1) Oración inicial
Ven, Señor, en ayuda de tu familia, y a cuantos hemos recibido el don de la fe concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo resucitado. Que vive y reina.
2) Lectura del santo Evangelio según Juan 6,35-40
Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.»
3) Reflexión
• Juan 6,35-36: Yo soy el pan de vida. Entusiasmado con la perspectiva de tener el pan del cielo del que hablaba Jesús y que da vida para siempre (Jn 6,33), la gente pide: «¡Señor, danos siempre de este pan!» (Jn 6,34). Pensaban que Jesús estuviese hablando de un pan especial. Por esto de forma interesada piden: “¡Danos siempre de este pan!” Este pedido de la gente recuerda la conversación de Jesús con la Samaritana. Jesús había dicho que ella podría tener dentro de sí la fuente de agua que brota para la vida eterna, y ella de forma interesada pide: «¡Señor dame de esta agua!» (Jn 4,15). La Samaritana no percibe que Jesús no está hablando de agua material. Asimismo, la gente no se da cuenta de que Jesús no está hablando del pan material. Por eso, Jesús responde bien claramente: «¡Yo soy el pan de vida! El que venga a mí no tendrá hambre y el que venga a mí no tendrá nunca sed”. Comer el pan del cielo es lo mismo que creer en Jesús. Es creer que él vino del cielo como revelación del Padre. Es aceptar el camino que él enseñó. Pero la gente, a pesar de estar viendo a Jesús, no cree en él. Jesús percibe la falta de fe y dice: “Me habéis visto y no creéis”.
• Juan 6,37-40: Hacer la voluntad de aquel que me envió. Después de la conversación con la Samaritana, Jesús había dicho a los discípulos: «Mi alimento es hacer la voluntad del Padre que está en los cielos» (Jn 4,34). Aquí, en la conversación con la gente sobre el pan del cielo, Jesús se refiere al mismo asunto: “Porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.” Este es el alimento que el pueblo debe buscar: hacer la voluntad del Padre del cielo. Es éste el pan que sustenta la vida de las personas y les da rumbo. Aquí comienza la vida eterna, vida que es más fuerte que la muerte. Si estuviésemos verdaderamente dispuestos a hacer la voluntad del Padre, no tendríamos dificultad en reconocer al Padre presente en Jesús.
• Juan 6,41-43: Los judíos murmuran. El evangelio de mañana comienza con el versículo 44 (Jn 6,44-51) y salta los versículos de 41 a 43. En el versículo 41, empieza la conversación con los judíos, que critican a Jesús. Aquí damos una breve explicación del significado de la palabra judío en el evangelio de Juan para evitar que una lectura superficial alimente en nosotros los cristianos el sentimiento de antisemitismo. Antes de todo, es bueno recordar que Jesús era judío y lo sigue siendo (Jn 4,9). Judíos eran sus discípulos. Las primeras comunidades cristianas eran todas de judíos que aceptaban a Jesús como Mesías. Solo después, poco a poco, en las comunidades del Discípulo Amado, griegos y paganos comenzaban a ser aceptados en pie de igualdad con los judíos. Eran comunidades más abiertas. Pero esta apertura no era aceptada por todos. Algunos cristianos venidos del grupo de los fariseos querían mantener la “separación” entre judíos y paganos (He 15,5). La situación era muy crítica después de la destrucción de Jerusalén en el año 70. Los fariseos se convierten en la corriente religiosa dominante en el judaísmo y empiezan a definir directivas religiosas para todo el pueblo de Dios: suprimir el culto en lengua griega; adoptar únicamente el texto bíblico en hebraico; definir la lista de los libros sagrados eliminando los libros que estaban sólo en la traducción griega de la Biblia: Tobías, Judith, Ester; Baruc, Sabiduría, Eclesiástico y los dos libros de los Macabeos; segregar a los extranjeros; no comer ninguna comida sospechosa de impureza o de haber sido ofrecida a los ídolos. Todas estas medidas asumidas por los fariseos repercutían en las comunidades de los judíos que aceptaban a Jesús como Mesías. Estas comunidades habían caminado mucho. La apertura para los paganos era irreversible. La Biblia en griego ya era usada, desde hacía mucho tiempo. Así, lentamente, crece un distanciamiento mutuo entre cristianismo y judaísmo. Las autoridades judaicas en los años 85-90 empiezan a discriminar quienes siguen aceptando a Jesús de Nazaret como Mesías (Mt 5, 11-12; 24,9-13). Quien seguía permaneciendo en la fe de Jesús era expulsado de la sinagoga (Jn 9,34). Muchas de las comunidades cristianas temían esta expulsión (Jn 9,22), ya que significaba perder el apoyo de una institución fuerte y tradicional como la sinagoga. Los que eran expulsados perdían los privilegios legales que los judíos habían conquistado a lo largo de los siglos dentro del imperio. Las personas expulsadas perdían hasta la posibilidad de tener un entierro decente. Era un riesgo muy grande. Esta situación de conflicto del final del primer siglo repercute en la descripción del conflicto de Jesús con los fariseos. Cuando el evangelio de Juan habla de judíos no está hablando del pueblo judío en general, sino que está pensando mucho más en aquellas pocas autoridades farisaicas que estaban expulsando a los cristianos de las sinagogas en los años 85-90, época en la que el evangelio fue escrito. No podemos permitir que estas afirmaciones sobre los judíos hagan crecer el antisemitismo entre los cristianos.
4) Para la reflexión personal
• Antisemitismo: mira bien dentro de ti y arranca cualquier resto de antisemitismo.
• Comer el pan del cielo es creer en Jesús. Esto ¿cómo me ayuda a vivir mejor la eucaristía?
5) Oración final
Aclama a Dios, tierra entera, cantad a su nombre glorioso, dadle honor con alabanzas, decid a Dios: ¡Qué admirables tus obras! (Sal 66,1-3)
Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)