda lo que encontramos también al comienzo del evangelio de Mateo. El evangelista abre su narración con la visión del ángel en el sueño de José, el esposo de María. En esta visión el ángel dice a José: “José, hijo de David, no temas recibir contigo a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella viene del Espíritu Santo” (Mt 1,20). Mateo abre su evangelio con el Señor confiando María y Jesús a José, mientras Juan concluye su relato con Jesús confiando su Madre y la Iglesia en las manos del discípulo amado
3.3 Preguntas para orientar la meditación y la actualización
● ¿Qué es lo que te ha llamado más la atención en este pasaje y en la reflexión?
● En la cruz, Jesús nos ha dado todo: su vida y su Madre. Y tú, ¿estás preparado para entregar algo por el Señor? ¿Eres capaz de renunciar a tus cosas, a tus gustos, etc. para servir a Dios y ayudar al prójimo?
● “ Desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa” ¿Crees que las familias de hoy siguen el ejemplo del discípulo amado de Jesús? ¿Qué significado tienen estas palabras para tu vida cristiana?.
4. Oratio
Cántico de la Virgen María: Lucas 1,46-55
Alaba mi alma la grandeza del Señor
y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador
porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava,
por eso desde ahora todas las generaciones
me llamarán bienaventurada,
porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso,
Santo es su nombre
y su misericordia alcanza de generación en generación
a los que le temen.
Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los de corazón altanero.
Derribó a los potentados de sus tronos
y exaltó a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Acogió a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como había anunciado a nuestros padres-
en favor de Abrahán y de su linaje por los siglos.
5. Contemplatio
Adoremos juntos la bondad de Dios que nos ha dado a María, la Madre de Jesús, como nuestra madre, repitiendo en silencio:
Gloria al Padre al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en un principio ahora y siempre
por los siglos de los siglos . Amén.
Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)