1) Oración
Oh, Señor, Padre bueno y misericordioso. Tú has enviado desde el Cielo a tu Hijo Jesús para revelarnos la autoridad y la dulzura de tu Amor. Envía también sobre nosotros tu Espíritu Santo, como descendió sobre Cristo después del Bautismo en las aguas del Jordán; que al abrirse el cielo y al resonar tu voz de salvación: “Tú eres mi Hijo, el amado”, nuestro corazón no se endurezca ni se cierre, sino que acoja con plena confianza, hoy y siempre, tu luz y tu abrazo de Padre. Amén.
2) Lectura del santo Evangelio según Marcos 11, 27-33
²⁷Vuelven a Jerusalén y, mientras paseaba por el Templo, se le acercan los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, ²⁸y le decían: «¿Con qué autoridad haces esto?, o ¿quién te ha dado tal autoridad para hacerlo?» ²⁹Jesús les dijo: «Os voy a preguntar una cosa. Respondedme y os diré con qué autoridad hago esto. ³⁰El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres? Respondedme.» ³¹Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: «Del cielo», dirá: «Entonces, ¿por qué no le creísteis?» ³²Pero ¿vamos a decir: «De los hombres?»» Tenían miedo a la gente; pues todos tenían a Juan por un verdadero profeta. ³³Responden, pues, a Jesús: «No sabemos.» Jesús entonces les dice: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»
3) Meditación
- ¿“Con qué autoridad?” La palabra “autoridad” es central en este pasaje y contiene el secreto del camino de fe y de crecimiento espiritual que podemos recorrer al meditar este Evangelio, si nos dejamos guiar por la Palabra. La provocación dirigida a Jesús por sus adversarios conduce de inmediato a apreciar la distancia existente entre Él y ellos, razón por la que no cabe una respuesta. “Autoridad”, en boca de los sacerdotes y de los escribas, indica “poder”, “fuerza”, “dominio”, “capacidad de imponer leyes y de juzgar”. Para Jesús, en cambio, “autoridad” significa otra cosa, como podremos entender si tenemos presente que en hebreo esta palabra procede de la raíz que significa “hacerse igual a”. De hecho, Jesús manifiesta inmediata y claramente en qué horizonte se mueve Él, hacia dónde camina y hacia dónde nos quiere conducir a nosotros: a ser iguales, a parecernos al Padre, a mantener una relación de amor con Él, como la de un Padre y un hijo. No por casualidad Él hace inmediatamente alusión al bautismo de Juan…
- “El bautismo de Juan…”. Jesús nos lleva rápidamente y con claridad al punto de partida, a la fuente, allí donde podemos reencontrarnos con nosotros mismos, al encontrarnos con Dios. A orillas del río Jordán, donde Él recibió el bautismo, hay un lugar para nosotros, ya que, encendidos de Amor, descendemos a las aguas como Él, y nos dejamos marcar con el Sello del Espíritu Santo, nos dejamos alcanzar, visitar y envuelvan por estas palabras: “Tú eres mi Hijo, el amado” (Mc. 1, 11). Jesús nos enseña que no hay otra autoridad, otra grandeza ni otra riqueza, sino sólo ésta.
- “¿Del cielo o de los hombres?”. ¿Queremos estar con Dios o con los hombres, seguirlo a Él o a ellos, entrar en la luz del Cielo que se abre (Mc 1, 10) o permanecer en las tinieblas de nuestra soledad?
- “Respondedme”. Esta palabra de Jesús, repetida dos veces (vv. 29 y 30), es muy bonita. Jesús pide una elección precisa, una decisión clara, sincera y autentica, a fondo. En griego, el verbo “responder” expresa esta actitud, esta capacidad de distinguir, de discernir bien las cosas. El Señor nos quiere invitar a entrar en lo más profundo de nosotros mismos para dejarnos penetrar por sus palabras y para que de esta manera, aprendamos cada vez mejor, en estrecha relación con Él, a tomar las decisiones importantes de nuestra vida e incluso las del día a día.
Pero este verbo sencillo y hermoso indica aún algo más. La raíz hebrea expresa respuesta y, al mismo tiempo, miseria, pobreza, aflicción y humildad. Es decir, no puede darse una verdadera respuesta sino desde la humildad, desde la escucha. Jesús pide a los sacerdotes y a los escribas, y también a nosotros, entrar en esta dimensión de vida, en esta actitud del alma: hacerse humildes ante Él, reconocer nuestra pobreza, y la necesidad que tenemos de Él, ya que ésta es la única posible respuesta a sus preguntas.
- “Discurrían entre sí”. Estamos ante otro verbo importante que nos ayuda a entender mejor nuestro mundo interior. Discurrir es “hablar a través de“, como se deduce de la traducción literal del verbo griego usado por Marcos. Las personas de este pasaje están rotas por dentro, atravesadas por una herida; ante Jesús, no son de una pieza. Entre ellos hablan aduciendo diversas razones y consideraciones; en vez de entrar en aquella relación y diálogo con el Padre que inauguró en el bautismo de Jesús, permanecen fuera, a distancia, como el hijo de la parábola, que rechaza entrar al banquete del amor cfr. Lc 15, 28). Ellos tampoco creen la Palabra del Padre, que repite de nuevo: “Tú eres mi Hijo, el amado: en ti he puesto mi complacencia” (Mc 1, 11), por eso siguen buscando y reclamando la fuerza de la autoridad y del poder más que la debilidad del amor.
4) Algunas preguntas
- El Señor me enseña que su autoridad, también en lo que a mí se refiere, no es un dominio, ni una fuerza opresiva, sino amor, capacidad de asemejarse, de hacerse cercano. ¿Deseo acoger esta autoridad de Jesús en mi vida, entrar de verdad en esta relación de hacerme igual a Él? ¿Estoy dispuesto a dar los pasos que esta elección pide? ¿Estoy decidido a seguir hasta el fondo este recorrido?
- Al considerar el pasaje de este Evangelio, tal vez no sospechaba que me llevaría a considerar la relación con el pasaje del Bautismo y con la experiencia fundamental y motora del trato con Dios Padre. Sin embargo, el Señor ha querido revelarme una vez más su gran amor; él no se echa atrás ante ningún cansancio, ante ningún obstáculo, con tal de alcanzarme. ¿Cómo está, sin embargo, en este momento, ante Él mi corazón? ¿Distingo la voz del Padre que me habla y me llama “hijo”, mientras pronuncia mi nombre? ¿Consigo acoger esta declaración de amor suya? ¿Me fío de Él, lo creo, me entrego a Él? ¿Elijo el Cielo, o sigo eligiendo la tierra?
- Pienso que no debo acabar esta meditación sin dar mi respuesta. Jesús me lo pide expresamente: su “Respondedme” hoy va dirigido también a mí. He aprendido que no puede haber una verdadera respuesta sin una verdadera escucha, y que la verdadera escucha sólo puede nacer de la humildad… ¿Deseo dar estos pasos? ¿Deseo, por el contrario, seguir respondiendo guiado sólo por mis convicciones, por mis viejas maneras de pensar y de sentir, por mi presunción y autosuficiencia?
- Una cuestión final. Al mirar mi corazón por dentro, ¿me veo también yo algo dividido, como los adversarios de Jesús? ¿Llevo en mí alguna herida que me atraviesa y no me permite ser cristiano de una pieza, amigo de Cristo, seguidor suyo?
5) Oración final
Los preceptos del Señor alegran el corazón.
La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandamientos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila. (Salmo 18, 8-11)
Fuente: Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo (https://ocarm.org/es/)